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miércoles, 1 de septiembre de 2021

BÉRIOT: "UN CAFÉ CON VOLTAIRE"


                                                Un café con Voltaire

 

Louis Bériot

Un café con Voltaire

(Un café avec Voltaire)

Traducción: Mar Vidal

Año de publicación: 2016

Edición: Arpa, Barcelona, 2017

  

Nos encontramos aquí con un texto perfecto para aproximarse a la figura y las ideas del gran pensador francés, y, por extensión, al clima cultural de su época.

El autor, escritor y periodista, cifra la motivación de este libro en su interés personal por Voltaire combinado con el valor para el presente que aprecia en el pensamiento del siglo XVIII.

La obra se desarrolla en la forma de una sucesión de diálogos entre Voltaire y algunas otras figuras clave del pensamiento de su época, los cuales se encuentran insertos en un hilo narrativo que aporta, al mismo tiempo, elementos biográficos del personaje principal.

En estos diálogos, algunos reales y otros inventados, según el autor, se reflejan las ideas de sus participantes, en ocasiones (de nuevo según el autor) en palabras extraídas de sus propios textos.

A continuación resumimos el contenido.

Cap. 1. El exilio inglés

La narración arranca situándonos en las circunstancias del exilio londinense de Voltaire en 1726, motivado por conflictos con la nobleza francesa. Voltaire aprovecha su estancia en Inglaterra para conseguir una cita con Newton, a quien desea conocer atraído por su fama.

Cap. 2. Voltaire en casa de Newton

Voltaire, acompañado por Alexander Pope y Jonathan Swift, se entrevista con un Newton a tan sólo escasas semanas de su muerte. El científico comparte con sus visitantes reflexiones acerca de sus descubrimientos, sobre cuestiones teológicas y su propia posición religiosa o sobre su interés por la alquimia. Durante parte del diálogo, Newton se ocupa de contrastar sus propias aportaciones con las de otro de los responsables de la visión moderna de la naturaleza, Descartes, lo que llevará a Voltaire a concluir que con Newton se produce la separación histórica entre ciencia y filosofía, que a partir de ese momento pasarán a ocuparse de objetos distintos mediante planteamientos metodológicos diferentes.

Cap. 3. De exilio en exilio

Fragmento biográfico en el que se narra el regreso a Francia del protagonista tras su exilio londinense, así como su actividad literaria y los problemas que la misma le reporta con la corte y la Iglesia, con las consecuencias de censura y de ocasionales huidas a otros países. Comienza su idilio con Émilie de Châtelet. También traba amistad con Jean-Antoinette Poisson (Madame de Pompadour), amante de Luis XV, lo que le supone protección ante la corte, un aumento de su influencia en el mundo cultural y la posibilidad de asentarse en París sin temor a persecuciones.

Cap. 4. Voltaire y Montesquieu. El enfrentamiento

El comienzo del capítulo nos sitúa en el ambiente de los salones. Voltaire tiene un encuentro con Montesquieu, con quien mantiene una relación de mutua animadversión y rivalidad. En su diálogo enfrentarán sus respectivos puntos de vista acerca de diversas cuestiones a modo de pulso en el plano intelectual. Tomando como referencia textos de Montesquieu como El espíritu de las leyes o Cartas persas, se suceden temas tales como la condición intelectual de la mujer (a propósito de Mme. de Châtelet y su obra como la divulgadora de Newton en francés que fue), Inglaterra, el carácter del pueblo francés, el mejor sistema de gobierno (centrándose especialmente en la discusión acerca de la monarquía)...

Cap. 5. Última cena en casa de la Pompadour

Con motivo de una cena organizada por Mme. de Pompadour, desfilan muchos de los personajes destacados de la cultura del momento, acerca de los que podemos leer las opiniones de Voltaire y la Pompadour y, más tarde, de ser testigos de sus propias intervenciones: Fontenelle, Rameau, Diderot, Rousseau, Boucher, Marivaux, Buffon, de nuevo Montesquieu... El capítulo se cierra con la despedida definitiva entre Mme. de Pompadour y Voltaire.

