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miércoles, 2 de octubre de 2019

GOLDACRE: "MALA CIENCIA"





Ben Goldacre
Mala ciencia
(Bad Science)
Traducción de Albino Santos Mosquera
Año de publicación: 2008
Edición: Paidós Ibérica, 2011

Nos encontramos ante una obra cuya lectura bien podríamos recomendar a todo el mundo, ya que más allá del interés en el plano teórico que cada cual pueda sentir al respecto de las cuestiones en ella tratadas, suscita también un interés práctico acerca de un asunto, el de la salud y las terapias médicas (o pseudomédicas, como veremos), que, sin duda, incumbe a cualquier individuo.
Su autor, Ben Goldacre, médico especializado en epidemiología y divulgador científico, mantiene desde hace más de una década una columna en el diario británico The Guardian con el mismo título del libro que nos ocupa, la cual supone el antecedente de éste. A través de la misma ha desarrollado la tarea de combatir contra la actividad pseudocientífica en el área de la salud (localizable principalmente, aunque no siempre ni necesariamente, en el mundo de las conocidas como “terapias alternativas”). Al hilo de semejante “activismo” y por extensión, Goldacre realiza una valiosa labor en lo que se refiere a prevenir al público no especializado contra las pseudociencias y el pensamiento irracional en general, al mismo tiempo (inevitable una cosa sin la otra) que de divulgación del método científico.
Como hemos dicho, Mala ciencia (el libro) recoge el espíritu y las intenciones de la actividad periodística que anteriormente venía llevando a cabo Goldacre, e igualmente compendia buena parte de los temas y casos particulares ya previamente tratados por su autor. Ya en su introducción se deja bien patente el objetivo principal del libro: contribuir a solventar esa ignorancia científica que convierte a buena parte de la ciudadanía en susceptible de incurrir en lo irracional y, en consecuencia, en posible víctima de engaños de todo pelaje, problema que tantos han detectado y denunciado (ya desde, por ejemplo, Carl Sagan en su El mundo y sus demonios, por hacer referencia a un auténtico clásico dentro de la categoría bibliográfica en la que también podríamos inscribir la obra de Goldacre). Sólo sabiendo qué es científico podremos precavernos ante lo que no lo es, del mismo modo que, mutatis mutandis, saber qué no es científico se constituye en una excelente vía de aproximación al entendimiento de lo que es la auténtica ciencia (o un modo de “enseñar buena ciencia examinando la mala”, en palabras del propio autor).
Así, a lo largo de los diversos capítulos se van recorriendo numerosos ejemplos de pseudomedicina o medicina no basada en la evidencia, todos ellos con mayor o menor impacto social (puesto que son éstos contra los que es necesario alertar): los productos desintoxicantes (cap. 1), la conocida como “gimnasia cerebral” (cap. 2), los productos cosméticos “milagrosos” (cap. 3), la homeopatía en cuanto “contramodelo perfecto para enseñar lo que es la medicina basada en la evidencia empírica” (cap. 4), el nutricionismo (caps. 6 a 10), el abuso de la medicalización (cap. 8), las alarmas sanitarias injustificadas cuyo paradigma encontraríamos en el bulo sobre la vacuna triple vírica (caps. 15 y 16),...
Contra todo lo anterior arremete Goldacre (en ocasiones situando en su punto de mira a nombres propios como los de algunos nutricionistas de gran éxito mediático) delatando la ausencia de evidencia empírica, los defectos metodológicos en la experimentación y otros errores en que incurren los promotores y partidarios de semejantes fenómenos. De manera paralela y cumpliendo con esa intención de “enseñar buena ciencia” desde el cuestionamiento de lo que no se puede considerar tal, se ofrece una buena cantidad de información acerca de la metodología científica y de los requisitos y características de una medicina empírica, que sirve para mostrarnos qué hemos de exigirle a una afirmación, teoría o terapia para ser considerada científicamente aceptable (es decir, con un grado de veracidad suficiente). Estos apuntes son abundantes y salpican todo el libro, en ocasiones de manera un tanto asistemática, lo cual resulta por otra parte comprensible en tanto que se presentan siempre con ocasión de cada uno de los fenómenos pseudocientíficos criticados. Así, encontramos lecciones que van desde la exposición más básica y general del método experimental y de su importancia y valor (en el primer capítulo) hasta la clarificación de nociones como las de grupo de control, doble ciego, efecto placebo (al que se dedica un capítulo en exclusiva, el quinto, dada su relevancia para explicar el “funcionamiento” de las terapias alternativas), aleatorización de la muestra, metaanálisis y revisión sistemática,... o la