Ben Goldacre
Mala ciencia
(Bad Science)
Traducción de Albino Santos Mosquera
Año de publicación: 2008
Edición: Paidós Ibérica, 2011
Nos encontramos ante una obra cuya lectura bien podríamos recomendar a todo el mundo, ya que más allá del interés en el plano teórico que cada cual pueda sentir al respecto de las cuestiones en ella tratadas, suscita también un interés práctico acerca de un asunto, el de la salud y las terapias médicas (o pseudomédicas, como veremos), que, sin duda, incumbe a cualquier individuo.
Su autor, Ben Goldacre, médico especializado en epidemiología y divulgador científico, mantiene desde hace más de una década una columna en el diario británico The Guardian con el mismo título del libro que nos ocupa, la cual supone el antecedente de éste. A través de la misma ha desarrollado la tarea de combatir contra la actividad pseudocientífica en el área de la salud (localizable principalmente, aunque no siempre ni necesariamente, en el mundo de las conocidas como “terapias alternativas”). Al hilo de semejante “activismo” y por extensión, Goldacre realiza una valiosa labor en lo que se refiere a prevenir al público no especializado contra las pseudociencias y el pensamiento irracional en general, al mismo tiempo (inevitable una cosa sin la otra) que de divulgación del método científico.
Como hemos dicho, Mala ciencia (el libro) recoge el espíritu y las intenciones de la actividad periodística que anteriormente venía llevando a cabo Goldacre, e igualmente compendia buena parte de los temas y casos particulares ya previamente tratados por su autor. Ya en su introducción se deja bien patente el objetivo principal del libro: contribuir a solventar esa ignorancia científica que convierte a buena parte de la ciudadanía en susceptible de incurrir en lo irracional y, en consecuencia, en posible víctima de engaños de todo pelaje, problema que tantos han detectado y denunciado (ya desde, por ejemplo, Carl Sagan en su El mundo y sus demonios, por hacer referencia a un auténtico clásico dentro de la categoría bibliográfica en la que también podríamos inscribir la obra de Goldacre). Sólo sabiendo qué es científico podremos precavernos ante lo que no lo es, del mismo modo que, mutatis mutandis, saber qué no es científico se constituye en una excelente vía de aproximación al entendimiento de lo que es la auténtica ciencia (o un modo de “enseñar buena ciencia examinando la mala”, en palabras del propio autor).
Así, a lo largo de los diversos capítulos se van recorriendo numerosos ejemplos de pseudomedicina o medicina no basada en la evidencia, todos ellos con mayor o menor impacto social (puesto que son éstos contra los que es necesario alertar): los productos desintoxicantes (cap. 1), la conocida como “gimnasia cerebral” (cap. 2), los productos cosméticos “milagrosos” (cap. 3), la homeopatía en cuanto “contramodelo perfecto para enseñar lo que es la medicina basada en la evidencia empírica” (cap. 4), el nutricionismo (caps. 6 a 10), el abuso de la medicalización (cap. 8), las alarmas sanitarias injustificadas cuyo paradigma encontraríamos en el bulo sobre la vacuna triple vírica (caps. 15 y 16),...
Contra todo lo anterior arremete Goldacre (en ocasiones situando en su punto de mira a nombres propios como los de algunos nutricionistas de gran éxito mediático) delatando la ausencia de evidencia empírica, los defectos metodológicos en la experimentación y otros errores en que incurren los promotores y partidarios de semejantes fenómenos. De manera paralela y cumpliendo con esa intención de “enseñar buena ciencia” desde el cuestionamiento de lo que no se puede considerar tal, se ofrece una buena cantidad de información acerca de la metodología científica y de los requisitos y características de una medicina empírica, que sirve para mostrarnos qué hemos de exigirle a una afirmación, teoría o terapia para ser considerada científicamente aceptable (es decir, con un grado de veracidad suficiente). Estos apuntes son abundantes y salpican todo el libro, en ocasiones de manera un tanto asistemática, lo cual resulta por otra parte comprensible en tanto que se presentan siempre con ocasión de cada uno de los fenómenos pseudocientíficos criticados. Así, encontramos lecciones que van desde la exposición más básica y general del método experimental y de su importancia y valor (en el primer capítulo) hasta la clarificación de nociones como las de grupo de control, doble ciego, efecto placebo (al que se dedica un capítulo en exclusiva, el quinto, dada su relevancia para explicar el “funcionamiento” de las terapias alternativas), aleatorización de la muestra, metaanálisis y revisión sistemática,... o la importancia de la publicación de las investigaciones con su correspondiente revisión por pares y la posibilidad de su replicabilidad. Esto es, todos aquellos elementos que se constituyen en garantía de la validez y fiabilidad de los conocimientos que nos aporta la ciencia y que sin embargo, como el autor muestra, se encuentran ausentes en el mundo de las terapias alternativas, lo cual justifica que se pueda aplicar a éstas el calificativo de “mala ciencia”. Frente a ello, se delatan los rasgos comunes de las distintas pseudociencias, como la ausencia de confirmación experimental, el uso espurio del lenguaje científico o su rechazo endogámico y agresivo ante cualquier cuestionamiento y crítica de sus métodos y tesis (elemento que, por tan alejado de una auténtica actitud indagadora de la verdad, ya debería ser suficiente por sí mismo para levantar sospechas).