Cap. 6. Émilie y Voltaire. Últimos momentos

Tras un periodo final de distanciamiento entre Voltaire y Mme. de Châtelet, su amante, amiga y compañera intelectual durante dos décadas, ella muere a consecuencia de un parto. Antes de ello, departen acerca de Newton, sobre cuya obra ella se encuentra trabajando. Simultáneamente, asistimos al intercambio epistolar entre Voltaire y Federico II de Prusia, admirador del filósofo y que intenta convencerle para que le visite en su corte, cosa a la que finalmente accede el filósofo.

Cap. 7. Voltaire en la corte de Federico II

Voltaire se incorpora a la corte de Federico II, modelo de rey ilustrado que gusta de rodearse de intelectuales. Allí trata con otros como Maupertuis o La Mettrie. Las abundantes conversaciones entre Voltaire y Federico giran en torno a temas como la religión, el fanatismo, la verdad o la libertad. Finalmente, el filósofo pierde el favor del monarca y marcha de Alemania.

Cap. 8. ECRLINF (aplastar a la Infame)

Tras pasar unos años en Ginebra (momento de la narración que incluye un breve encuentro con Casanova), Voltaire, ya en su sesentena, compra una propiedad en Francia donde se asentará definitivamente. Es la época en que intercede a favor de la Enciclopedia, así como de abundante producción literaria, con piezas como Cándido, y epistolar. Pero lo más destacado es su campaña en el caso de la ejecución por motivos religiosos de Jean Calas, que le llevará a la redacción de su Tratado sobre la tolerancia y a la adopción desde ese momento y en adelante de una postura militante contra la Iglesia (o la Infame, como la llama el mismo Voltaire).

Cap. 9. Voltaire y Rousseau. Irreconciliables

Voltaire recibe la visita de Rousseau, quien acude a pedirle alojamiento al retornar de su exilio en Prusia. Se produce un extenso diálogo entre los dos personajes en el que se ponen de manifiesto las profundas diferencias entre ambos, cuyas ideas resultan opuestas en casi todo momento. En el susodicho diálogo se tocan algunos de los temas del pensamiento rousseauniano, como la crítica a la civilización frente a la exaltación de la naturaleza, surge la mención al panfleto contra Rousseau que Voltaire publicara anónimamente, o Voltaire hace profesión de teísmo, entre otros contenidos.

Cap. 10. Ferney. Un modelo

Se nos retrata el momento vital de un Voltaire de ya ochenta años, agasajado por sus compañeros intelectuales (aparecen Condorcet o D'Alembert, así como alusiones a Diderot y su Enciclopedia o a Châtelet), célebre y admirado por el pueblo debido a su compromiso como defensor de causas como la de Calas y otras similares y benefactor de la región donde se localiza su propiedad, de cuya prosperidad es impulsor.

Cap. 11. Voltaire en casa de Buffon, naturalmente

Voltaire es invitado por el naturalista a pasar una jornada con él, quien le muestra sus lugares de vivienda y trabajo. Con referencias a la obra de Buffon Historia natural, se tocan temas como las eras geológicas, el evolucionismo biológico aplicado al ser humano o la conducta y vida mental de los animales irracionales. En este punto, Voltaire, vegetariano y crítico con la visión cartesiana del animal como máquina, se enfrenta a Buffon y su defensa de la utilización de los animales en provecho del conocimiento científico.

Cap. 12. Adiós a Ferney

Voltaire marcha de su propiedad en Ferney para volver a París tras tres décadas de que tal cosa no le estuviera permitida por orden real. Es despedido por los lugareños en loor de multitudes. Igualmente, a su llegada a París es recibido con expectación.

Cap. 13. Voltaire y Diderot, por fin

Se nos retratan los últimos momentos de la vida de Voltaire, en una decadencia física por su ya avanzada edad que hace temer su muerte en cualquier momento. Al mismo tiempo, se nos muestra como ya es considerado un personaje absolutamente respetado y admirado, tanto como por su obra como por su activismo social, lo cual queda plasmado en el capítulo por diversos acontecimientos: multitudes que le ovacionan cuando se desplaza por las calles, una cola de visitantes ante su residencia, los honores que se le brindan en la Academia de Ciencias, la aclamación del público que asiste a sus representaciones teatrales,...