importancia de la publicación de las investigaciones con su correspondiente revisión por pares y la posibilidad de su replicabilidad. Esto es, todos aquellos elementos que se constituyen en garantía de la validez y fiabilidad de los conocimientos que nos aporta la ciencia y que sin embargo, como el autor muestra, se encuentran ausentes en el mundo de las terapias alternativas, lo cual justifica que se pueda aplicar a éstas el calificativo de “mala ciencia”. Frente a ello, se delatan los rasgos comunes de las distintas pseudociencias, como la ausencia de confirmación experimental, el uso espurio del lenguaje científico o su rechazo endogámico y agresivo ante cualquier cuestionamiento y crítica de sus métodos y tesis (elemento que, por tan alejado de una auténtica actitud indagadora de la verdad, ya debería ser suficiente por sí mismo para levantar sospechas).
Por otra parte, se dedican dos capítulos a tratar de modo más específico esas cuestiones metodológicas y epistemológicas, centrados respectivamente en los sesgos cognitivos más habituales y en la mala comprensión de los resultados estadísticos, dos factores que pueden convertir incluso al más avisado en proclive a la aceptación de ideas irracionales.
Buena parte del texto, en su segunda parte, se dedica al problema del tratamiento recibido por la ciencia en los medios de comunicación (de manera específica en el cap. 12, y al hilo de otros temas en los caps. 14 y 16, prestándose también una especial atención a la cuestión en el epílogo), al que el autor otorga, por lo tanto, una especial importancia. La razón es que en la mayor parte de los casos son los medios la única vía de comunicación entre el mundo científico académico y el gran público (el cual, comprensiblemente, no lee papers). De tal modo que en ellos recae la responsabilidad de que el ciudadano de a pie posea una buena o mala comprensión de la ciencia, así como de su consecuente grado de aceptación de supuestos descubrimientos científicos falaces. El autor denuncia largo y tendido lo defectuoso del reflejo de la ciencia en los medios, identificando causas de este hecho que van desde la ignorancia sobre el tema de sus responsables hasta el caso de su utilización como plataforma publicitaria, pasando por la necesidad de presentar historias atractivas y espectaculares que no se encuentran en el discreto proceder de la auténtica ciencia (“la ciencia misma funciona mal como noticia”).
Difícilmente se nos ocurren pegas que poner a esta obra: de lectura extremadamente amena y accesible para el gran público a quien va dirigida (Goldacre resulta un buen divulgador científico, cualidad que no es tan fácil de poseer), recorriendo un buen número de temas y con un autor que demuestra un dominio sobrado de lo tratado y presenta suficientes argumentos como para resultar convincente. A este respecto, no podemos dejar de mencionar la salvaguarda que encontramos ante uno de los “argumentos” habituales de los defensores de las medicinas alternativas ante sus críticos: esa simplista y conspiranoica acusación de que se encuentran “a sueldo” de la industria farmacéutica, pues Goldacre no salva de la quema ni siquiera a ésta, a la que dedica no sólo un capítulo específico de este libro sino también su libro posterior, Bad Pharma (2012). En definitiva, cumple muy bien su objetivo declarado de proveer al lector de herramientas para ejercer un pensamiento crítico ante lo pseudocientífico. Sin duda, merece ocupar su lugar en la biblioteca escéptica junto a otros títulos emblemáticos como los de Shermer, Gardner, Park, Randi, el ya mentado Sagan o tantos otros que han hecho causa de la lucha contra la irracionalidad y la pseudociencia.
Haciendo el esfuerzo de encontrarle algún defecto, quizás podríamos referirnos a esa cierta falta de sistematicidad a la que ya aludimos en algún momento de nuestro comentario. Nos referimos al hecho de que se vayan intercalando en una exposición en paralelo elementos diversos como la narración de casos, las explicaciones sobre la metodología científica, el papel de los medios de comunicación o los rasgos generales de la pseudociencia (lo que incluso lleva a incurrir, en ocasiones, en ciertas reiteraciones). No obstante, apreciamos al mismo tiempo que otro tipo de estructura y desarrollo no hubieran sido acordes con las intenciones del libro, convirtiéndolo en un “manual” de lectura menos atractiva para el lego. Por lo tanto, quizás no se trate tanto de un auténtico defecto como de una dificultad añadida para quien ha de realizar una reseña sobre el libro, que se ve obligado a ordenar toda esa información presentada de manera dispersa a lo largo del texto, pero, obviamente, el autor debe tener en mente al lector, no al redactor de reseñas.
Página web de Ben Goldacre: www.badscience.net

