Mazzino Montinari
Lo que dijo Nietzsche
(Che cosa ha detto Nietzsche)
Traducción de Enrique Lynch
Año de publicación: 1999
Edición: Ediciones Salamandra, Barcelona, 2003
Montinari, filólogo, es uno de los autores más acreditados en los últimos tiempos para hablarnos de Nietzsche. Junto con Giorgio Colli, es el artífice de la edición crítica de las obras completas del alemán, siendo su cometido principal, en ese proyecto, el de ocuparse del análisis de sus manuscritos. El resultado de los veinte años de investigación empleados para esa tarea han dado a Montinari también como fruto el texto que aquí nos ocupa y otros como Sobre Nietzsche (1981) y Leer a Nietzsche (1982).
El libro se encuentra a medio camino entre la biografía y la exposición de las ideas de Nietzsche, aunque sin profundizar en demasía en ninguno de ambos aspectos. Resulta especialmente útil para disponer de una visión sintética de la evolución intelectual del pensador y del lugar de cada uno de sus textos en el conjunto de su obra.
Quizá su principal valor deriva del hecho de presentarse como uno de los primeros estudios sobre Nietzsche escritos bajo el imperativo de la objetividad y la honestidad intelectual, huyendo de los apasionamientos, la subjetividad, los estereotipos y los prejuicios falseadores a los que tradicionalmente habían estado sometidas su figura y su obra, tanto entre sus detractores como entre sus seguidores. De hecho, Montinari dedica buena parte de sus comentarios (véanse especialmente la introducción y el capítulo quinto) a denunciar esa tradición interpretativa de Nietzsche. El origen de la misma se halla en la imagen deformada de la vida y obra del filósofo que tras su muerte ofrece su hermana, la cual sería la fuente de la que beberían numerosos estudiosos desvirtuando sus juicios, generando falsos debates e impidiendo una valoración correcta del legado nietzscheano. La alternativa interpretativa de Montinari pretende una total objetividad al basarse en el análisis desapasionado de los propios manuscritos (Montinari también nos habla por extenso sobre las dificultades interpretativas y biográficas que presenta Nietzsche).
Sobre las investigaciones de Montinari acerca de Nietzsche, abundando en las cuestiones anteriores, y la postura personal de Montinari hacia su filosofía, encontramos cerrando el volumen un clarificador texto de otro experto en Nietzsche, Giuliano Campioni, discípulo de Montinari y continuador del proyecto editorial emprendido por éste y Colli.
Bajo la premisa de que la vida de Nietzsche es su pensamiento en evolución, Montinari se centra a lo largo de los cuatro primeros capítulos en los comentarios sucesivos de las distintas obras de Nietzsche, agrupadas en distintas etapas. Pero al mismo tiempo presenta interesante información sobre las circunstancias vitales en que la creación de tales obras tiene lugar; es decir, expone la trayectoria biográfica de Nietzsche al hilo del desarrollo de su filosofía. Así, tras un primer capítulo -La juventud de Nietzsche (1844-1869)- en el que, como su propio título indica, se nos narran los antecedentes vitales e intelectuales del que acabaría siendo uno de los filósofos contemporáneos más relevantes, esenciales, en nuestra opinión, para comprender el porqué y el cómo de su pensamiento, en el segundo capítulo -Los años de Basilea (1869-1879)-, al mismo tiempo que se continua con la narración del contexto vital que las enmarcan, se comienzan a analizar las obras.
Así, Montinari nos habla sobre El nacimiento de la tragedia, primera manifestación de la afirmación de la vida por parte de su autor (“el impulso filosófico originario de Nietzsche surgió de su voluntad de decir sí a la vida, de cualquier modo y en cualquier circunstancia”). En esa medida, supone el alejamiento con respecto a Schopenhauer: frente al pesimismo negador de la vida de aquél, Nietzsche “quería justificar la vida entera tal como es”. Nietzsche encuentra la vía de aceptación de la vida en la estética, siendo esto lo que se manifiesta en el fenómeno de la tragedia griega (“penetrar en una metafísica del arte, pues (...) la existencia, el mundo, sólo se justifica en tanto que fenómeno estético”).