Por otra, parte, en este capítulo aparecen nuevos personajes que dialogan con Voltaire. Diderot acude a su casa, tras mucho tiempo eludiéndole y rechazando sus invitaciones, tal como se menciona en algún momento de capítulos anteriores, a pesar de la colaboración y defensa de la Enciclopedia que en su momento llevara a cabo Voltaire. Tras que Diderot le exprese su admiración por sus logros, dialogan acerca de temas como Catalina de Rusia, la elaboración de la Enciclopedia, el ateísmo de Diderot, que es discutido por Voltaire desde su postura teísta, o el suicidio. También hay una aparición y diálogo con Benjamin Franklin.

Cap. 14. Y la luz del siglo se propagó

Recoge la muerte de Voltaire y sus circunstancias, seguido de un epílogo en que se narran los honores que recibieron sus restos.

 

Nota final: Por cierto, es sabido que Voltaire fue un impenitente adicto al café. De ahí el título del libro.


GARCÍA DAUDER Y PÉREZ SEDEÑO: "LAS MENTIRAS CIENTÍFICAS SOBRE LAS MUJERES"

                                        

 

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García Dauder, S. y Pérez Sedeño, E.

Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres

Los Libros de la Catarata, Madrid, 2017



Nos encontramos ante un libro que conjuga dos asuntos que nos interesan de manera especial: el conocimiento científico y la problemática de género. Por lo que en su momento resultó inevitable que nos llamase la atención en uno de nuestros habituales paseos ante los expositores de las novedades de ensayo de la librería de turno. Y, como tantas otras de nuestras adquisiciones bibliográficas, fue a cobijarse en la estantería correspondiente hasta que, aproximadamente tres años y medio después (no es tanto para lo que les toca esperar a muchos de los volúmenes que vamos recolectando en espera del momento propicio), le hemos hincado el diente y podemos comentar algo al respecto. Vamos allá.

Lo primero que quisiéramos hacer es una enmienda al título del libro, siempre desde el respeto y la modestia. Si bien el entrecomillado recoge la palabra “mentiras”, pensamos que más bien debería trasladarse a la palabra “ciencia”. Porque muchas de las cosas que se exponen y critican en el texto son, efectivamente y sin matices, falsedades (o distorsiones, prejuicios, sesgos, ignorancia, silencios…); pero lo que no resulta tan claro es que se hayan emitido desde la auténtica ciencia, al menos teniendo en cuenta los valores que procede exigir a este modo de interpretar el mundo (aun reconociendo que, si pensamos en semejante ideal, no podemos negar que tal “auténtica ciencia” se da en muy contadas ocasiones). En realidad, lo que aquí encontramos es, en algunos de los casos, pseudociencia; y en otros, la mayoría de los que recoge el libro, ciencia oficial, sí, pero en ciertas formas de manifestarse que son consecuencia de encontrarse atravesada por sesgos de género de los que difícilmente podría librarse algo que no deja de ser un producto más de una cultura patriarcal, lo que la convierte en “mala ciencia”. 

Introducción

Se expone el objetivo principal de la obra, asi como una sinopsis de los capítulos que la componen. Resulta especialmente interesante la intención “pedagógica” que manifiestan las autoras, que consideran que lo expuesto en el libro puede contribuir a sensibilizar ante los sesgos de género en el trabajo científico y, por tanto, también impulsar el esfuerzo por evitarlos. 

Capítulo 1. Falsedades científicas

Este capítulo se ocupa de algunas afirmaciones realizadas desde el terreno de la ciencia que, sin encontrarse suficientemente sustentadas por la evidencia, han servido para justificar la posición subordinada de la mujer en la sociedad patriarcal. Tales ideas pretenden que dicha posición se encuentra justificada por una naturaleza particular de la mujer diferenciada de la del varón, y por lo tanto no depende de factores educacionales o ambientales en general.

La primera teoría que haría semejante tipo de afirmaciones en el ámbito de las ciencias naturales sería el darwinismo: desde la convicción del mismo Darwin acerca de la mujer como naturalmente inferior al hombre desde el punto de vista evolutivo, hasta los teóricos de la sociobiología que han recurrido al concepto de conducta adaptativa para justificar fenómenos como la promiscuidad masculina o el abuso sexual.

