Francisco Caballero y Maite Larrauri
Un sujeto inesperado. Diálogo sobre filosofía y feminismo
Los Libros de Fronterad, 2021
Cada vez tenemos una mayor sensación de que, en estos tiempos de pdf, textos en webs y demás, valoramos más que nunca la materialidad del volumen impreso entre nuestras manos. Por ello, comenzaremos refiriendo lo agradable que nos ha resultado la edición del libro que reseñamos: su maquetación, su tamaño de letra, su formato o, por supuesto, su portada. Esta, una magnífica obra de Max, uno de los grandes nombres de la ilustración y el cómic en España (ya también colaborador de Larrauri en la colección Filosofía para profanos, cuya edición también es una delicia, por cierto), que representa a la autora y al autor del libro inmersos en un diálogo peripatético. Porque el texto se presenta, efectivamente, en forma de diálogo entre ambos, en una acertada decisión, a nuestro parecer y según refrenda Hume en la cita de apertura, donde afirma que el estilo dialogado es el más naturalmente apropiado para recoger la especulación filosófica, además de aunar “los dos mayores y más puros placeres de la vida humana: el estudio y la sociabilidad”. En cualquier caso, la forma dialógica otorga al texto, en este caso (porque, obviamente, se trata de un recurso que también puede ser empleado con malos resultados), unos especiales dinamismo, amenidad y ligereza en la lectura, y nos permite ser testigos de algo tan apasionante como es el pensamiento en movimiento.
Vayamos a por los autores: dos veteranos docentes de la materia de filosofía en enseñanza secundaria, a día de hoy ya jubilados, que, tal como ellos mismos cuentan en el texto, han colaborado en más de una ocasión a lo largo de los años en la producción de materiales didácticos de su especialidad. Aquí se reúnen una vez más para intentar elucidar una cuestión a la que da pie una anécdota vivida por Larrauri en los primeros años de su carrera docente: a propósito de la lectura en clase de un texto de Sartre en el que este expone los principios de su existencialismo refiriéndolos al “hombre”, dos alumnas le preguntan cómo ellas, mujeres, debían sentirse concernidas por tal cosa. La respuesta que les ofrece Larrauri es la más obvia y automática: lo expuesto por Sartre les atañe en tanto que ese “hombre” es empleado como universal, como es habitual que suceda tanto en la lengua francesa como en la española. Pero la misma Larrauri acabaría considerando esa respuesta como “decepcionante”, ya que ¿se reduce todo a una mera cuestión gramatical, o en realidad se encontraría justificado que la mujer no se sintiese incluida en el masculino universal presente en el texto filosófico en tanto que ello supondría tener que renunciar a su condición particular para asumir como propia la del varón? Una muestra de algunos fragmentos de Sartre (de nuevo), Marx-Engels o Kant parecen mostrar que, de hecho, en el texto filosófico la mujer no es tenida en cuenta del mismo modo que el varón, lo que puede llevarnos a sospechar que el susodicho “hombre” no es empleado por los autores como un auténtico sujeto universal y neutro, incluso quizás (y muy probablemente) sin intención ni conciencia de ello. Esto abre el interrogante alrededor del cual girarán las reflexiones de este libro: ¿cómo le corresponde situarse a la mujer, en tanto que sujeto lector, ante el tradicional discurso filosófico?
Cuando se habla de mujeres y filosofía, se piensa habitualmente en dos problemas. Uno de ellos es el de la invisibilización de la mujer, la misma que se da en otras áreas de la cultura, y que supone, por ejemplo, la tradicional ausencia de filósofas en el canon de la historiografía o en los currículos académicos. El otro problema es el del discurso clara y explícitamente misógino, del que no es difícil localizar significativos ejemplos en grandes nombres como Aristóteles, Tomás de Aquino, Rousseau o Nietzsche (por ceñirnos a la mención de los que son aludidos en el libro); asunto que no demuestra otra cosa más que el hecho de que la filosofía occidental se ha desarrollado en el seno de la misma sociedad androcéntrica y patriarcal que cualquier otro de sus productos culturales. Pero existe un tercer problema, habitualmente ignorado, y que es el que nos ocupa aquí: ¿en qué medida y de qué manera ha de sentirse interpelada la lectora de aquellos textos filosóficos dirigidos a los hombres?, ¿realmente los filósofos se dirigen a un “universal” humano?, ¿a quién tienen en mente como potencial lector?
