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sábado, 1 de mayo de 2021

TIBURI: "¿CÓMO CONVERSAR CON UN FASCISTA?"

 

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Marcia Tiburi

¿Cómo conversar con un fascista? Reflexiones sobre el autoritarismo de la vida cotidiana

(Como conversar com um fascista. Reflexoes sobre o autoritarismo da vida cotidiana)

Traducción de Jesús Sabariego

Año de publicación: 2015

Edición: Akal, México, 2018

 

A nuestro parecer, es obligación moral del filósofo responder a las circunstancias, máxime cuando éstas se presentan con la gravedad de aquello que es tema de este libro. Y a lo que responde Marcia Tiburi, filósofa brasileña, es a la deriva política de su país, que acabaría llevando a la subida al poder presidencial del ultraderechista Jair Bolsonaro a comienzos de 2019 (aunque en realidad la obra está escrita cuatro años antes, alertando de un futuro inmediato que finalmente se vió cumplido). Una deriva, por otra parte, que se ha venido dando en los últimos tiempos en tantísimos lugares, hasta el punto de que podemos considerarla una lamentable tendencia general que, con toda seguridad, merecerá un análisis en los futuros manuales de historia como uno de los rasgos característicos de las primeras décadas (y esperemos que solo de éstas) del siglo XXI. Por ello, aunque las reflexiones de Tiburi toman como objeto principal la situación de la sociedad brasileña, son perfectamente aplicables a tantos otros contextos nacionales. De hecho, son escasas, a lo largo del libro, las referencias directas y explícitas a su propio país, por lo que sospechamos que tampoco era intención de la autora circunscribirse al mismo, al ser evidente que el fenómeno estudiado se extiende ahora mismo a lo largo y ancho del planeta.

Se impone comenzar con algunas aclaraciones si deseamos penetrar en lo que ofrece el texto. En primer lugar, la autora utiliza el concepto de fascismo, presente desde el título del libro, en el sentido laxo o genérico con que viene siendo empleado últimamente por tantos analistas (por ejemplo, en la obra Facha, de Jason Stanley, ya comentada aquí), y que, aunque tal vez no resulte histórica y politológicamente riguroso, es muy útil para que sepamos perfectamente a qué fenómeno se está aludiendo. “Fascista” sería, en este caso, la posición ideológica autoritaria, excluyente, negadora de la pluralidad, promovedora de odio y, en nuestro momento, identificada con un neoconservadurismo, un nacionalismo y un neoliberalismo económico extremos (rasgo este último, por cierto, impropio del fascismo original). Fascistas, en base a semejante concepto, serían tanto Mussolini como Stalin, si hablamos de lo histórico, o tanto el ya mencionado Bolsonaro como Donald Trump (o en España, obviamente, el partido político Vox o ciertos sectores del Partido Popular), si nos referimos al presente.

La segunda aclaración que procede ha de servir para eliminar el posible malentendido que pueda aportar el mismo título del libro. Como Tiburi se ha preocupado de aclarar en más de una entrevista realizada para presentar su obra, no se trata de una especie de manual que nos vaya a explicar realmente “cómo” conversar con un fascista. En realidad, la misma autora reconoce que ese diálogo es, a menudo, imposible (el negarse al mismo sería, de hecho, una de las características definitorias del fascismo, según las mismas tesis del libro y tal como explicaremos más adelante). El título en cuestión, dice Tiburi, posee más bien una intención provocadora desde la ironía, pretendiendo manifestar que, precisamente porque el fascista rechaza el diálogo, éste se puede presentar como una forma de resistencia.

El texto, por tanto, aunque lleva a cabo un análisis del fenómeno del fascismo en varios de sus aspectos, lo hace vertebrado por la idea de que el diálogo es un antídoto contra el fascismo. Pero no tanto el diálogo en su plasmación en una conversación real (como sugeriría precisamente y, tal como ya hemos aclarado, de manera algo engañosa, el título del libro), sino más bien como símbolo de una actitud que se opone diametralmente a la del fascismo, y, en consecuencia, nos serviría para defendernos del mismo, para enfrentarlo y oponerlo. Y, atención, no solamente cuando se presenta en los demás, porque el germen del autoritarismo también puede encontrarse en uno mismo, ya que todos podemos ser un fascista en potencia o al menos comportarnos como tal en algún momento. Así que admitir el diálogo, reconocer su valor y validez, ha de servir también como vacuna para evitar infectarnos del virus del fascismo.

