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martes, 1 de junio de 2021

LA COSECHA DE CITAS CIENTÍFICAS DE ALAN MACKAY


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Recogemos aquí una pequeña selección de las citas que Alan L. Mackay recopila en su libro Diccionario de citas científicas, título que reseñamos en otro lugar de este blog.  


Homer Adkins (en “Nature”, 1984): La investigación básica es como disparar una flecha al aire y, cuando cae a tierra, pintar un blanco.

Jean-Louis Rodolphe Agassiz: La verdad de todo gran científico pasa por tres etapas: primero, la gente dice que va contra la Biblia; después afirman que ya estaba descubierta; por último, reconocen que siempre habían creído en ella.

Agustín de Hipona (citado por Carl Sagan en “Dragones en el Edén”): Hay otra forma de tentación todavía más peligrosa: la afección de la curiosidad (…). Nos conduce a intentar descubrir los secretos de la naturaleza, secretos que van más allá de nuestra comprensión, que no nos sirven para nada y que los hombres no deberían desear aprender.

Émile Chartier: Hay solamente dos tipos de alumnos: los que aman las ideas y los que las odian.

Luis Walter Álvarez (citado por D. S. Greenberg en “The Politics of Pure Science”): En física no existe democracia alguna. No podemos decir que cualquier individuo de segundo orden tenga tanto derecho a opinar como Fermi.

Jacob Bronowski (“The Ascent of Man”): Es importante que los estudiantes maniffiesten cierta anarquía y descalza irreverencia hacia sus estudios. No están aquí para dar culto a lo conocido, sino para cuestionarlo.

William Kingdon Clifford: [El pensamiento científico] la verdad a la que llega no es la que idealmente podemos contemplar, carente de errores, sino aquélla sobre la que podemos actuar sin temor.

Confucio: Aprender sin pensar es inútil. Pensar sin aprender, peligroso.

G. K. Chesterton: Lo malo no es que ellos sean incapaces de encontrar la solución. Lo malo es que no pueden ver el problema.

G. K. Chesterton: El objeto de abrir la mente, como la boca, es cerrarla otra vez sobre algo sólido.

Darwin (citado por S. J. Gould en “Desde Darwin. Reflexiones sobre historia natural”): ¿Por qué es más maravilloso que el pensamiento sea una secreción del cerebro que la gravedad sea una propiedad de la materia?

Darwin (“The Autobiography of Charles Darwin”): Seguí […] durante muchos años una regla de oro; a saber: elaborar inmediatamente y sin falta una memoria cada vez que me llegaban hechos publicados, nuevas observaciones o ideas contrarios a mis resultados generales. Porque he aprendido por experiencia que tales hechos y pensamientos se olvidan con mucha más facilidad que los favorables.

Diego de Estella (“Eximii Verbi Divini Concionatoris, Ordinis Minorum Regularis Observantiae”, 1622): Los enanos sobre hombros de gigantes ven más allá que los gigantes mismos.

Einstein: Algo he aprendido en mi larga vida: que toda nuestra ciencia, contrastada con la realidad, es primitiva y pueril; y, sin embargo, es lo más valioso que tenemos.

Einstein: La totalidad de la ciencia no es más que un refinamiento del pensamiento cotidiano. (en “Out of my later years”)

Galileo: En cuestiones de ciencia, la autoridad de mil no vale tanto como el humilde razonamiento de un solo individuo.

Goethe (“Maxims and reflections”): Nada más terrible que ver la ignorancia en acción.

Stephen Jay Gould (“Conferencia sobre evolución”, Cambridge, 1984): Ciencia es todo lo que está confirmado de un modo que no sería razonable negarle nuestra aprobación provisional.

John Haldane: La religión sigue parásita en los intersticios de nuestro conocimiento que aún no han sido rellenados. Como chinches en las grietas de paredes y mobiliario, los milagros merodean por las lagunas de la ciencia. El científico cubre esas grietas de nuestro conocimiento; el racionalista más militante aplasta esas chinches al verlas. Uno y otro tienen su propia esfera y deberían darse cuenta de que son aliados.

