Federico Di Trocchio
Las mentiras de la ciencia. ¿Por qué y cómo nos engañan los científicos?
(Le bugie della scienza. Perché e come gli scienziati imbrogliano)
Traducción de Constanza V. Meyer
Año de publicación: 1993
Edición: Alianza Editorial, Madrid, 2003 (2ª ed., 2ª reimpresión)
El autor es profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Roma "La Sapienza", secretario de la Società Italiana di Storia della Scienza y miembro de la Académie Internationale d’Histoire des Sciences. También ha ejercido como redactor del semanal L’Espresso.
Di Trocchio se ocupa fundamentalmente de los problemas estructurales de la actividad científica, y es autor de varios libros de carácter divulgativo alrededor de dicha temática, de los cuales el que nos ocupa es un buen ejemplo.
El tema del libro es el del fraude en la investigación científica (se refiere a áreas como biología, física, química, psicología, paleontología,...) entendido como falseamiento de resultados de investigaciones, apropiación del trabajo de otros, irregularidades intencionadas en los procedimientos de experimentación,...
Para desarrollar este tema, el texto se divide en dos tipos de contenidos que se van exponiendo de manera intercalada:
Un análisis del fenómeno en cuanto a sus mecanismos, motivaciones y otros aspectos (prefacio y capítulos III y IX).
La narración de casos de fraude acaecidos en distintos momentos de la historia de la ciencia, muchos de ellos llevados a cabo por científicos prestigiosos y de valía (incluidos algunos que forman parte de la historia de la ciencia o premios Nobel). Este recuento sirve para ilustrar y apoyar las tesis que el autor expone en su análisis del fenómeno (capítulos I, II y IV a VIII).
Di Trocchio distingue dos tipos de fraude científico en función de sus móviles y consecuencias: los llevados a cabo bienintencionadamente con el fin de defender una idea de la que el científico se encuentra sinceramente convencido, y los motivados por intereses personales extracientíficos (beneficio económico, búsqueda de prestigio o posición profesional, etc.).
Los primeros, ejemplificados en casos como los de Galileo, Newton, Freud o Mendel, son defendidos por Di Trocchio como engaños positivos e incluso necesarios, en tanto que se realizan en interés de la ciencia y por exigencias de la propia naturaleza de la investigación científica. Así, sirven como recurso para salvar ideas válidas que hubieran sido rechazadas si los investigadores se hubieran limitado a utilizar los medios considerados legítimos (debido, por ejemplo, a las deficiencias de los aparatos teóricos de cálculo o de los instrumentos de medición o experimentación disponibles en el momento). Esta postura del autor al respecto de este tipo de engaño se inscribe en un planteamiento teórico que incluye referencias tanto al falsacionismo popperiano como al anarquismo epistemológico de Feyerabend (el cual se expone ampliamente en el capítulo IX).
En el caso de los fraudes incluidos en la segunda categoría de las arriba enumeradas, son rechazables, según Di Trocchio, porque responden a intereses espurios: con ellos no se busca beneficiar a la ciencia, como en el caso de los del tipo anterior, sino al propio científico de manera personal. Son engaños que, a diferencia de los primeros, no traen consigo ninguna aportación al avance de la ciencia ni conllevan utilidad práctica de tipo técnico alguna. Para explicar por qué y cómo se producen, Di Trocchio expone (capítulo III) la evolución de la actividad científica a lo largo de la historia, comparando su situación y condiciones actuales, nacidas en Estados Unidos y luego extendidas al resto del mundo occidental a partir de mediados del siglo XX, con las propias de etapas anteriores de la historia de la ciencia. Mientras hasta ese momento el científico trabajaba en unas circunstancias puramente vocacionales que hacían que su única motivación fuera la sincera búsqueda de la verdad, la profesionalización plena y masiva de la investigación científica y el contexto académico y empresarial en que se inscribe en la contemporaneidad, que conllevan una total dependencia de esta labor en relación con los poderes político y económico, incita a estos fraudes (muy frecuentes, según el autor) así como provoca la complicidad con ellos del estamento científico oficial, tanto por corporativismo como para evitar el desmontaje del aparato económico y social que rodea a la investigación científica.
