Jordi Nomen, El niño filósofo, Arpa, 2018
Jordi Nomen, El niño filósofo y la ética, Arpa, 2021
En esta ocasión comentaremos conjuntamente dos libros que forman parte de una trilogía dedicada a la Filosofía para Niños. Trilogía que se completa con El niño filósofo y el arte (Arpa, 2019), dedicado específicamente al desarrollo del pensamiento creativo y la sensibilidad artística y que no hemos leído.
El
autor, Jordi Nomen, ejerce como docente
en la Escuela Sadako de Barcelona, centro concertado, al
parecer de cierto prestigio y reconocimiento,
cuyo proyecto educativo se basa en las conocidas como “nuevas metodologías”,
alternativas al modelo educativo
tradicional. En consecuencia, podemos entender que se trata de
alguien que se encuentra plenamente implicado con
aquello que expone en el libro y
que lo
ejerce en su día a día. Y
que es, como ya hemos anticipado,
una propuesta pedagógica basada en el
programa de Filosofía para Niños de Matthew
Lipman, también conocido como Filosofía 3/18. No
vamos a detenernos en este momento en explicar en qué consiste
semejante proyecto, ya que cualquiera que desee saberlo
encontrará con facilidad sobrada
información en Internet. Si, por servir
de algo, hemos de referir algunas de
nuestras fuentes preferidas al respecto, remitiremos a GrupIREF,
que la difunde y desarrolla en España y, como ilustración de su
puesta en práctica, a la
recomendabilísima película
documental Sólo es el principio
(Pierre Barougier, 2010).
Decíamos lo anterior porque la FpN (como nos referiremos a la Filosofía para Niños desde este momento) es una más de esas propuestas que pretenden superar el mencionado modelo educativo tradicional, heredado de los tiempos de la Revolución Industrial: jerarquización entre docente y alumnado, insistencia en el orden y la disciplina, estandarización de los distintos elementos del proceso de enseñanza-aprendizaje (contenidos, metodologías, procedimientos de evaluación…), diferenciación de las materias como asignaturas estancas, clasificación del alumnado según edades y/o capacidades… En fin, todos sabemos de qué estamos hablando: algo que ha recibido numerosas críticas y a lo que se han propuesto diversas alternativas en las últimas décadas; alternativas que han ido permeando el sistema educativo en alguna medida, pero de modo muy lento y limitado dado el carácter profundamente conservador de este.
Nos encontramos aquí con dos textos que perfectamente podemos entender y leer como una unidad, pues el segundo constituye una continuación del primero a modo de concreción y ampliación de algunos de los elementos de aquel. Cada uno de ambos libros, que Nomen manifiesta dirigir a progenitores y educadores, se divide en dos partes claramente diferenciadas: la primera de ellas es esencialmente teórica, exponiendo una serie de conceptos necesarios para comprender y aplicar el enfoque de la FpN, la segunda es presentada por el propio autor como de aplicación práctica, ya que ofrece una serie de recursos que sirvan para inducir al niño a la reflexión filosófica.