Barón D'Holbach (“Sistema de la naturaleza”): Si hemos de expresar fielmente las ideas humanas acerca de la divinidad, debería reconocerse que, en gran medida, la palabra “dioses” denota las causas ocultas, remotas y desconocidas de los efectos que contempla el hombre. Así, éste aplica semejante término cuando el manantial de lo natural, la fuente de los principios conocidos, deja de ser visible: tan pronto como extravía el hilo que ensarta estas causas o su mente no puede seguirlo, el hombre abandona la investigación y resuelve la dificultad atribuyéndola a sus dioses […]. ¿Qué hace, pues, cuando le imputa a éstos algún fenómeno […], sino sustituir la oscuridad de su entendimiento por voces a las que se ha acostumbrado a escuchar con temor reverente?

Aldous Huxley: Los hechos son muñecos de ventrilocuo: sentados en la rodilla de un hombre sabio, pronuncian palabras doctas; en otros lugares permanecen en silencio o dicen tonterías.

T. H. Huxley (“The Method of Zadig”): El método científico no es otra cosa que sentido común entrenado y organizado: ambos se diferencian únicamente como un veterano de un recluta; y sus métodos sólo se distinguen entre sí como los estilos de lucha del lancero y del salvaje al esgrimir su garrote.

Claude Levi-Strauss (“Le cru et le cuit”): El sabio no es el hombre que formula las respuestas verdaderas, sino aquel que propone las auténticas cuestiones.

Georg Christoph Lichtenberg: Un libro que debiera prohibirse por encima de cualquier otro: el catálogo de libros prohibidos.

Harford John Mackinder: El conocimiento es único. Su división en materias es una concesión a la debilidad humana.

Robert K. Merton: La mayoría de las instituciones exigen una fe incondicional; pero la ciencia hace del escepticismo una virtud.

Robert K. Merton: La ciencia es conocimiento público, no privado.

Jacques Monod: La antigua alianza ya está rota; el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del universo, de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en parte alguna. Puede escoger entre el reino y las tinieblas (palabras finales de “El azar y la necesidad”).

Jules Henri Poincaré: El pensamiento sólo es una chispa entre dos largas noches, pero ese destello lo es todo.

Ezra Pound: Los discípulos dan más problemas que alegrías cuando empiezan a anclar y petrificar a sus santones. El pensamiento del hombre no se fosiliza.

Hans Reichenbach: Si toda vez que se identifique el fallo, éste se corrige, el camino del error será el camino de la verdad.

Sade: No importa cuánto pueda estremecer a los hombres: la filosofía tiene que decirlo todo.

Erwin Schrödinger (citado por L. Bertalanffy en “Problems of life”): La tarea, pues, no es tanto ver lo que aún nadie ha visto, como pensar lo que todavía nadie ha pensado sobre aquello que todos ven.

Leo Szilard: Me han preguntado si el drama del científico es su capacidad de producir grandes avances en el conocimiento que la humanidad puede usar para destruir. Mi contestación es que no se trata de la tragedia del científico: es la tragedia de la humanidad.

Iván S. Turguénev: Las investigaciones de los múltiples comentaristas han arrojado ya tanta oscuridad en este tema que, si continúan, es probable que pronto lo ignoremos todo sobre el asunto.

Miguel de Unamuno: Si un hombre nunca se contradice, será porque nunca dice nada.

Aleixander Vucinich (“Science in Russian Culture: A History to 1860”): Tratándose de un auténtico profesional, el científico es inexorablemente un agente del cambio. Los suyos son instrumentos de la innovación: escepticismo, desafío de la autoridad establecida, crítica, racionalidad e individualismo.

Wei Cheng: Si escuchas a ambas partes, se hará en ti la luz; si escuchas a una sola, permanecerás en tinieblas.

H. G. Wells: La historia se está convirtiendo cada vez más en una carrera entre educación y catástrofe.

A. N. Whitehead (“An Introduction to Mathematics”): Una regla segura: cuando un matemático o un filósofo escribe con profundidad misteriosa, dice tonterías.

Wittgenstein (“Tractatus Logico-philosophicus”): No podemos, por consiguiente, decir en lógica: en el mundo hay esto y esto, aquello no (…); porque, de otro modo, la lógica tendría que rebasar los límites del mundo: si es que, efectivamente, pudiera contemplar tales límites desde el otro lado.