DELEUZE O PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA

Gilles Deleuze no es precisamente santo de nuestra devoción, como no lo suele ser nada de lo encuadrado en el llamado posmodernismo. No obstante, al César lo que es del César. Hemos encontrado unas palabras suyas que nos han gustado, y que vienen a propósito de la tan traída cuestión de la utilidad de la filosofía. Este fragmento del filósofo francés posee un valor añadido: el de una claridad expositiva que no es frecuente en él y que siempre resulta de agradecer. En fin, como solemos hacer cuando dedicamos una entrada a una cita que nos ha gustado, callamos pronto y cedemos gustosos la palabra al invitado:

Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía.
    Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene un uso: denunciar la bajeza en todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las victimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confunden los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral, y la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto?
     La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que quisieran… pero ¿quién a excepción de la filosofía se lo prohíbe?


DOS TEXTOS PARA COMPRENDER PARA QUÉ FILOSOFAR


¿Es la filosofía algo inútil? A menudo mis alumnos piensan que sí, lo que les lleva a no comprender por qué esta disciplina está presente en su plan de estudios. No es como aprender matemáticas, piensan ellos, que después de todo es algo que les puede ser útil si deciden, por ejemplo, ejercer como ingenieros en un futuro. ¿Pero para ejercer qué tarea les puede servir aprender filosofía? Pues ni más ni menos que para la tarea más importante, aquella que todos sin excepción ejercemos por encima de cualquier otra: la tarea de ser persona.

A continuación inserto dos breves fragmentos cuya lectura propongo a mis alumnos como medio para ayudarles a comprender lo anterior.

“Para los niños, el mundo -y todo lo que hay en él- es algo nuevo, algo que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los adultos ve el mundo como algo muy normal.
       Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso. Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda la vida.
      De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña pequeña que aún no ha llegado a ser la perfecta conocedora del mundo? ¿O eres una filósofa que puede jurar que jamás lo llegará a conocer?
     Si simplemente niegas con la cabeza y no te reconoces ni en el niño ni en el filósofo, es porque tú también te has habituado tanto al mundo que te ha dejado de asombrar. En ese caso corres peligro. Por esa razón recibes este curso de filosofía, es decir, para asegurarnos. No quiero que tú justamente estés entre los indolentes e indiferentes. Quiero que vivas una vida despierta.”

Jostein Gaarder, El mundo de Sofía
                                                                                                


"Los hombres temen al pensamiento más de lo que temen a cualquier otra cosa del mundo; más que la ruina, incluso más que la muerte.
      El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible. El pensamiento es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas; el pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría del pasado.
      Pero si el pensamiento ha de ser posesión de muchos, no el privilegio de unos cuantos, tenemos que habérnoslas con el miedo. Es el miedo el que detiene al hombre, miedo de que sus creencias entrañables no vayan a resultar ilusiones, miedo de que las instituciones con las que vive no vayan a resultar dañinas, miedo de que ellos mismos no vayan a resultar menos dignos de respeto de lo que habían supuesto.
    ¿Va a pensar libremente el trabajador sobre la propiedad? Entonces, ¿qué será de nosotros, los ricos? ¿Van a pensar libremente los muchachos y las muchachas jóvenes sobre el sexo? Entonces, ¿qué será de la moralidad? ¿Van a pensar libremente los soldados sobre la guerra? Entonces, ¿qué será de la disciplina militar?
     ¡Fuera el pensamiento! ¡Volvamos a los fantasmas del prejuicio, no vayan a estar la propiedad, la moral y la guerra en peligro!
    Es mejor que los hombres sean estúpidos, amorfos y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean libres. Puesto que si sus pensamientos fueran libres, seguramente no pensarían como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa.
     Así arguyen los enemigos del pensamiento en las profundidades inconscientes de sus almas. Y así actúan en las iglesias, escuelas y universidades.

Bertrand Russell, Principles of Social Reconstruction