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domingo, 1 de septiembre de 2019

"DÍAS DE NIETZSCHE EN TURÍN"





Recogemos en esta ocasión una bastante desconocida película sobre el pensador alemán que nos puede ayudar a ampliar nuestro repertorio de biopics filosóficos (con la trilogía de Rossellini indiscutiblemente a la cabeza del género). Se trata de la producción brasileña Días de Nietzsche en Turín (Júlio Bressane, 2001).

Siempre resulta cuanto menos curioso ver plasmado en imágenes cinematográficas a un personaje histórico. Cuando, además, tal personaje es como el que protagoniza esta película, no resulta menos estimulante comprobar cómo se ha superado el reto de generar hora y media de metraje en base a unas "aventuras" que transcurren en el terreno del pensamiento.
      La película, como su título revela claramente, relata el periodo de estancia de Nietzsche (otoño e invierno de 1888) en la ciudad italiana de Turín. Sus problemas de salud impelieron al filósofo a desplazarse frecuentemente a lo largo de Europa en busca de climas benignos para su estado. Así, residió temporalmente en lugares como Sils Maria o Niza y también, como ya hemos dicho, en Turín. Ésta fue además la ciudad en que transcurriría su último periodo de actividad, pues sería allí donde sufriría la crisis que le sumiría sin vuelta atrás en un estado de enajenación mental que le obligaría a retirarse de la vida pública e intelectual durante la década que aún restaría hasta su muerte. Pero la época de Turín fue también la de la máxima madurez de su pensamiento y la de mayor fecundidad en su producción literaria; un momento aparentemente muy satisfactorio en la vida del filósofo, según se trasluce en su correspondencia.
      La película, por lo tanto, retrata esos meses de la vida de Nietzsche, al que vemos pasear por Turín, relacionarse con sus vecinos, leer y escribir (resulta emocionante contemplar a Nietzsche "en acción", al menos desde cierto punto de vista fetichista) y, también, en el último tramo de la película, sumirse en la locura (muy curiosas a la par que sobrecogedoras esas imágenes de cierre en que se dota de efectos de movimiento a una serie de fotografías del pensador ya convaleciente). Pero sobre todo le vemos o, mejor, le escuchamos pensar. Porque la película, carente de diálogos, se construye alrededor del recitado de textos del filósofo. Ello, junto con un recorrido visual por Turín y una soberbia selección musical (Bizet, Wagner,... y también algunas composiciones del propio Nietzsche) dan lugar a una obra concebida para ser paladeada de modo pausado y reflexivo (desde luego, ni te acerques a ella si eres de esas personas incapaces de disfrutar de la lentitud en el cine).

Ni mucho menos se trata de una película magistral, pero sí lo suficientemente interesante como para que merezca la pena dedicarle una parte de nuestro escaso tiempo vital (cosa que, sabemos perfectamente, no se puede decir de muchas otras de nuestras ocupaciones). Además, bien puede servirnos para ayudarnos a olvidar la pésima El día que Nietzsche lloró (Pinchas Perry, 2007).



SOBRE LA DIVULGACIÓN FILOSÓFICA


Mi postura ante la divulgación filosófica, que tanto abunda en los últimos tiempos, entraña una fuerte ambivalencia: por una parte, soy ferviente partidario de su existencia; por otra, me inspira una actitud de prevención.

La divulgación de la filosofía supone ofrecer esta disciplina, en demasiadas ocasiones erróneamente presentada como abstrusa e inalcanzable, al ciudadano común. Y ello bajo todas las formas, formatos y estilos y a través de todos los medios posibles, siempre que se cumpla el objetivo de invitar a la reflexión, a la actividad crítica, al cuestionamiento de lo dado por sabido. Acciones y actitudes éstas que no se han de dejar tan sólo en manos de los "profesionales", puesto que competen a todo ciudadano en tanto que deberían caracterizarle esencialmente como tal.

El constante riesgo a evitar es el de la banalización, y que se difunda la idea errónea de que cualquier participación activa (en forma de reflexión y opinión) en las iniciativas de divulgación (por ejemplo, en una de esas tertulias o "cafés" filosóficos, pongamos por caso) ya es "hacer filosofía". Hay que dejar claro que la filosofía requiere de un elevado rigor y que el simple opinar de cualquier manera no es filosofar, idea al parecer demasiado extendida. No ocurre así en el terreno de las ciencias positivas, obviamente porque el ciudadano percibe que en este caso el trabajo intelectual requiere de unas herramientas conceptuales y de unos procedimientos específicos que no están al alcance del no especialista. Al parecer, no se entiende de la misma manera en lo que respecta a la filosofía, cuando, sin embargo, en su caso sucede exactamente lo mismo. Me da la impresión de que con esto ocurre algo similar a lo que se da con el arte no figurativo: que quienes no llegan a comprenderlo plenamente suelen acabar juzgando que "cualquiera puede hacerlo". Y no.