Llega a continuación Humano, demasiado humano, abandono declarado de las opiniones metafísico-estéticas (y, por tanto, condena del arte, antirromanticismo) de la obra anterior: “Así, mientras en la época de El nacimiento de la tragedia el mundo debía tener una justificación estética, ahora son las potencias estéticas de la humanidad las que más la alejan de la verdad. Esto no quiere decir que el mundo tenga otras justificaciones: parece que, en este momento, Nietzsche pensaba que el mundo carece de sentido. Una vez que ha caído la religión, junto con el arte, y ha quedado frustrada la necesidad metafísica (...), sólo queda la búsqueda del ideal de la sabiduría contemplativa, ésa que Nietzsche describía en la figura del espíritu libre”.
Nietzsche lo cataloga como un libro para “espíritus libres”. Está dedicado a la crítica y abandono (y en tal sentido liberación para el espíritu) de todas las convicciones (religiosas, metafísicas, estéticas...) “que -como errores providenciales- han dado forma a la humanidad moderna. Su medio de regresar a las fases anteriores de la cultura es la historia, la observación psicológica. Su privilegio es justo el hecho de encontrarse en el límite y como en equilibrio entre el pasado, con la religión, el arte y la metafísica, y el futuro, que ahora pertenece al conocimiento científico. Desde esa nueva perspectiva, Nietzsche consideraba las ilusiones del pasado como etapas hacia la sabiduría, que es el ideal del espíritu libre”.
Lo anterior conduce al retrato del pensador del futuro, un individuo de “vida contemplativa, que hoy -esto es, en la época moderna- ha caído en descrédito (...) Nietzsche habla a menudo (...) de la necesidad de revalorizar la vida contemplativa, la vida dedicada a la obtención de la sabiduría -Epicuro proporciona el modelo clásico de este ideal-, que es al mismo tiempo limitación consciente al mundo circunscrito de la experiencia -ciencia, historia, observación psicológica- y renuncia a la acción. Además, el espíritu libre no es productivo, es decir, no puede ser poeta ni artista, y estos hombres productivos no pueden ser espíritus libres por que sólo la religión o la metafísica, no la ciencia, pueden hacer que surjan la poesía y el arte. Por lo que se refiere a la acción, Nietzsche traza una especie de retrato utópico del pensador del futuro, en el cual debería fundirse el activismo europeo y americano con la capacidad asiática de contemplación del campesino ruso. Esta combinación conduciría necesariamente a la humanidad a la solución del enigma del mundo; mientras tanto, los espíritus libres tienen una función que cumplir; la de derribar todas las barreras que se opongan a una fusión de los hombres: religiones, estados, instintos monárquicos, ilusiones sobre la riqueza y la pobreza, prejuicios de raza, etc.”.
Se comentan también en este capítulo otras obras de esta etapa, que adoptan la misma línea que Humano, formando así una unidad dentro del conjunto de la obra de Nietzsche:
Consideración intempestiva IV, en la que el distanciamiento con respecto a Wagner constituye un anticipo y síntoma de la condena del arte presente en Humano. Montinari se detiene aquí en la ruptura y el enfrentamiento con Wagner (“temas que diez años después volveremos a encontrar en su libelo contra Wagner” - Montinari se refiere aquí al texto Nietzsche contra Wagner).
Opiniones y sentencias, apéndice a Humano publicado posteriormente a aquél y que abunda en los planteamientos de dicha obra (“aversión hacia el pathos trágico y el idealismo moral”, “se desarrolla la campaña antirromántica iniciada en Humano, demasiado humano, -véase sobre todo el aforismo 221-, que sería, de ahí en adelante, un tema constante en la obra de Nietzsche”).
El caminante y su sombra, que nace como segundo (tras Opiniones y sentencias) y último apéndice de Humano, continuando con su temática e intención.
El siguiente capítulo -La filosofía de Zaratustra (1880-1884)- se corresponde con la etapa de madurez del pensamiento de Nietzsche.