MACKAY: "DICCIONARIO DE CITAS CIENTÍFICAS"


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Alan L. Mackay

Diccionario de citas científicas

(A Dictionary of Scientific Quotations)

Año de primera publicación: 1990

Edición: Ediciones de la Torre, Madrid, 1992



La primera pista acerca de este libro nos la ofrece el subtítulo de la edición en español. El cual se corresponde en realidad con el título de su primera edición en inglés, que no era el de A Dictionary of Scientific Quotations, quizás excesivamente obvio y sobre todo mucho más frío e impersonal en comparación con el otro. Porque lo que sucede es que dicho subtítulo, recogiendo las palabras del primer verso de la cita de Wordsworth con que se abre el volumen, "la cosecha de una mirada serena", desvela a la perfección tanto el origen como el espíritu del libro.

Porque se trata del resultado de la actividad recolectora paciente y entregada llevada a cabo a lo largo de toda una vida por Alan Mackay, científico escocés al que acertadamente, visto lo visto, se le describe en la introducción a esta edición española (firmada por el miembro del CSIC Manuel Torres) como "humanista, interdisciplinar, enciclopédico". Y decimos que la descripción aparenta acertada porque encaja a la perfección con el perfil intelectual que podemos intuir tras esa actividad de constante y meticuloso coleccionista de pequeños fragmentos de sabiduría, que no siempre se refieren estrictamente a la ciencia como tal (aunque ello sea lo que predomine), sino que se extiende a la capacidad humana de conocer, en general, a nuestro modo de atesorar y transmitir esos conocimientos o a la misma posición del ser humano, como sujeto cognoscente, ante la realidad. Podríamos decir, entonces, que sí se trata de ciencia, pero no en el sentido restringido que semejante término ha acabado adoptando, como equivalente a ciencia natural o, en todo caso, a ciencia positiva, sino en el sentido clásico de scientia, es decir, de conocimiento verdadero (en la medida en que ello sea posible, se sobreentiende de manera obvia) sobre las cosas.

La edición que tenemos entre las manos se encuentra auspiciada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas con la intención, según el ya mentado Torres, de contribuir a solventar ciertas carencias en un terreno cultural y social, como el español, que constituye un auténtico "secano" para la ciencia dada la existencia de una tradición pobre y limitada. Torres aprovecha para evidenciar semejante situación en tono de denuncia, realizando un somero recorrido por la tradición cultural reciente. En el mismo, nos recuerda tanto los factores históricos que impidieron que España se subiese al tren del desarrollo científico al mismo tiempo que otros países, como algunos de los hitos en el laborioso intento de evitar tal fenómeno, como serían las actividades de entidades como la Institución Libre de Enseñanza o la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas encabezada por Ramón y Cajal. Y merece su particular recordatorio, por supuesto, esa guerra civil en el siglo XX y su secuela (oficialmente extendida durante 40 años; nos atreveríamos a decir que en ciertos aspectos hasta la actualidad) que sumirían a España en la más triste de las mediocridades, también en el terreno cultural.

Más aclaraciones acerca del contenido del libro encontramos en el prefacio del importante científico y divulgador Peter Medawar (muy británicamente pedante, por cierto) o en el prólogo del propio autor (aunque más bien deberíamos decir compilador). Éste último se centra, sobre todo, en rechazar esa descabellada, ridícula y enormemente dañina idea de "las dos culturas", contra la cual un libro como éste y la actitud de quien lo firma resultan un auténtico antídoto.

Yendo al texto propiamente dicho, el libro se presenta como una recopilación de citas de diversa extensión (entre las de una línea y las que ocupan media página) ordenadas alfabéticamente por el nombre de sus autores, entre los que se encuentran todo género de pensadores, no sólo científicos, sino también filósofos, literatos, políticos,.... Un final índice analítico constituye una estupenda ayuda para cuando requiramos localizar alguna cita acerca de un determinado asunto o concepto.

Obviamente, se trata de ese tipo de texto (tal como las series de aforismos o los poemarios) para ir leyendo en pequeñas dosis, de manera pausada y deteniéndose todo lo que sea necesario para paladear cada uno de los fragmentos que lo componen. Y que incita en gran medida a la reflexión personal, es decir, a nuestro diálogo con el mismo texto, lo cual resulta un elemento esencialmente enriquecedor para toda lectura. En definitiva, altamente disfrutable, siempre y cuando, claro está, nos resulten estimulantes los asuntos que en él se tocan, lo cual es nuestro caso y, suponemos, el de la mayoría de los potenciales lectores de este blog.