Empecemos por El niño filósofo, el cual abre la trilogía. En su primera parte el autor expone, en un tono reinvindicativo, en qué consiste la FpN. Así, defiende la idea de que la filosofía puede y debe ser practicada por los niños (o adolescentes), “entendida más como actitud y procedimiento que como disciplina del saber” (y, por cierto, agradecemos que realice semejante matización, ya que siempre hemos tenido ciertas reservas hacia el hecho de denominar propiamente “filosofía” a la FpN más allá de darle a ese término un sentido aproximativo o carácter de símil). Sobre ello ofrece los consabidos argumentos: la actividad reflexiva acerca de ciertas cuestiones alimentará la autonomía de pensamiento y el sentido crítico del niño, le predispondrá a aceptar la pluralidad de opiniones y el diálogo entre las mismas, le entrenará en su capacidad argumentativa… de modo que familiarizar al individuo con semejante actividad desde la infancia constituiría una contribución esencial a su formación como persona y como ciudadano. Al hilo de su defensa y justificación de la FpN, Nomen nos introduce a la figura y obra de Matthew Lipman, argumenta que los niños se encuentran perfectamente capacitados para la propuesta en cuestión, describe los recursos a utilizar (como la narrativa, el juego y el arte) y sus respectivas aportaciones, nos presenta los tipos de pensamiento que pretende desarrollar la FpN: crítico, creativo y cuidadoso (y a este último dedicará no solo un capítulo específico en este libro sino también la segunda obra de que hablaremos, como veremos llegado el momento) y propone la dinámica del diálogo como una de las mejores herramientas para que el niño trabaje la reflexión filosófica. Queremos detenernos en este último punto porque nos ha parecido uno de los momentos más interesantes del libro. En las páginas correspondientes Nomen ofrece una serie de comentarios al respecto que, a pesar de su brevedad y de no profundizar en exceso, consideramos muy útiles como orientación para llevar a cabo este tipo de actividad, algo que, como sabemos por experiencia propia, no resulta nada fácil.
En cuanto al segundo de los libros que reseñamos aquí, cierra la trilogía que mencionamos al principio ocupándose de modo monográfico del pensamiento cuidadoso, uno de los tres tipos de pensamiento, junto con el crítico y el creativo, que la FpN distingue y cuyo desarrollo se plantea como objetivo. Por cierto, no estamos seguros de que “pensamiento cuidadoso” sea la mejor traducción posible del original careful thinking; quizás sería mejor “pensamiento del cuidado” o “para el cuidado”, ya que la primera alternativa parece connotar más el hecho de tener cuidado con el propio pensamiento que el de desarrollar un pensamiento que sirva para procurar el cuidado de los demás, que es de lo que en definitiva se trata: tener en cuenta a los demás para favorecer la convivencia social. No obstante, aquí respetaremos, por supuesto, la terminología empleada en el texto que estamos comentando.
Fomentar ese pensamiento cuidadoso en niños y adolescentes (“eso debe desarrollarse en la infancia, porque esperar a la edad adulta puede significar que lleguemos tarde”) equivale, en pocas palabras, a educar en valores morales (y especificamos porque parece que se suele dar por supuesto que siempre que hablamos de “valores” nos referimos al ámbito ético, cuando en realidad también existen otros valores; de hecho, el mismo pensamiento crítico de que también se ocupa la FpN se asienta en determinados valores epistémicos), esa “dimensión de nuestro pensamiento que nos vincula a los demás” y que nos lleva a procurarles “respeto y atención”, lo cual sería el fundamento de una ciudadanía democrática. Así, nos encontramos de nuevo con una primera parte del libro en que se exponen los fundamentos teóricos del asunto (incluyendo una interpretación de la diferencia entre “ética” y “moral” que no nos convence en absoluto, por cierto), tratando cuestiones como la misma noción de valor, su aprendizaje y la importancia de este en la infancia como vía para la construcción de un ciudadano libre y responsable, respetuoso, empático, generoso y solidario con los otros, siempre dispuesto al diálogo razonado y al consenso y comprometido en la mejora del mundo. Obviamente, este careful thinking se ha de dar en combinación con el critical thinking, pues no es posible sin que exista un pensamiento propio que goce de capacidad de cuestionamiento, autonomía y rigor; y el segundo, por otra parte, tampoco predispone a la bondad moral por sí mismo. Y de los tres tipos de pensamiento trabajados en la FpN es el cuidadoso el que, según el autor, “de verdad nos hace crecer como personas”.