La respuesta es que la mujer, ese “sujeto inesperado”, no puede sentirse concernida plenamente cuando el varón es el “sujeto previsto”, cuando el punto de vista de este es el adoptado como pretendidamente neutro en momentos en que resulta evidente que el autor ejerce como hombre dirigiéndose a otros hombres (se presenta, como un ejemplo muy significativo de ello, la narración del célebre caso Dora realizada por Freud). La particular experiencia femenina se lo impide. Por ejemplo, en lo que se refiere a una relación con el cuerpo que no es compartida por los varones, lo cual ha llevado a que fuese olvidada por una tradición idealista que se revela, así, como eminentemente masculina. Una mujer no puede obviar que es mujer cuando lee filosofía, haciéndose pasar por un lector “neutro”, pretendiendo simular que lo que se enuncia en el texto sea realmente válido para ambos géneros, ejercicio que la misma Larrauri confiesa que se esforzó en llevar a cabo en algún momento.
No se trata, por supuesto, afirman Larrauri y Caballero, de alterar los textos originales para enmendar ese uso de “hombre” como universal; tampoco de renunciar a la lectura de determinados autores o teorías. No es cuestión de borrar el testimonio de una tradición patriarcal cuya existencia no debe olvidarse sino que, por el contrario, se ha de tener bien presente para juzgarla críticamente.
Tras el planteamiento del problema, se ensaya una posible solución, la cual parte de considerar que existe un “sentido común” propio y específico de la mujer (aunque no necesariamente se encuentre presente en todas las mujeres), construido a partir de su experiencia particular y compartida en tanto “comunidad parcial dentro de la comunidad general”, esta última con su “sentido común general, o sea, masculino”. Y es desde aquel que la lectora ha de aproximarse al texto filosófico, permitiéndole interpretar ciertas cosas de determinada manera. Y no solo a ellas: “[…] si no fuera por el feminismo, me pregunto si tú y el resto de la ciudadanía se escandalizaría ante un acoso sexual. Para eso hay que verlo y reconocerlo como acoso”, dice Larrauri a propósito de la narración freudiana del caso Dora que ya hemos mencionado más arriba, y ante la cual una mirada no sensibilizada nunca supo ver ese fenómeno de acoso donde sí lo había de modo evidente.
Apoyándose en la teoría de Kant sobre el juicio de gusto a través de la interpretación que de la misma realiza Arendt (y con referencias a otros autores como Simone Weil, Santiago Alba Rico o Carlos Fernández Liria) para explicar cómo se pueden producir cambios en el sentido común, la reflexión desarrollada conduce a proponer la construcción de “un sentido común de la humanidad en su conjunto”, lo cual significa la superación de la diferenciación entre los puntos de vista femenino y masculino/universal mediante la alteración del segundo para hacerlo capaz de acoger lo que ofrece el primero, y quebrándose así el sentido común dominante, que es masculino.
Así, en una interesante evolución de las reflexiones plasmadas en el libro, desde la cuestión particular acerca del cómo ha de leer la mujer los textos filosóficos, se arriba a a esta propuesta teórica feminista:
“[...] ha sido necesaria la aparición de un sentido común de las mujeres, un “nosotras” sujeto de la historia y del saber, para que se diera la posibilidad de que los hombres ampliaran su perspectiva con el punto de vista de las mujeres. Y haciéndolo se han vuelto más humanos, más corporales, más vulnerables, o sea mejores, más justos.”
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