Por otra parte, se dedican dos capítulos a tratar de modo más específico esas cuestiones metodológicas y epistemológicas, centrados respectivamente en los sesgos cognitivos más habituales y en la mala comprensión de los resultados estadísticos, dos factores que pueden convertir incluso al más avisado en proclive a la aceptación de ideas irracionales.
Buena parte del texto, en su segunda parte, se dedica al problema del tratamiento recibido por la ciencia en los medios de comunicación (de manera específica en el cap. 12, y al hilo de otros temas en los caps. 14 y 16, prestándose también una especial atención a la cuestión en el epílogo), al que el autor otorga, por lo tanto, una especial importancia. La razón es que en la mayor parte de los casos son los medios la única vía de comunicación entre el mundo científico académico y el gran público (el cual, comprensiblemente, no lee papers). De tal modo que en ellos recae la responsabilidad de que el ciudadano de a pie posea una buena o mala comprensión de la ciencia, así como de su consecuente grado de aceptación de supuestos descubrimientos científicos falaces. El autor denuncia largo y tendido lo defectuoso del reflejo de la ciencia en los medios, identificando causas de este hecho que van desde la ignorancia sobre el tema de sus responsables hasta el caso de su utilización como plataforma publicitaria, pasando por la necesidad de presentar historias atractivas y espectaculares que no se encuentran en el discreto proceder de la auténtica ciencia (“la ciencia misma funciona mal como noticia”).
Difícilmente se nos ocurren pegas que poner a esta obra: de lectura extremadamente amena y accesible para el gran público a quien va dirigida (Goldacre resulta un buen divulgador científico, cualidad que no es tan fácil de poseer), recorriendo un buen número de temas y con un autor que demuestra un dominio sobrado de lo tratado y presenta suficientes argumentos como para resultar convincente. A este respecto, no podemos dejar de mencionar la salvaguarda que encontramos ante uno de los “argumentos” habituales de los defensores de las medicinas alternativas ante sus críticos: esa simplista y conspiranoica acusación de que se encuentran “a sueldo” de la industria farmacéutica, pues Goldacre no salva de la quema ni siquiera a ésta, a la que dedica no sólo un capítulo específico de este libro sino también su libro posterior, Bad Pharma (2012). En definitiva, cumple muy bien su objetivo declarado de proveer al lector de herramientas para ejercer un pensamiento crítico ante lo pseudocientífico. Sin duda, merece ocupar su lugar en la biblioteca escéptica junto a otros títulos emblemáticos como los de Shermer, Gardner, Park, Randi, el ya mentado Sagan o tantos otros que han hecho causa de la lucha contra la irracionalidad y la pseudociencia.
Haciendo el esfuerzo de encontrarle algún defecto, quizás podríamos referirnos a esa cierta falta de sistematicidad a la que ya aludimos en algún momento de nuestro comentario. Nos referimos al hecho de que se vayan intercalando en una exposición en paralelo elementos diversos como la narración de casos, las explicaciones sobre la metodología científica, el papel de los medios de comunicación o los rasgos generales de la pseudociencia (lo que incluso lleva a incurrir, en ocasiones, en ciertas reiteraciones). No obstante, apreciamos al mismo tiempo que otro tipo de estructura y desarrollo no hubieran sido acordes con las intenciones del libro, convirtiéndolo en un “manual” de lectura menos atractiva para el lego. Por lo tanto, quizás no se trate tanto de un auténtico defecto como de una dificultad añadida para quien ha de realizar una reseña sobre el libro, que se ve obligado a ordenar toda esa información presentada de manera dispersa a lo largo del texto, pero, obviamente, el autor debe tener en mente al lector, no al redactor de reseñas.
Página web de Ben Goldacre: www.badscience.net