Tras la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos el 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de la ONU solicitó que todos los países miembros se aseguraran de que su texto fuera convenientemente publicado y difundido, y entre las recomendaciones que realizó para este fin se encontraba la de que fuera "distribuido, expuesto, leído y comentado en las escuelas". El que suscribe ha asumido personalmente muy a menudo esta tarea encomendada por la ONU, aun siendo perfectamente consciente de que difícilmente mis alumnos captarán en toda su dimensión el significado y trascendencia de esta actividad, pero también con la esperanza de que en sus mentes quede alguna huella, por pequeña que sea, del contenido del que con toda seguridad es el documento más importante del siglo XX.
Como ilustración del tema, incluimos un fragmento cinematográfico. Se trata de la secuencia final de la magnífica película de 1943 Esta tierra es mía, dirigida por Jean Renoir y protagonizada por Charles Laughton, uno de los más grandes intérpretes de la historia del cine (y al parecer también alguien de trato no precisamente fácil, según nos sugiere el famoso comentario de Alfred Hitchcock: "Nunca hagas una película ni con perros, ni con niños, ni con Charles Laughton"). En ella, el maestro encarnado por Laughton, que se sabe a punto de ser apresado por los nazis en la Francia ocupada de la II Guerra Mundial, elige como gesto de despedida de su trabajo, de su libertad y posiblemente también de su vida la lectura ante sus alumnos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, claro antecedente e inspiración de la Declaración Universal de Derechos Humanos que sería redactada algunos años después de la fecha de producción de la película. El hecho de que la elaboración de esta última estuviera motivada en buena medida por el deseo de evitar que se repitiesen atrocidades como las sucedidas durante la II Guerra Mundial, otorga a este fragmento un significativo carácter anticipatorio, teniendo en cuenta que los autores de la película no podían prever el susodicho acontecimiento que se iba a producir un tiempo después. A mi parecer, se trata de uno de los momentos más emotivos de la historia del cine, aunque también es cierto que gran parte de esa emotividad no se percibe si no se ha visto el resto de la película (conclusión: hay que verla).
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