Otra tendencia común ha sido la de intentar demostrar empíricamente ciertas diferencias intelectuales entre los sexos, sosteniendo además que se fundamentan en lo biológico. Como ejemplo de ello, el texto se centra en los estudios que han pretendido mostrar la menor capacidad de la mujer para el razonamiento matemático, justificando con ello su exclusión de ciertas áreas académicas y profesionales. Las autoras se extienden en desmontar con detalle tales afirmaciones para mostrar que esas diferencias no existen tal como se describen, o que las que sí puedan darse son resultado de factores ambientales, o incluso que no tendrían por qué poseer las implicaciones educativas y sociales que se pretende. Es más, se expone la clarificadora idea de que el interés por estudiar supuestas diferencias de este tipo entre varones y mujeres, categorizando los cerebros humanos en dos clases únicas y distintas, ya delata por sí mismo un prejuicio patriarcal. 

Capítulo 2. Los silencios y las invisibilizaciones de las mujeres en la ciencia

Si el capítulo anterior ha mostrado que el sesgo androcéntrico produce conocimiento falso, en este se verá cómo también puede dar lugar a no conocimiento, es decir, a una invisibilización de lo femenino en el terreno de la ciencia, y ello en diferentes sentidos (tan diferentes que pensamos que quizás hubiera sido preferible desglosar el contenido de este capítulo en varios).

Esa invisibilización puede significar, en primer lugar, que la investigación científica no atienda a problemas que afectan de modo específico a la mujer, como los anticonceptivos masculinos, ciertas facetas de su sexualidad o aspectos de su anatomía que van más allá de la mera función reproductiva a la que parece querer reducirla la sociedad. Ello ayudado por la estrategia paternalista, deslegitimadora y silenciadora de negar la competencia y la validez epistémica del punto de vista de la propia mujer sobre lo que le atañe de modo directo.

Otro tipo de fenómeno, distinto del anterior, al que se puede aplicar la etiqueta de “invisibilización”, ha sido la que tradicionalmente y a lo largo de toda la historia han padecido las mujeres científicas y su trabajo. Se presta especial atención al conocido como “efecto Matilda”, por el cual las aportaciones de las científicas les son arrebatadas por los hombres con los que han colaborado o han compartido campo de investigación, eclipsando así el mérito y la presencia de aquellas. Se enumera una abundante retahíla de casos que ejemplifican este fenómeno.

La paleantropología ha sido un campo en que la invisibilización de la mujer se ha hecho especialmente patente, al aplicarse un claro sesgo androcéntrico a la historia evolutiva del ser humano, infravalorando su papel en las sociedades primitivas. Sin embargo, a partir de los años setenta del siglo XX, los trabajos de una serie de primatólogas sirvieron para reevaluar y poner en cuestión el supuesto papel pasivo y dependiente de las hembras (mostrando, por otra parte, que la investigación científica no es algo absolutamente neutro, ya que el punto de vista que se aplique puede determinar tanto los problemas que se planteen como las respuestas a las que se llegue). Tales conclusiones se considerarían trasladables al caso del ser humano, sirviendo así para corregir las teorías utilizadas hasta ese momento para justificar apelando a razones “naturales” la posición subordinada de la mujer. Por otra parte, recientes investigaciones han servido para restar importancia a la caza y el consumo de carne en la vida de las especies homínidas, contribuyendo también, de esa manera, a poner en cuestión el papel protagonista y esencial que se le adjudicaba al varón, supuesto principal artífice de esa actividad. Estudios acerca de culturas de cazadores-recolectores contemporáneas confirman todo lo anterior.

Otra área en que la mujer ha quedado claramente invisibilizada de modo habitual ha sido la de la medicina, donde ha existido un androcentrismo que se ha manifestado de múltiples maneras. Por ejemplo, no teniendo en cuenta su sintomatología particular en determinadas enfermedades (como las cardiopatías), lo cual tiene como consecuencia el infradiagnóstico y los tratamientos deficientes. O en su ausencia en ensayos clínicos, lo cual conduce a que se les extrapolen los resultados hallados con hombres ignorando su especificidad metabólica y sus posibles respuestas diferenciales. Un caso que se presenta como paradigmático de lo anterior es el de la investigación sobre el VIH/SIDA, acerca del que se ofrece información especialmente detallada.
    A 2021, en plena pandemia de COVID-19, podemos referirnos también a las críticas que se están dirigiendo al hecho de que los ensayos clínicos de las vacunas contra la enfermedad en cuestión no hayan tenido en cuenta la variable del sexo, dándose la circunstancia de que el 80 % de casos de efectos secundarios adversos se han dado en mujeres, además con una aparente incidencia en desarreglos del ciclo menstrual. Es decir, lo denunciado por las autoras en este capítulo sigue siendo un problema de plena vigencia. 

