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lunes, 22 de abril de 2019

¿HAY QUE SER SIEMPRE TOLERANTE?


"Por lo tanto, debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes." (Karl R. Popper)

Anticipemos la conclusión: no. La tolerancia consiste en la aceptación de aquello que no se comparte, sean ideas, creencias, actitudes o conductas. Es reconocer el derecho a la existencia de lo otro, lo diferente a lo propio; admitir la pluralidad, en definitiva. Esa pluralidad es altamente deseable, pues la uniformidad no puede llevar sino al anquilosamiento, por imposibilidad de esa contrastación entre distintas posiciones que es lo único que permite poner cada una de ellas a prueba para eliminar las incorrectas o, al menos, refinar las existentes en vías a una mayor aproximación hacia lo correcto. Por lo tanto, estamos a favor de la tolerancia de manera absoluta y sin la más mínima reserva. Pero, no a pesar de eso sino precisamente por eso, hemos de reconocer un límite a la tolerancia, y ello a fuer de no incurrir en una contradicción. Hay algo que no se debe tolerar (es decir, algo que no se debe aceptar de entre lo que no compartimos), y es, sencillamente, la intolerancia. Tolerar la intolerancia sería contradictorio en el caso de quien defiende la tolerancia, porque eso supondría admitir, en nombre de la tolerancia, el opuesto que la anula. Ello conduciría a la afirmación: "en tanto que estoy a favor de la tolerancia, acepto la intolerancia". Nadie que se reconozca partidario de la tolerancia puede tolerar la intolerancia sin el efecto de cancelar su propio posicionamiento. En consecuencia, no se debe tolerar ninguna idea, creencia, actitud o conducta que no se muestre dispuesta a aceptar aquello que no se comparte.

Sin embargo, es un recurso demagógico habitual de los intolerantes apelar precisamente a eso que ellos no practican. Exigen tolerancia con respecto a su propia postura y, de no encontrarla, acusan al contrario de traicionar lo que predica. Con ello, pretenden escudarse nada menos que en lo que rechazan, trasladando además la carga de la culpabilidad (de su propia culpabilidad) a la parte contraria, en lo que no es sino un espectacular alarde de victimismo. Se trata de una treta burda pero no por ello menos efectiva, como hemos podido comprobar en más una ocasión, pues siempre hay quien efectivamente cae en ella dejándose convencer.

Seamos absoluta y radicalmente intolerantes con la intolerancia, y ello sin el más mínimo remordimiento. Seamos consecuentes con nuestra defensa de la tolerancia atacando con todas las armas posibles a los intolerantes sin que nos arredre el hecho de que, al hacerlo, nos acusen de intolerantes. Viniendo de ellos, tal acusación es un halago.


Karl Popper


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