Lo arriba mencionado se constituye en hilo conductor de un libro que se estructura como una sucesión de breves capítulos que bien podrían entenderse como artículos independientes entre sí (de hecho, es perfectamente posible su lectura en cualquier orden), aun todos ellos girando alrededor de la misma temática, cuyo conjunto acaba construyendo las tesis que desea transmitirnos Tiburi. Quizás personalmente hubiéramos agradecido una exposición algo más sistemática y que evitase las abundantes reiteraciones de ideas, pero hemos acabado concluyendo que el que no se dé tal cosa no hay que interpretarlo como una deficiencia de la obra sino más bien como resultado de una intención estilística consciente por parte de la autora.
    Así, nos vamos encontrando con reflexiones acerca del lugar del diálogo en la política y el autoritarismo como ausencia de actitud dialógica, el fomento del odio y el miedo en la sociedad, el papel de la propaganda y los medios de comunicación, la esencia de la democracia, la manipulación y el vaciamiento de racionalidad del discurso, el victimismo como característica de la posición fascista, ciertos elementos del espíritu de la época como caldo de cultivo para las posiciones autoritarias, diversas cuestiones acerca de la situación social y politica de Brasil, y otros asuntos

La idea principal y que constituye el trasfondo de todo el texto, es la de la existencia de cierta actitud o postura (no tanto una ideología) caracterizada fundamentalmente por la ausencia de apertura al otro. De ahí derivarán cosas como la creencia en la posesión de una verdad absoluta, una incapacidad de autocrítica y de revisión del propio punto de vista, autoritarismo, el deseo de imposición de las propias ideas, odio, violencia, total carencia de empatia e incluso desprecio hacia los deseos y necesidades de los demás.… Es todo ello lo que incluye esa posición que Tiburi califica como “fascismo”. De esta manera, el fascismo no es de ninguna manera un posicionamiento politico, porque de hecho se encuentra incapacitado para ello y es, por contra, esencialmente antipolítico, pues la política implica el reconocimiento de uno mismo y del otro como ciudadanos que han de compartir un espacio común de encuentro e intercambio.

Por lo anterior, la recuperación y defensa de lo político pasa por la reivindicación del diálogo, actividad que contrarresta todos esos componentes propios de la actitud fascista que antes hemos enumerado. Con lo cual, cuanto más capacitados nos encontremos para el diálogo, más alejados nos veremos del fascismo (y viceversa, obviamente). Con ello, tal como se expone en la Introducción, el diálogo se erige como una forma de resistencia con un poder tal que incluso puede conducir a la transformación social. Esencial, en cualquier caso, como rasgo definitorio de una sociedad democrática amenazada en estos momentos. Y, yendo más allá, Tiburi presenta la filosofía como la que ha de llevar a cabo semejante contribución (“diálogo es la forma específica del activismo filosófico” - pág. 17), lo cual constituye una clara llamada al deber para todos aquellos que nos dedicamos a esta disciplina y que, como decíamos al comienzo, tenemos la obligación moral de batallar, siquiera sea en el terreno de las ideas, que es el que nos compete, contra aquellos que pretenden anular el pensamiento, que no es sino nuestra herramienta y medio (de los filósofos en particular, de los ciudadanos en general) para enfrentarnos al mundo y, sobre todo, de adoptar una posición determinada ante unas circunstancias que se muestran particularmente acuciantes. Así, “las demandas de transformación social interpelan al pensamiento filosófico pidiéndole una toma de postura. La filosofía corre el riesgo de perder su lugar ético-político al buscar una imagen de neutralidad metafísica ante los hechos. El pensamiento no es neutro: o confirma el estado de las cosas, o es crítico y transformador de las subjetividades hacia un pensamiento lúcido entrelazado con prácticas lúcidas en tiempos de oscuridad” (pág. 18).

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