Capítulo 3. Los secretos o lo que la ciencia oculta sobre las mujeres

Este capítulo nos habla acerca de determinados aspectos de lo femenino que se han mantenido en el terreno de lo ignorado como efecto del sesgo androcéntrico de la investigación científica (y lo cierto es que en esto no encontramos una diferencia significativa con, al menos, algunas de las cuestiones incluidas en el capítulo anterior, que bien podrían haber sido tratadas en este, lo que nos lleva a abundar en nuestro comentario de más arriba acerca de que quizás hubiese sido preferible una estructuración diferente de los contenidos).

En primer lugar, ciertos aspectos de la sexualidad femenina han sido o bien escasamente investigados o investigados de manera poco objetiva debido a determinados intereses y prejuicios. Uno de ellos sería  el de sostener una estricta dualidad de sexos basándose en la genitalidad, y negando así que, debido al efecto de distintos tipos de variables (anatómicas, sí, pero también hormonales, cromosómicas,…) pueda decirse que existen no solo dos sino todo un continuo de diferentes sexos. Con ello, para las autores, también el concepto de “sexo” (y no solo el de “género”), sería un constructo científicosocial. Por otra parte, en la determinación de las ideas acerca de la sexualidad femenina también ha poseído un peso fundamental el hecho de negarle cualquier otra función que no sea la reproductiva, como es la del placer. Un ejemplo de consecuencia de todo lo anterior lo encontramos en las investigaciones y las teorías que se han producido acerca de asuntos como el de la eyaculación femenina o la presencia y función de un órgano prostático en las mujeres.

En el caso de la píldora anticonceptiva y otros tratamientos hormonales similares convergen una gran cantidad de faltas y errores en que suele incurrir la biomedicina con respecto a las mujeres (algunos ya mencionados): su escasa presencia en los ensayos clínicos o deficiencias importantes en los mismos cuando se ocupan de aquellos problemas de salud que afecta exclusivamente a las mujeres, la reducción de la sexualidad femenina a lo reproductivo o la influencia de los intereses de la industria farmacéutica, que lleva tanto a patologizar determinados fenómenos para fomentar su medicalización como a la omisión de efectos adversos de determinados fármacos. En este punto se presenta una interesante crítica a la clásica valoración, incluso por parte del feminismo, de la aparición de la píldora anticonceptiva en los años sesenta del siglo XX como algo que favoreció de manera clave la liberación sexual femenina al permitir el control de la mujer sobre su capacidad reproductiva. Según las autoras, lo anterior es un argumento tramposo que oculta sesgos patriarcales, ya que no se exige al varón una igual responsabilidad en la contracepción o se ignoran efectos adversos como, sin ir más lejos, la disminución de la líbido.

El punto de vista patriarcal se encuentra, asimismo, tras las investigaciones sobre la menstruación, que se han enfocado prioritariamente pensando en cómo afecta a instancias externas más que a la propia mujer (por ejemplo, en cuanto a costes laborales o, de nuevo, por el beneficio de la industria farmacéutica). Otro tanto si hablamos de la menopausia, proceso natural que es injustificadamente patologizado (en parte, una vez más, por considerar a la mujer esencialmente como un ser reproductor) y ni investigado ni tratado de modo apropiado.

El capítulo se cierra recogiendo la polémica acerca de la vacuna del virus del papiloma humano, cuyos detractores no consideran suficientemente justificada su administración masiva, aduciendo que parece responder más a determinados intereses particulares que a un auténtico problema de salud pública y a una evidencia científica suficiente. 

