Aunque, por
razones que no vienen al caso, ya no es así, servidor
frecuentó antaño (hablamos, tal vez, de hace entre dos y tres
lustros) los círculos ateos militantes, incluso llegando a ocupar
cargo directivo en alguna asociación de tal índole. Mi
interés por esta cuestión, que aún conservo aunque no con la misma
intensidad, venía dado por mi interés más general por el problema
de la racionalidad/irracionalidad del conocimiento, el cual sigue
centrando mi actividad investigadora. El de la creencia religiosa
parecíame un caso modélico de dicha irracionalidad y, en
consecuencia, un objeto de reflexión merecedor de atención, como
también me lo parecían y me lo siguen pareciendo otros fenómenos
como los de las pseudociencias, las creencias en lo “paranormal”
o, más novedosamente, el de la posverdad y los bulos en los media.
Por tanto, mi pretérita etapa de “activismo ateo” (mantengo mi
ateísmo, por supuesto, pero no tanto mi activismo al respecto) no
fue sino una estación más de una trayectoria intelectual que, en su
mayor parte, considero suficientemente coherente hasta el día de
hoy. De ese periodo y experiencia, aparte del cariño con que
recuerdo a algunas personas con las que traté entonces, aprendí una
buena cantidad de cosas acerca de las maneras en que interpretamos
nuestra realidad.
De
entre todo ello, el fenómeno del que quiero hablar ahora, y que en
su momento me llevó a no pocas discusiones con mis "correligionarios" (casi siempre, aun con alguna excepción, tan cordiales
como enriquecedoras) es uno que pone de manifiesto algunas
interesantes contradicciones. A poco que uno frecuente ese mundo de
activismo o militancia atea del que estamos hablando, rápidamente se
topará con ateos que, por el mero hecho de serlo, se consideran
superiores a los creyentes (o “crédulos”, como en ocasiones se
les llama en ese mundillo), y así lo manifiestan y exhiben con
prepotencia, en algunos casos con una insistencia tan agotadora que
acaba resultando sospechosa, ya que parece desvelar cierta
inseguridad que acaba desmintiendo esa supuesta superioridad de la
que presumen. No es infrecuente encontrar al ateo que no vacila en
autocalificarse como un individuo más inteligente, más racional o
incluso más valiente (ante la existencia y la inexistencia) que
cualquier creyente. Me atrevería incluso a bautizar este fenómeno
calificándolo como “mito del ateo superior". Y quien lo
sostiene está cayendo en el error de no apreciar una serie de
cuestiones que comentaremos a continuación. En ello existe además
una contradicción, porque quien afirma tal cosa está incurriendo
precisamente en la irracionalidad de cuya ausencia presume.
Para
empezar, habría que tener presente que ser ateo significa,
únicamente, no aceptar la hipótesis de la existencia de dioses.
Nada más. Es una característica de la persona que no añade a ésta
ningún otro rasgo y que es totalmente independiente de sus restantes
características. Se puede ser ateo y de izquierdas o ateo y de
derechas, ateo y letrado o ateo y analfabeto, ateo y escéptico o
ateo y creyente en las pseudociencias y/o lo paranormal... Y ninguno
de esos otros rasgos hace que el ateo sea ni más ni menos ateo. Los
inevitables gregarismo y necesidad de identificación del ser humano
conducen a que, muy a menudo, más de un ateo posea la expectativa de
que otros que también se califican como tales compartan igualmente
otras de sus ideas y posiciones ideológicas o intelectuales.
Comprobar que no necesariamente es así provoca a estas personas una
gran confusión, e incluso les lleva a concluir que ese otro
individuo no puede ser un ateo "de verdad", puesto que no
es el tipo de ateo que se espera y desea. De hecho, incluso los hay
(a demasiados conocí en su momento) que se arrogan la misión
personal de asignar a los demás el "carnet de auténtico ateo",
como si el autoadjudicarse esa potestad les ayudara a reafirmarse en
su propio ateísmo.