En otra entrada complementaria a la presente recopilamos una muestra (mínima en relación con la ingente cantidad que se sucede a lo largo de sus 300 páginas) con algunos de los fragmentos que más nos han llamado la atención; en general, hemos de confesarlo, muy centrados en nuestros particulares intereses.

Por todo lo dicho, y volviendo a palabras extraídas de la introducción de Manuel Torres, este libro, que "atesora el espíritu, el latido y la atmósfera de la tradición científica de todos los tiempos", es para aquellos que "contemplan la ciencia neutral, ecuménica, multidisciplinariamente, como método, como instrumento, como archivo, como consenso, como vocación" o, más sencillamente, "para todo el que se sienta inquieto ante el hecho cultural". 

 

CABALLERO Y LARRAURI: "UN SUJETO INESPERADO"



 

Francisco Caballero y Maite Larrauri

Un sujeto inesperado. Diálogo sobre filosofía y feminismo

Los Libros de Fronterad, 2021

 

Cada vez tenemos una mayor sensación de que, en estos tiempos de pdf, textos en webs y demás, valoramos más que nunca la materialidad del volumen impreso entre nuestras manos. Por ello, comenzaremos refiriendo lo agradable que nos ha resultado la edición del libro que reseñamos: su maquetación, su tamaño de letra, su formato o, por supuesto, su portada. Esta, una magnífica obra de Max, uno de los grandes nombres de la ilustración y el cómic en España (ya también colaborador de Larrauri en la colección Filosofía para profanos, cuya edición también es una delicia, por cierto), que representa a la autora y al autor del libro inmersos en un diálogo peripatético. Porque el texto se presenta, efectivamente, en forma de diálogo entre ambos, en una acertada decisión, a nuestro parecer y según refrenda Hume en la cita de apertura, donde afirma que el estilo dialogado es el más naturalmente apropiado para recoger la especulación filosófica, además de aunar “los dos mayores y más puros placeres de la vida humana: el estudio y la sociabilidad”. En cualquier caso, la forma dialógica otorga al texto, en este caso (porque, obviamente, se trata de un recurso que también puede ser empleado con malos resultados), unos especiales dinamismo, amenidad y ligereza en la lectura, y nos permite ser testigos de algo tan apasionante como es el pensamiento en movimiento.

Vayamos a por los autores: dos veteranos docentes de la materia de filosofía en enseñanza secundaria, a día de hoy ya jubilados, que, tal como ellos mismos cuentan en el texto, han colaborado en más de una ocasión a lo largo de los años en la producción de materiales didácticos de su especialidad. Aquí se reúnen una vez más para intentar elucidar una cuestión a la que da pie una anécdota vivida por Larrauri en los primeros años de su carrera docente: a propósito de la lectura en clase de un texto de Sartre en el que este expone los principios de su existencialismo refiriéndolos al “hombre”, dos alumnas le preguntan cómo ellas, mujeres, debían sentirse concernidas por tal cosa. La respuesta que les ofrece Larrauri es la más obvia y automática: lo expuesto por Sartre les atañe en tanto que ese “hombre” es empleado como universal, como es habitual que suceda tanto en la lengua francesa como en la española. Pero la misma Larrauri acabaría considerando esa respuesta como “decepcionante”, ya que ¿se reduce todo a una mera cuestión gramatical, o en realidad se encontraría justificado que la mujer no se sintiese incluida en el masculino universal presente en el texto filosófico en tanto que ello supondría tener que renunciar a su condición particular para asumir como propia la del varón? Una muestra de algunos fragmentos de Sartre (de nuevo), Marx-Engels o Kant parecen mostrar que, de hecho, en el texto filosófico la mujer no es tenida en cuenta del mismo modo que el varón, lo que puede llevarnos a sospechar que el susodicho “hombre” no es empleado por los autores como un auténtico sujeto universal y neutro, incluso quizás (y muy probablemente) sin intención ni conciencia de ello. Esto abre el interrogante alrededor del cual girarán las reflexiones de este libro: ¿cómo le corresponde situarse a la mujer, en tanto que sujeto lector, ante el tradicional discurso filosófico?

