Desde la antigüedad, el ser humano había sido considerado como el ser más importante de la naturaleza, su centro, y en función del cual existiría todo lo demás. Un ser, además, totalmente separado del resto de los seres vivos, considerados no sólo totalmente distintos sino además inferiores a él. Cuando en el siglo XIX aparece la teoría de la evolución biológica de Darwin, esa concepción del ser humano es sostenida en Occidente desde el pensamiento religioso cristiano. En aquel momento, las diversas iglesias, tanto católicas como protestantes, asumen el relato bíblico del Génesis como literal, como algo que alguna vez sucedió tal como ahí se narra. Según ese relato, Dios creó a todas las especies de seres vivos tal y como las conocemos ahora, incluido el ser humano (se trata de la doctrina llamada fijismo), y además creó todo el resto del universo en función del ser humano, para dotar a éste de un hogar y ponerlo a su servicio. El ser humano sería así la meta y el centro de la creación.
Sin embargo, de las ideas evolucionistas podríamos deducir otras cosas bien distintas:
En primer lugar, en el proceso evolutivo interviene el azar, como sabemos. Eso significa que no se dirige a ninguna meta en particular. Si la cadena de circunstancias que acabó dando lugar al ser humano se hubiese alterado en lo más mínimo en cualquier momento, el ser humano ni siquiera hubiera llegado a existir. Dicho de otra manera: el hecho de que existamos es accidental, no necesario. Y no sólo eso, sino que en realidad existían escasísimas probabilidades de que nuestra existencia acabara teniendo lugar, teniendo en cuenta la concatenación de factores que tuvo que producirse para ello. Lo anterior contradice la idea de que el ser humano sea el centro del universo y todo el resto de la naturaleza haya sido creado para él. Nuestro universo tiene unos 13.000 millones de años de edad, los humanos aparecieron hace 2'5 millones de años y nuestra especie en particular hace 300.000 años. Para hacerse una mejor idea, puesto que asimilar estas enormes cifras es difícil, Carl Sagan, en su obra Los dragones del Edén, presentó el llamado "calendario cósmico", una escala en la que el periodo de vida del universo se extrapola a un calendario anual: si la edad del universo equivaliese a un año, la Tierra, el hogar del ser humano, no hubiera aparecido hasta el 14 de septiembre, el fenómeno de la vida hasta el día 25 de ese mismo mes, y el ser humano aparecería a las 22:30 del día 31 de diciembre. Es decir, el resto de la naturaleza existió sin nosotros durante la mayor parte de su tiempo, antes de nuestra aparición, y, cuando el ser humano desaparezca (cosa que inevitablemente ocurrirá alguna vez), seguirá existiendo sin nuestra presencia. A partir de esos hechos, puede pensarse que la existencia del ser humano no es ni mucho menos el fin de la naturaleza, así como que su existencia no es en absoluto necesaria. Ser consciente de esto obligaría a la especie humana a un importante ejercicio de humildad.
En segundo lugar, todas las especies de seres vivos se encuentran emparentadas, incluyendo al ser humano. Éste, por lo tanto, es un animal más, y no constituye una categoría especial dentro del conjunto de los seres vivos, como durante siglos se le había considerado. Cada vez se sabe mejor que nuestras diferencias con respecto a otros animales no son cualitativas sino cuantitativas. Y esa diferencia es menor, evidentemente, cuanto más cercanas estén a nosotros en la escala evolutiva las otras especies. Por ejemplo, la vida psíquica de un chimpance adulto es, en sus rasgos generales, equivalente a la de un Homo sapiens de tres años. Además, el propio mecanismo del proceso evolutivo impide considerar al ser humano como superior a otras especies o decir, como a veces se cree, que está más evolucionado. Cada especie que ha llegado hasta la actualidad lo ha hecho porque se ha adaptado a su medio de modo suficiente, cada cual según lo que necesitaba, con lo cual no se puede afirmar que unas especies estén más evolucionadas que otras, sino simplemente que cada una ha evolucionado de manera diferente. El ser humano ha llegado más lejos que otras especies en una determinada dirección, pero otras especies han llegado más lejos que el ser humano en otras direcciones. No seríamos mejores, sino simplemente distintos, como todas las especies son distintas unas de otras.
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