SAGAN ACERCA DE RANDI


 


Dos personajes admirados aquí, dos escépticos de pro. Ambos luchadores, cada uno mediante sus respectivas y diferentes herramientas, contra la irracionalidad y la pseudociencia: Carl Sagan y James Randi. No necesitan presentación, al menos para quienes compartan los intereses de este blog. Pero ¿qué nos puede decir el primero de ellos acerca del segundo? La curiosidad que nos suscita semejante opinión la satisfacemos echándole un vistazo a El mundo y sus demonios, la obra de Sagan que constituye una de las referencias fundamentales en cualquier biblioteca escéptica que se precie y a la que algún día, ineludiblemente, tendremos que dedicar un artículo. Allá va, con moraleja final incluida:

Los magos, por otro lado, están en el negocio del engaño. (...) Algunos usan sus cono­cimientos para poner en evidencia a los charlatanes que hay entre sus filas y fuera de ellas. Un ladrón se dispone a cazar a otro ladrón.
       Pocos reaccionan a este desafío con tanta energía como Ja­mes Randi, «el asombroso», que se describe a sí mismo con preci­sión como un hombre enfadado. La supervivencia hasta nuestros días del misticismo antediluviano y la superstición no le enoja tan­to como la aceptación acrítica de las obras de misticismo y supers­tición que pueden defraudar, humillar y a veces incluso matar. Como todos nosotros, Randi es imperfecto: a veces es intolerante y condescendiente y no siente ninguna simpatía por las fragilidades humanas que fundamentan la credulidad. Le suelen pagar por sus conferencias y actuaciones, pero nada comparable a lo que recibiría si declarase que sus trucos derivan de poderes psíquicos o divinos, o de influencias extraterrestres (la mayoría de prestidigitadores profesionales de todo el mundo parece creer en la realidad de los fe­nómenos psíquicos... según los sondeos de sus opiniones). Como prestidigitador, Randi ha trabajado mucho para desenmascarar a videntes remotos, «telépatas» y curanderos que han estafado al público. Hizo una demostración de los sencillos engaños y apreciaciones erróneas mediante los cuales los psíquicos que doblan cucharas (1) habían conseguido que físicos teóricos prominentes recono­cieran la existencia de nuevos fenómenos físicos. Ha recibido un amplio reconocimiento entre los científicos y es poseedor de una beca de la Fundación MacArthur (llamada «de genio»). Un crítico le acusó de estar «obsesionado con la realidad». Ojalá pudiera de­cirse lo mismo de nuestra nación y nuestra especie.
        Randi ha hecho más que nadie en épocas recientes para poner al descubierto la simulación y el fraude en el lucrativo negocio de la curación mediante la fe. Examina las pruebas. Comenta los cotilleos. Escucha la corriente de información «milagrosa» que llega al curandero itinerante... no por inspiración divina, sino por radio, a 39'17 megaherzios de frecuencia, transmitida por su espo­sa entre bastidores (2). Randi descubre que los que se levantan de las sillas de ruedas y, según se afirma, han sido curados, nunca habían estado confinados a sillas de ruedas: un acomodador los invitó a sentarse en ellas. Desafía a los curanderos a proporcionar pruebas médicas serias para dar validez a sus reclamaciones. Invita a las agencias locales y federales del gobierno a aplicar la ley contra el fraude y la mala práctica médica. Critica a los medios de informa­ción por su estudiado alejamiento del tema. Revela el desprecio profundo de esos curanderos hacia sus pacientes y parroquianos. (...) Creo que es una suerte que James Randi descorra la cortina. Pero sería tan peligroso confiarle a él el desenmascaramiento de to­dos los matasanos, farsantes y tonterías del mundo como creer a esos mismos charlatanes. Si no queremos que nos engañen, debe­mos ocuparnos de ello nosotros mismos.  


Notas del autor del blog:

(1) Se hace referencia a Uri Geller, otrora célebre estafador al que Randi se empeñó en perseguir de modo inmisericorde
(2) El caso de Peter Popoff, que pretendidamente adivinaba información personal de miembros del público (datos personales, las enfermedades que padecían...). Para hacerlo, tal como se explica en el texto, recurría a algo tan escasamente paranormal como la tecnología: su cómplice le transmitía esa información a un pinganillo que ocultaba en su oído. Ella la había conseguido previamente gracias a que, al entrar al espectáculo, a los asistentes se les pedía que rellenaran unas tarjetas con esa misma información. Asombroso que nadie atase cabos... tal sería el deseo de creer de sus seguidores.