Como en El niño filósofo, se dedican algunas páginas al diálogo filosófico; de modo inevitable, ya que este es el principal procedimiento empleado en la FpN. De hecho, se abunda en ello más que en el otro libro, donde, como hemos dicho más arriba, el asunto es tratado de manera somera. Sin embargo, aquí el autor llega a ofrecer indicaciones muy concretas acerca de cómo desarrollar en el aula este tipo de actividad, y siempre basándose en Lipman, de quien venimos comprobando, a lo largo de la lectura de los dos libros, que Nomen se muestra como un fiel seguidor.
Además, en esta parte del libro, como también ocurrirá en la segunda, aparecen abundantes referencias cinematográficas, con recomendaciones de películas que ilustran diversos valores morales. Esto es algo que nos ha agradado especialmente, habida cuenta del interés que siempre hemos tenido por el uso didáctico del cine (de hecho, hemos tomado buena nota de las referencias que desconocíamos de las enumeradas por Nomen).
Vamos ahora a por la segunda parte de cada uno de los libros, enfocada a la práctica didáctica. En el caso de El niño filósofo, se estructura alrededor de doce autores que recorren todas las etapas de la historia del pensamiento (en una selección que se encuentra entre las muchas posibles, según reconoce Nomen), y a partir de cada uno de los cuales se plantea un determinado interrogante que ha de servir como punto de partida (por ejemplo, para Montaigne: “¿Es importante tener buenos amigos?”). De cada uno de ellos se expone una breve introducción dirigida al adulto y centrada fundamentalmente en los conceptos o aspectos de su pensamiento que se han seleccionado para trabajar con el niño y, a continuación, se presentan los recursos didácticos a proponer a este. Estos consisten en un relato que pretende ilustrar las ideas del filósofo en cuestión (muchos de ellos tradicionales y anónimos, otros con autorías como las de Saint-Exupéry, Chéjov o Bucay), una serie de cuestiones que han de servir como pautas para desarrollar un diálogo y otras actividades orientadas al juego y a la creatividad.
La propuesta presentada en El niño filósofo y la ética es muy similar. Como en este, se presentan una serie de pensadores (no necesariamente filósofos, como en el anterior libro, sino también literatos o activistas sociales) a cada uno de los cuales se asocia una pregunta con su correspondiente desarrollo teórico. Lo que varía aquí es la pauta de actividades y recursos propuestos para cada uno de ellos: un relato acompañado por un plan de diálogo sobre el mismo, una película, una “acción para mejorar el mundo”, un ejercicio creativo, una propuesta de diálogo para que el niño desarrolle con la familia y una imagen gráfica que dé pie a la reflexión.
Hemos de decir que algunas de las propuestas (especialmente de entre las que aparecen en El niño filósofo) no nos terminan de convencer, y ello por distintas razones según el caso. En algunos momentos no nos parece que el relato elegido sea el mejor para ilustrar las ideas y el pensador con que se pretende relacionar; en otros, se nos ocurren mejores actividades que las que se enumeran, e incluso en algún caso no nos parece que exista adecuación al margen de edad en que está pensando el autor (especifica que el rango que considera más apropiado para las lecturas y actividades que propone se encuentra entre los nueve y los doce años, aunque a nosotros nos ha parecido que perfectamente se podría ampliar algo más por arriba)… Aunque, por supuesto, es muy posible que estemos equivocados. Los conocimientos y el bagaje de Nomen sobre este campo son, a buen seguro, muy superiores a los nuestros, que no somos en absoluto especialistas en la materia, pero es realmente difícil que el modo de trabajar en el aula de un determinado docente se ajuste plenamente a otro, ya que cada cual posee su propia experiencia al respecto. Ello no es óbice para la utilidad de estos libros: aunque no optásemos por adoptar tal cual las propuestas didácticas de Nomen, siguen resultando sumamente orientadoras e inspiradoras para elaborar las nuestras propias, quizás con otros relatos, otras pautas para el diálogo, etc. En cualquier caso, como se puede observar por lo que hemos enumerado más arriba, el conjunto de propuestas es suficientemente abundante y variado como para no poder encontrar entre ellas muchas y buenas ideas.