Cuando se habla de mujeres y filosofía, se piensa habitualmente en dos problemas. Uno de ellos es el de la invisibilización de la mujer, la misma que se da en otras áreas de la cultura, y que supone, por ejemplo, la tradicional ausencia de filósofas en el canon de la historiografía o en los currículos académicos. El otro problema es el del discurso clara y explícitamente misógino, del que no es difícil localizar significativos ejemplos en grandes nombres como Aristóteles, Tomás de Aquino, Rousseau o Nietzsche (por ceñirnos a la mención de los que son aludidos en el libro); asunto que no demuestra otra cosa más que el hecho de que la filosofía occidental se ha desarrollado en el seno de la misma sociedad androcéntrica y patriarcal que cualquier otro de sus productos culturales. Pero existe un tercer problema, habitualmente ignorado, y que es el que nos ocupa aquí: ¿en qué medida y de qué manera ha de sentirse interpelada la lectora de aquellos textos filosóficos dirigidos a los hombres?, ¿realmente los filósofos se dirigen a un “universal” humano?, ¿a quién tienen en mente como potencial lector?

La respuesta es que la mujer, ese “sujeto inesperado”, no puede sentirse concernida plenamente cuando el varón es el “sujeto previsto”, cuando el punto de vista de este es el adoptado como pretendidamente neutro en momentos en que resulta evidente que el autor ejerce como hombre dirigiéndose a otros hombres (se presenta, como un ejemplo muy significativo de ello, la narración del célebre caso Dora realizada por Freud). La particular experiencia femenina se lo impide. Por ejemplo, en lo que se refiere a una relación con el cuerpo que no es compartida por los varones, lo cual ha llevado a que fuese olvidada por una tradición idealista que se revela, así, como eminentemente masculina. Una mujer no puede obviar que es mujer cuando lee filosofía, haciéndose pasar por un lector “neutro”, pretendiendo simular que lo que se enuncia en el texto sea realmente válido para ambos géneros, ejercicio que la misma Larrauri confiesa que se esforzó en llevar a cabo en algún momento.

No se trata, por supuesto, afirman Larrauri y Caballero, de alterar los textos originales para enmendar ese uso de “hombre” como universal; tampoco de renunciar a la lectura de determinados autores o teorías. No es cuestión de borrar el testimonio de una tradición patriarcal cuya existencia no debe olvidarse sino que, por el contrario, se ha de tener bien presente para juzgarla críticamente.

Tras el planteamiento del problema, se ensaya una posible solución, la cual parte de considerar que existe un “sentido común” propio y específico de la mujer (aunque no necesariamente se encuentre presente en todas las mujeres), construido a partir de su experiencia particular y compartida en tanto “comunidad parcial dentro de la comunidad general”, esta última con su “sentido común general, o sea, masculino”. Y es desde aquel que la lectora ha de aproximarse al texto filosófico, permitiéndole interpretar ciertas cosas de determinada manera. Y no solo a ellas: “[…] si no fuera por el feminismo, me pregunto si tú y el resto de la ciudadanía se escandalizaría ante un acoso sexual. Para eso hay que verlo y reconocerlo como acoso”, dice Larrauri a propósito de la narración freudiana del caso Dora que ya hemos mencionado más arriba, y ante la cual una mirada no sensibilizada nunca supo ver ese fenómeno de acoso donde sí lo había de modo evidente.

Apoyándose en la teoría de Kant sobre el juicio de gusto a través de la interpretación que de la misma realiza Arendt (y con referencias a otros autores como Simone Weil, Santiago Alba Rico o Carlos Fernández Liria) para explicar cómo se pueden producir cambios en el sentido común, la reflexión desarrollada conduce a proponer la construcción de “un sentido común de la humanidad en su conjunto”, lo cual significa la superación de la diferenciación entre los puntos de vista femenino y masculino/universal mediante la alteración del segundo para hacerlo capaz de acoger lo que ofrece el primero, y quebrándose así el sentido común dominante, que es masculino.

Así, en una interesante evolución de las reflexiones plasmadas en el libro, desde la cuestión particular acerca del cómo ha de leer la mujer los textos filosóficos, se arriba a a esta propuesta teórica feminista:

[...] ha sido necesaria la aparición de un sentido común de las mujeres, un “nosotras” sujeto de la historia y del saber, para que se diera la posibilidad de que los hombres ampliaran su perspectiva con el punto de vista de las mujeres. Y haciéndolo se han vuelto más humanos, más corporales, más vulnerables, o sea mejores, más justos.”