Comienza hablándonos de Aurora. Tanto en esta obra como en las restantes del mismo periodo se manifiesta como tema de fondo la pasión del conocimiento, como continuidad lógica de lo establecido en el primer conjunto de obras: aquéllas están dedicadas al abandono de unas determinadas ideas para llegar así a la liberación del espíritu; una vez logrado esto, lo que parece plantearse Nietzsche es partir de ese punto (a modo de tabula rasa) hacia la construcción de un saber adecuado, lo cual considera como su tarea (véase Ecce homo) y a lo que otorga un valor por encima de cualquier otra cosa (“Si Humano, demasiado humano celebraba el advenimiento de la liberación del espíritu, Aurora es un himno a la pasión del conocimiento: entre los dos momentos hay afinidades y continuidades, pero mientras Humano era todavía el «monumento de una crisis» (...), es decir, la expresión del alejamiento respecto a los ideales decadentes y estetizantes (...), Aurora por su parte nos ofrece un Nietzsche (...) que ha descubierto cuál es su deber: «En nosotros, el conocimiento se ha convertido en pasión que no teme ningún sacrificio (...), ¡preferimos que la humanidad perezca a que retroceda el conocimiento!» (...) La serenidad del desencanto, típica de toda la producción ilustrada o volteriana de Nietzsche, deja paso al nuevo pathos”).
Dicha tarea se plasma en Aurora en la continuación de la actividad destructora de toda convicción (“(...) reposará en el lema del espíritu libre, que dice que «las convicciones son peores enemigas de la verdad que la mentira» (...). Nietzsche no tenía ninguna convicción, ningún proyecto reformador que imponer a sus contemporáneos (...). Ahora que había escapado de la prisión de las convicciones, no quería construir una nueva; al contrario, la destrucción de las convicciones se hizo más radical”).
La actividad destructora de toda convicción se centrará ahora en la crítica de la moral. En el análisis de Nietzsche, de cariz relativista, “los prejuicios morales” son convenciones de raíz histórica y psicológica -para su análisis crítico, Nietzsche se apoya en la lectura de obras de historia, etnología o zoología comparada- y carentes de todo fundamento racional, si bien “la moral (...) se ha ido impregnando poco a poco de razón (aforismo 1) y ha sometido incluso a aquellos capaces de poner en duda la racionalidad: los filósofos”. Del mismo modo que el mundo no tiene un significado metafísico, tampoco tiene un significado ético.
La gaya ciencia se plantearía en su proceso de preparación como una continuación de Aurora. Retoma el tema de la crítica de la moral y, por otro lado, preludia la obra posterior, presentando ya al personaje de Zaratustra y su filosofía de afirmación de la vida, que se comienza a anunciar aquí.
Y, finalmente, llega el celebrado Así habló Zaratustra, donde quedan retratadas algunas de las ideas fundamentales de su autor, como la voluntad de poder, el eterno retorno o el superhombre, “conceptos límite en el horizonte de una visión antimetafísica y antipesimista del mundo, tras la muerte de Dios”, “(...) conocimiento adquirido en los límites de lo racional”.
El capítulo cuarto -El último Nietzsche (1885-1889)- hace referencia a la última etapa y arranca centrándose en el inconcluso proyecto de La voluntad de poder: “Tras la publicación de Zaratustra sus planes cambiaron. Primero pensó que había escrito la «parte positiva» de su filosofía y (...) ahora le quedaba por exponer la «parte negativa» (...) crítica de la moral, de la teoría del conocimiento de la estética, etc.”.
El primer resultado de tal labor es Más allá del bien y del mal, que, dice Montinari recogiendo las palabras del propio Nietzsche, “es el «preludio de una filosofía del porvenir» y, por otra parte, «afirma las mismas cosas que Zaratustra, sólo que de otra manera» (...) entonces también Zaratustra es un preludio y, en efecto, Nietzsche lo definió como el «vestíbulo» de su filosofía. Pero ¿dónde se encuentra su filosofía?”. Nietzsche concibe el proyecto de exponer de forma sistemática y completa sus conclusiones en una obra para la que maneja los títulos de La voluntad de poder, primero, y Transvaloración de todos los valores, más tarde. Montinari expone ahora de manera extensa y detallada la evolución de dicho proyecto, tal como se desprende del estudio directo de los apuntes manuscritos de Nietzsche, en los que aparecen sucesivos esbozos.