“(...) en la época en que investigadores y científicos no competían a fin de obtener financiaciones y ascensos en su carrera cometían engaños, cuando lo hacían, sólo en nombre y en función de una idea en la que creían firmemente. Sus engaños parecen fraudes nobles, aunque sean siempre fraudes. Esto permite evaluar la distancia que separa a los científicos del siglo XIX de los de nuestros días y comprender la diferencia entre un científico de vocación y otro de profesión. El primero está dispuesto a arriesgar su propia carrera y su honor por una idea, el segundo está dispuesto a sacrificar las propias ideas por la carrera.” (págs. 335-336)
Otros puntos de interés tratados por el autor son los siguientes:
Sobre los recursos técnicos y burocráticos utilizados para llevar a cabo el fraude en la ciencia desde la segunda mitad del siglo XX.
Sobre la destrucción de la imagen romántica de la figura del científico (“objetivo, altruista (...) esclavo del deseo de conocer”) a través de la denuncia de su ambición, competitividad y falta de escrúpulos a la hora de llevar adelante su trabajo. Este punto toma como base lo narrado por James Watson en su obra La doble helice (1968), donde revela las turbias vicisitudes que rodearon el descubrimiento de la estructura del ADN por el que obtuvo el Nobel, confesión que causó gran escándalo en el momento de la publicación de la susodicha obra.
Sobre la situación de crisis estructural en que está sumido el sistema científico occidental y la transferencia de la actividad científica a los países en vías de desarrollo como posible solución a tal problema. Al hilo de esto, se argumenta contra la común idea etnocéntrica de que la ciencia y la tecnología son productos culturales genuinamente occidentales.
Entre los más destacados casos de fraude narrados en el libro, entre muchos otros, encontramos los siguientes:
-El plagio de las observaciones astronómicas de Hiparco de Nicea llevado a cabo por Claudio Ptolomeo.
-Los experimentos de dinámica fingidos por Galileo.
Este caso resulta especialmente llamativo, teniendo en cuenta que hablamos del introductor del método experimental, el cual plantea unas exigencias metodológicas que el mismo Galileo incumpliría (“Galileo sostenía que no era realmente importante llevarlos a cabo [los experimentos]”, “«Es inútil hacer el experimento, si os lo digo yo debéis creerme». Es evidente que este proceder no se corresponde en absoluto con la idea del método experimental que nos han enseñado en el colegio y mucho menos con el ideal de disciplina ética y metodológica del científico”).
-El falseamiento de cálculos matemáticos en que incurrió Newton con el objeto de ajustar sus leyes (incluida la de la gravitación) a los fenómenos.
-El intento del Nobel Gallo de robar el descubrimiento del VIH.
-El fenómeno de la fusión fría, que aun sin haberse conseguido probar experimentalmente es afirmado por un sector del mundo científico.
-La invención por parte de Mendel de resultados experimentales para respaldar sus leyes de la genética.
-Freud y su falseamiento de casos clínicos.
-El “descubrimiento” de los inexistentes rayos N.
-Los falsos fósiles del hombre de Piltdown.
-Un caso reciente producido en nuestro propio país: el descubrimiento de pinturas rupestres en la cueva de Zubialde (Álava) por el estudiante de historia antigua Serafín Ruíz.
Caso abierto en el momento de redacción del libro (que es de 1993, habiendo acontecido el supuesto hallazgo en el 90), Di Trocchio expresa sus sospechas de que se trata de un fraude. Efectivamente, así se descubriría posteriormente: las pinturas habrían sido realizadas por el propio Ruíz. Además de los indicios en esa dirección que apunta Di Trocchio, la prueba definitiva de ello sería el descubrimiento de unos restos de estropajo doméstico adheridos a las pinturas.
Como conclusión, se trata de un relato curioso y muy bien documentado que recoge un aspecto del mundo científico escasamente tratado, lo cual otorga a esta obra un valor añadido. Además de descubrirnos datos habitualmente poco o nada aireados sobre algunos de los más relevantes científicos, lo aquí expuesto incita a numerosas reflexiones sobre el trasfondo de la tarea de la investigación científica, al tiempo que nos alerta sobre la necesidad de mantener una permanente actitud crítica, incluso hacia aquellas áreas de conocimiento y disciplinas inicialmente menos susceptibles de sospecha.