A
mi parecer, nadie es superior de manera absoluta o global a otro tan
sólo por el hecho de ser ateo (o creyente). Un ateo, por el mero
hecho de serlo, no tiene por qué ser alguien con mayor altura moral
o intelectual que un creyente, pero no son pocos los que sostienen
que sí, y además que es así de manera necesaria. Yo sostengo que
no, principalmente porque, como ya he dicho, y es lo que muchos no
entienden o no quieren aceptar, ser ateo es un rasgo personal
totalmente independiente de cualesquiera otros que se posean. Otro
asunto muy diferente es si aislamos ese rasgo y lo juzgamos en sí
mismo y no a la persona que lo sustenta: ¿es el ateísmo más
acertado intelectualmente que la creencia religiosa? Sí. ¿Es una
moralidad que no se siga de la creencia religiosa preferible a la que
sí lo hace? Sí (concibo que una moralidad es preferible a otra en
función, entre otras cosas, de su solidez y fiabilidad. Confío muy
poco en una moralidad religiosa desde el momento en que es totalmente
heterónoma, sujetándose no a la autonomía del propio juicio sino a
una autoridad externa, exactamente igual que la moralidad infantil).
Por
lo tanto, "ser ateo" no significa más que eso: ser ateo;
sin que ello tenga necesariamente que afectar a otras facetas de la
persona (aunque, en realidad, suela hacerlo). En efecto, es más
racional, más inteligente, más valiente e incluso más moral ser
ateo que no serlo, pero eso no me convierte, necesariamente, en una
persona, en general, para todo y de modo absoluto, más racional, más
inteligente, más valiente o más moral.
La
creencia (sí, creencia) en esa supuesta superioridad con respecto a
los creyentes religiosos que apuntábamos al inicio nace de la
incomprensión del hecho descrito en los párrafos anteriores.
Podemos decir que el ateísmo, como posición intelectual, resulta
más racional que la creencia religiosa, pero pretender a partir de
esto que la persona que lo sostiene sea, en sí misma, necesariamente
más racional constituye un salto lógico injustificable. Ser ateo,
como dijimos, significa tan sólo ser ateo. Se puede, por ejemplo,
ser ateo y al mismo tiempo tremendamente irracional en otras facetas.
Y, repito, eso no te convierte en un falso ateo, a menos que
pretendamos dar a este concepto un significado personal y
restringido, que es en lo que muchos ateos incurren de hecho, cayendo
en barrena en la falacia del "verdadero escocés".
Finalmente,
no pocos ateos deberían comprender que no está justificado
reprochar, desde la pretendida superioridad, a un creyente el mero
hecho de serlo. La creencia religiosa es algo puramente emocional y,
como tal, no está sujeta a la voluntad del sujeto: el creyente jamás
lo es porque decida serlo. Y, si lo pensamos bien, tampoco el ateo lo
es habitualmente (¿nunca, más bien?) como fruto de una decisión
consciente y voluntaria. No me siento capacitado para disertar sobre
los mecanismos psicológicos que existan detrás de este fenómeno,
pero sí estoy bastante convencido de que un creyente no puede tomar,
de manera voluntaria, la decisión de dejar de serlo, o a la inversa.
¿Puede alguien decir "a partir de mañana dejo de creer en
Dios" de la misma manera que puede decir "a partir de
mañana empiezo a ir al gimnasio"? Evidentemente, determinados
factores llevarán al creyente a serlo o al ateo a no serlo, pero no
me parece que ni una cosa ni la otra dependan de la libre elección.
¿Existe
entonces algún motivo para sentirse orgulloso de ser ateo? A menudo
se utiliza "orgulloso" como equivalente a "no sentirse
avergonzado", y la (en muchos casos loable) intención de tal
manifestación de "orgullo" es mostrar que no existen
razones para la vergüenza, pero no es a eso, obviamente, a lo que
aquí nos estamos refiriendo. Atengámonos a lo que significa
realmente estar orgulloso de algo. Según el DRAE, "orgullo"
es "arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia". Y
me temo que es eso precisamente de lo que padecen mucho ateos,
alardeando de su condición de tales como algo que les sitúa de
manera absoluta por encima de los demás. Y eso es lo que aquí no
compartimos e incluso nos provoca rechazo. Yo puedo decir que me
siento satisfecho de ser ateo, porque lo considero la postura
intelectual e incluso moralmente correcta, pero no que me sienta
exactamente "orgulloso". Principalmente, porque no me
considero superior a nadie tan sólo por esa característica. Pero
también porque entiendo que no se trata ni mucho menos de un mérito
por mi parte. Más bien es algo que me ha venido dado, como ser
blanco, varón o español, cosas de las que tampoco me siento ni
tengo por qué sentirme (ni yo ni nadie) orgulloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.