La conclusión de Montinari es que Nietzsche acabaría abandonando este proyecto, y los contenidos planeados para el mismo acabarían conformando El crepúsculo de los ídolos, que constituiría un compendio de su filosofía (“un resumen (...) de todas mis heterodoxias filosóficas más esenciales”- pág. 148), y El Anticristo, que Nietzsche vendría a considerar como su obra concluyente en el lugar al que antes estaba destinado el proyecto La voluntad de poder. Lo anterior significa que el texto póstumo que con el título La voluntad de poder publicaría Elisabeth Nietzsche (y que se ha continuado reeditando hasta la actualidad) con la pretensión de constituir la obra cumbre inacabada de Nietzsche no sólo sería apócrifo en su contenido (recopilación de fragmentos inéditos realizada al albur de la hermana) sino también en su concepto, pues ya antes de su muerte el propio Nietzsche habría dado por cerrado su proyecto si bien transformándolo en otras obras.
Por otro lado, esta parte es también interesante porque reproduce el proceso de trabajo de investigación filológica llevado a cabo por Montinari, mostrando así en qué ha consistido éste y su valor para un conocimiento veraz de la obra de Nietzsche.
Otros temas tocados en este capítulo son la idea de transvaloración de los valores, la cuestión del nihilismo y otras obras como La genealogía de la moral y Ecce homo.
Un último capítulo -Nietzsche y las “consecuencias”- trata sobre la recepción de la obra de Nietzsche tras su muerte (hasta la primera mitad del siglo XX), especialmente en referencia a las malinterpretaciones (ya a su favor, ya en su contra) como consecuencia de la manipulación de su legado que realiza su hermana (según Montinari, el Nietzsche deformado dominó hasta bien entrado el siglo XX y fue el que adoptaron incluso autores de prestigio como Thomas Mann). Se enumeran diversas polémicas suscitadas en la época, así como a literatos y pensadores en los que se rastrea su influencia y, finalmente, se habla de su adopción por el nazismo.
Es en este último capítulo donde Montinari expresa de manera más explícita la intención subyacente a todo el texto de deshacer habituales equívocos sobre Nietzsche y su pensamiento para defender una visión de los mismos alejada de manipulaciones y malinterpretaciones tanto intencionadas como involuntarias. En esa línea, podemos cerrar este comentario haciendo referencia a sus reflexiones sobre lo que podríamos calificar como la manera adecuada de leer a Nietzsche. Tomarlo al pie de la letra genera las posturas opuestas pero ambas erróneas que se dieron entre sus contemporáneos y durante la primera mitad del siglo XX: odio ante un loco o veneración ante un mesías. Frente a ello, Montinari retoma una afirmación de Overbeck: “Nietzsche es la persona en cuya proximidad he podido respirar con mayor libertad”. Dice Montinari: “Quien, al leer a Nietzsche, no sienta que respira con libertad debe mantenerse lejos de él para no convertirse en una caricatura, para no acabar siendo un devoto de Nietzsche”, “Peligro de leer a Nietzsche con entusiasmo. Nietzsche lo exige, pero si uno no lo tiene, o más bien si uno no consigue tenerlo exactamente como lo tuvo él, entonces acaba falsificándose a sí mismo y también a él”, “(...) ha ocurrido muchas veces desde entonces y siempre con gran perjuicio para el pensamiento de Nietzsche, que se ha visto acomodado a las más absurdas exigencias de lectores inmediatos o pasivos, es decir, desatentos. Lo que hace falta es una lectura activa de Nietzsche, una lectura que admita como un hecho la pasión por Nietzsche pero también su superación. La pasión por Nietzsche no puede ser el objetivo de nuestra lectura, sino solamente el comienzo necesario”.