Cuando hablamos de
la construcción cultural del ser humano, inevitablemente hemos de
comenzar por tener en cuenta el fenómeno de la socialización, pues
es a través del mismo que cada individuo interioriza todos aquellos
elementos culturales (valores, conductas, creencias,…) que le van a
permitir integrarse y desenvolverse en su marco social. La
teorización clásica al respecto de esta cuestión identifica una
serie de entidades socializadoras, que son las transmisoras al
individuo de la cultura, pero también y al mismo tiempo constituyen
los entornos donde ejercer los resultados del proceso socializador,
tales como la familia, la escuela, los pares,… más tarde el
entorno laboral o incluso los medios de comunicación,… Pero se
echa de menos a estas alturas, en los manuales habituales, la mención
a otro ámbito de socialización que en nuestro tiempo resulta
prácticamente ineludible: el mundo digital de Internet. Hoy por hoy,
este es otro “lugar” más en el que hemos de vivir y
relacionarnos con nuestros congéneres. Ello significa que también
hemos de socializarnos en él y para él, y ello teniendo en cuenta
su idiosincrasia. Y, aparentemente, todavía nos encontramos muy
lejos de habernos adaptado de manera eficaz a la vida en ese mundo
digital, lo cual sin duda se debe a la rapidez con que ha surgido, se
ha desarrollado y nos hemos visto inmersos en él. Y esa inadaptación
genera múltiples problemas y conflictos: conductas
injustificadamente agresivas hacia otros usuarios, casos de
incomprensión profunda en los procesos de comunicación, exposición
imprudente e innecesaria de información sobre la propia persona,
susceptibilidad de ser víctima de engaños, imposturas e incluso
fraudes,… La causa de que muchas de tales cosas se produzcan reside
precisamente en unas particularidades del medio digital con las que
todavía no hemos aprendido a lidiar: la facilidad de anonimato, la
posibilidad de despersonalizar al interlocutor, la ausencia de ese
elemento esencial para la comunicación que es el lenguaje no verbal,
la ignorancia acerca tanto de quienes pueden llegar a acceder a
nuestros datos personales como de los posibles usos que puedan hacer
de los mismos,… Todos ellos son factores que contribuyen a nuestra
falta de habilidad y madurez para desenvolvernos en el entorno
digital. Y tiendo a pensar que esa adaptación al mundo virtual,
todavía tan insuficiente, pasa, aunque pueda parecer paradójico,
por interpretarlo, tratarlo y comportarnos en él como lo haríamos
en el mundo real. Por ejemplo, siendo conscientes de que detrás de
un nick o un avatar existe una persona real; o siendo conscientes,
cuando en Twitter nos lanzamos a insultar a un desconocido por su
opinión, de que no se nos ocurriría hacer tal cosa hacia alguien a
quien escuchásemos hablar a nuestro lado en el autobús o en una
cafetería; o siendo conscientes de que jamás nos pondríamos a
repartir por la calle a todo transeunte copias de fotografías de
determinados momentos de nuestra vida o de nuestros seres queridos
con la ligereza con que las compartimos en Internet,… Considero que
un indicio a favor de esta idea lo encontramos en el hecho de que
habitualmente son los más jóvenes, erróneamente calificados de
“nativos digitales”, quienes menos capacidad muestran para
desenvolverse con habilidad en el entorno virtual, quienes más
imprudencia e ignorancia exhiben en su presencia y actuaciones en él.
Y ello, precisamente, porque a menudo carecen del necesario
aprendizaje previo en el mundo real que les beneficiaría trasladar a
aquél. Por tanto, hemos de empezar a tener en cuenta que la
socialización de todo invividuo ya ha de incluir necesariamente ese
“otro mundo” donde se sitúa una porción no poco significativa
de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.