Capítulo 4. Invenciones científicas sobre las mujeres

El capítulo comienza describiendo un problema que afecta a toda la población: el de la invención o promoción de enfermedades, que conduce a los fenómenos de patologización injustificada de determinados estados o conductas, sobrediagnóstico e hipermedicación, a menudo en respuesta a intereses de la industria farmacéutica con la complicidad de profesionales sanitarios y medios de comunicación. Pero, obviamente, inmediatamente se centra en cómo ello afecta de manera particular a las mujeres. En su caso, y desde una mirada patriarcal, se han inventado enfermedades conceptualizando como tales facetas de la feminidad como eventos fisiológicos naturales, malestares derivados de su realidad personal o social o determinadas vivencias tales como las relacionadas con lo reproductivo o lo sexual. De manera general, tal cosa ha supuesto medicalizar determinados aspectos de la vida y la experiencia particulares de la mujer en base a ciertos sesgos de género. Además, en muchos casos, lo categorizado como “enfermedad” no han sido sino comportamientos de la mujer no aceptados desde la norma patriarcal y cuyas terapias han servido como dispositivo de control y de mantenimiento en el rol asignado.

Así sucedería, sobre todo en el siglo XIX (aunque se sigue detectando en alguna medida en el actual Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría), con “enfermedades mentales” como la histeria o ciertas neurosis o depresiones. O en la actualidad con el llamado “síndrome premenstrual”.

Entre los contenidos de este capítulo, resulta muy interesante una exposición de varias páginas en la que se lleva a cabo un recorrido por el modo en que las sucesivas ediciones del DSM de la APA (que ya hemos mencionado hace unas líneas) han patologizado determinadas experiencias o conductas sexuales (y no solo en lo que afecta de manera específica a la mujer).

El caso de este tipo más reciente (entre finales del siglo XX y comienzos del XXI) ha sido el de la llamada “disfunción sexual femenina” (DSF). Tras la medicalización de la sexualidad masculina y el éxito comercial de Viagra que trae consigo, la industria farmacéutica, en connivencia con la academia, se plantea el objetivo de extender ese mercado a la mujer. Aquí se produce lo opuesto de la ocultación de conocimiento sobre la próstata y la eyaculación femeninas que se narra en el capítulo 3. Si en aquel caso se pretende ignorar de modo interesado determinadas semejanzas fisiológicas entre ambos sexos, en este se aplica un modelo masculino a la sexualidad femenina sin evidencia que lo justifique (estos opuestos tipos de sesgos serán analizados con detalle en el último capítulo del libro). Así, como narran las autoras, algunos urólogos y sexólogos comienzan a desarrollar una campaña de invención de un problema (la DSF) a medida del producto farmacéutico que se quiere promocionar. Un importante efecto negativo de esto sería que serviría para invisibilizar y por tanto dejar de tratar los auténticos factores no médicos, sociales o personales, del malestar sexual de las mujeres, tal como ha puesto de manifiesto todo un movimiento crítico que se activó al respecto de este asunto. Además (y lo que sigue son efectos negativos que también atañen a la medicalización de la sexualidad masculina), se promueve una norma de sexualidad “correcta” (heterosexual, genital y falocéntrica) y se omite una vez más (ya lo mencionamos a propósito de los contenidos del capítulo 3) el continuo de variantes que existen en lo sexual más allá del constructo cultural de la dualidad masculino/femenino. 

Capítulo 5. Sesgos de género en la práctica científica e investigadora

Si en los restantes capítulos se han visto diversos casos resultantes del efecto de sesgos de género en el trabajo científico, en este tales sesgos son presentados de modo más sistemático poniéndose en relación con los distintos momentos del proceso de investigación, y reiterándose muchos de los ejemplos ya expuestos anteriormente.

En primer lugar, y recorriendo todo el proceso investigador, encontramos dos sesgos opuestos entre sí. Uno de ellos, el consistente en considerar a la mujer como esencialmente diferente del varón (diferencia que normalmente conlleva inferioridad o carencia de cualidades), el “Otro” de este, tal como expresaría Beauvoir. El segundo, el que conduce a ignorar las diferencias entre varones y mujeres, adoptando la perspectiva androcéntrica que sitúa lo masculino como referente universal. Se trata de dos visiones extremas, ambas de las cuales traen consigo efectos negativos en el terreno médico, ya vistos en momentos anteriores del libro. El primero de los susodichos sesgos provoca fenómenos como reducir la salud de las mujeres a lo sexual-reproductivo, patologizar procesos fisiológicos o psicológicos normales en ellas o el trato diferenciado hacia varones y mujeres con respecto a los mismos problemas. Además, lleva a naturalizar y esencializar las desigualdades de género, además de ignorar la variabilidad dentro de cada sexo/género, la interseccionalidad de esta variable con otras (clase social, etnia…) o las identidades que no responden a semejante esquema dualista. Por otra parte, el segundo de estos sesgos impide atender a las particularidades de las mujeres en cuanto a sintomatología, tratamientos, etc. Aunque ya hace muchas páginas que el libro se ha ido centrando cada vez más en el terreno de la medicina, aquí también se alude al efecto de estos sesgos en áreas como la psicología o la sociología.

Atendiendo, como decíamos más arriba, a las sucesivas fases del proceso de investigación, ya en su momento inicial se introduce un sesgo en la identificación y/o selección de los problemas a investigar, dado que se atiende de modo prioritario a aquellos que responden a los intereses y valores del grupo hegemónico de los varones, presentado como neutro y universal.
    También se detecta un sesgo claro en los modelos teóricos que suelen emplearse, referido al supuesto de un dualismo en cuanto a sexo/género que ignora tanto un abanico de identidades intermedias como la interseccionalidad con otras variables (edad, etnia, clase social…).
    Los sesgos anteriores siguen haciéndose patentes en los sucesivos momentos del proceso investigador, como el planteamiento de hipótesis, la definición de variables, el diseño experimental, las muestras empleadas, la influencia de la situación experimental sobre el sujeto, las expectativas o prejuicios del investigador, la recogida y análisis de datos, la interpretación de resultados, su publicación e incluso su recepción, valoración y difusión. 

Consideraciones finales

El libro se cierra con una reflexión y discusión acerca de la influencia de los valores en el trabajo científico, el cual se pretende idealmente como algo neutro y absolutamente objetivo. Surgen las preguntas acerca de hasta qué punto es posible depurar tal influencia a través de lo metodológico, con el objetivo de evitar la “mala ciencia” a que se daría lugar (tal como pretende la epistemología tradicional), o si más bien se ha de asumir que se trata de algo inevitable y propio de la ciencia como tal, no teniendo sentido, por tanto, distinguir entre buena y mala ciencia (en una posición afín al constructivismo social de la ciencia propio de la visión posmoderna). La conclusión de las autoras resulta, a nuestro parecer, algo confusa, pues dicen decantarse hacia la segunda alternativa, lo cual anularía, creemos, la posibilidad de criticar y corregir esos sesgos de género que se han denunciado a lo largo de toda la obra. No obstante, las autoras no parecen apreciarlo así en absoluto, sino que, al contrario, defienden la asunción de esa posición como la vía para eliminar los sesgos de género, no quedando muy claros los mecanismos que proponen para ello. Confuso, como decíamos. Nos queda la impresión final de que se incurre en ciertas incoherencias y batiburrillos conceptuales muy propios del subjetivismo relativista, o quizás no hemos comprendido del todo lo que se intenta transmitir en estas últimas páginas.

No obstante, podemos perfectamente obviar la susodicha tesis final para quedarnos con lo desarrollado en el resto del libro: un buen compendio de todo el abanico de problemas y perjuicios que genera la mala ciencia en cuanto afecta de modo específico a las mujeres, sirviendo además en muchos casos como uno más de los factores legitimadores de la vision androcéntrica y patriarcal. Quizás podríamos reprochar cierto desequilibrio en la referencia a distintas áreas científicas: aunque haya partes dedicadas a la biología, la paleantropología, la psicología/psiquiatría o las matemáticas, y algunas alusiones a la sociología, queda la impresión global de que centra la mayor parte de sus ejemplos en la medicina, cuando a buen seguro que hay muchas más cosas que decir sobre este asunto en lo que se refiere a las diversas ciencias sociales. Como aspecto muy positivo, hemos de destacar el constante y abundantísimo recurso a estudios y datos cualitativos con que las autoras respaldan su exposición.


VIGENCIA DE KANT

Mi texto preferido de Kant es, sin duda y por mucho, ¿Qué es la Ilustración? Publicado en 1784, resulta perfectamente vigente en nuestros días y seguirá siéndolo mientras, por desgracia, no cambien muchas cosas. Aquí vamos a compartir un extracto del mismo. Sin más comentarios, ya que las palabras que siguen hablan por sí mismas.
 
 
                                            https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcT6jANvrlhN8XP5JYRAIW5CHsHfViTqHTIHkQ&usqp=CAU


La Ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.

La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.

Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.

(...) Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe!