"La razón no es todopoderosa. Es una trabajadora tenaz, tanteadora, cauta, crítica, implacable, deseosa de escuchar y discutir, arriesgada." (Karl R. Popper)
Buscar en este blog
sábado, 1 de junio de 2019
STANLEY: "FACHA"
Jason Stanley
Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida
How Fascism Works: The Politics of Us and Them
Prólogo de Isaac Rosa
Traducción de Laura Ibáñez
Año de publicación: 2018
Edición: Blackie Books, Barcelona, 2019
Prescindiendo de ese coloquial y muy expresivo Facha que en esta edición ha sido añadido como título principal, suponemos que por razones de marketing, en la primera parte del título original (recuperada en su caso como parte del subtítulo de esta edición) encontramos una descripción muy acertada de la idea directriz del libro, que no es otra que la de explicarnos, efectivamente, cómo funciona el fascismo. Y, muy por desgracia, el interés que tal asunto pueda tener no se queda en estos tiempos en el mero plano teórico, pues la deriva actual de nuestras sociedades y de algunos de sus dirigentes o aspirantes a tal posición hace cada vez más necesario el conocimiento de ello para poder precavernos y defendernos lo mejor posible.
Jason Stanley es profesor de Filosofía en la Universidad de Yale, especializado en filosofía del lenguaje y con una trayectoria al parecer bastante reconocida en el ámbito filosófico estadounidense. Hijo de huidos de la Alemania nazi, su interés por el pensamiento fascista se alimenta de su pasado familiar, tal como confesará en los Agradecimientos que cierran el volumen.
En la Introducción, el autor establece el punto de partida, al constatar la situación de resurgimiento en diversos países de un ultranacionalismo de extrema derecha que el autor decide calificar como “fascismo”. Ello no significa que necesariamente se estén generando o se vayan a generar estados fascistas (aunque puede suceder, lo cual, según Stanley, dependerá de cada “contexto histórico particular”), pero sí que existe una “política fascista” o que emplea “tácticas fascistas como mecanismo para obtener el poder”. El objetivo del libro será describir y analizar cada una de esas estrategias, las cuales se desgranan en cada uno de los sucesivos capítulos. Todas ellas se encuentran, por otro lado, conectadas entre sí en una relación de interdependencia y reforzamiento mutuo, y giran alrededor de una idea fundamental: la construcción de una dialéctica del “ellos” contra “nosotros” (a lo que se refiere, por cierto, la segunda parte del título original de la obra), alentando un espíritu de enfrentamiento que sustenta y fortalece el pensamiento fascista y aleja al ciudadano de los valores de tolerancia ante el pluralismo y de apertura al diálogo propios de la democracia liberral.
Como afirma el propio autor: “He escrito este libro con la esperanza de dar a los ciudadanos las herramientas para que reconozcan la diferencia entre las tácticas legítimas de la política democrática liberal y las tácticas tendenciosas del fascismo”.
El análisis teórico de los mecanismos de la política fascista se acompaña y sustenta con constantes ejemplos históricos y actuales; entre ellos, predomina lo referido a los Estados Unidos bajo la presidencia de Trump (lo más cercano al autor, obviamente), pero también aparecen abundantes referencias a otras sociedades y naciones.
Tras un prólogo para esta edición del escritor Isaac Rosa, que presenta el libro en sus intenciones y algunas de sus principales tesis, conectándolo además con la situación politica de la España actual, los contenidos del libro, divididos por capítulos, son los siguientes:
1. El pasado mítico
El fascismo emplea como elemento justificativo la idea de un pasado nacional mitificado. Se construye el relato de una época gloriosa, llena de gestas y sin nada criticable en él (para lo cual se silencia cualquier aspecto negativo), en el cual se asienta la identidad del pueblo. Ese pasado se considera perdido por culpa de la imposición de unos valores ajenos. Con ello, y mediante la fuerza emotiva de la nostalgia y el deseo de recuperar lo arrebatado, se justifican los ejercicios de poder jerárquico y el enfrentamiento con los colectivos (étnicos, ideológicos,…) supuestamente culpables de la actual decadencia de la nación.
De esa manera se están alentando emociones básicas como el deseo de recuperar algo perdido, el odio hacia los culpables de esa pérdida o el miedo a una pérdida aún mayor.
Por otra parte, como ya hemos apuntado, se rechaza toda posible autocrítica hacia la propia nación y su historia en favor de la veneración ciega, al ser vista aquélla como un ataque que la debilita y que impide sentir orgullo por ella, incluso llegándose en algunos regímenes a legislar la supresión del pasado.
Por otro lado, en ese pasado mítico se da siempre un régimen patriarcal, lo que legitima la figura paternal del líder y la organización jerárquica que se quiere para la sociedad actual, y lleva a la defensa de unos roles de género radicalmente diferenciados.
Del mismo modo que la “invasión” extranjera de los migrantes se interpreta como amenaza a la propia identidad del grupo y a sus privilegios justamente merecidos, el varón tiene miedo de la disolución de su rol tradicional y de su pérdida de privilegios ante la mujer.
2. La propaganda
La propaganda es empleada por la política fascista como estrategia para enmascarar sus auténticas motivaciones y objetivos, toda vez que desvelar estos podría restarle apoyo. Por ejemplo, dándole a la corrupción apariencia de anticorrupción, u ocultando su voluntad antidemocrática y de desmantelamiento del Estado de derecho, o presumiendo de proteger la libertad y los derechos individuales, cuando en realidad tal “protección” conlleva la opresión de otros. El fascismo, perversamente, utiliza los medios y mecanismos de la democracia para atacarla; como ejemplo claro: la defensa de la libertad de expresión pero siempre según sus propios intereses (“El fascismo utiliza el lenguaje de los grandes ideales para destruirlos”).
3. El antiintelectualismo
El control de la escuela, como vía fundamental de penetración cultural que es, se convierte en un elemento estratégico clave para la política fascista. Por ello, intenta utilizarla a su favor desvirtuando la educación (por ejemplo, atacando y desacreditando el conocimiento experto o el pensamiento crítico) con el fin de debilitar el debate público y anular toda posible disensión hacia sus posturas.
Así, el mundo académico (encarnado en ciertos docentes o universidades) es presentado como una herramienta de adoctrinamiento progresista, con el fin de hacer imperar en él su punto de vista acallando los ajenos, de nuevo bajo la coartada de una falsa e interesada defensa de la libertad de expresión.
Algunas ramas de estudio específicas resultan especialmente señaladas, como los estudios de género. Todo lo relacionado con el feminismo o los derechos LGTBI es visto por la extrema derecha como una amenaza a esa familia tradicional que es acorde con sus ideales patriarcales. Para el fascismo, el fin de la escuela ha de ser adoctrinar en sus principios y valores, así como favorecer disciplinas tećnicas y empresariales en detrimento de otras, como las humanísticas, que alientan el enriquecimiento del espíritu humano (“Estas prioridades cobran pleno sentido cuando uno se da cuenta de que en los sistemas antidemocráticos, la función de la educación es producir ciudadanos obedientes que se conviertan en una mano de obra que no tenga capacidad de negociación y que ideológicamente esté adoctrinada para pensar que el grupo que está en el poder encarna los valores de de las mejores civilizaciones de la historia”).
Otro ámbito atacado por el fascismo es el de la ciencia: se rechaza el conocimiento especializado y se ensalza la acción frente al pensamiento con el fin de anular el debate y crear una realidad propia adaptada a sus intereses contra la evidencia y la actitud crítica (un perfecto ejemplo sería el del negacionismo del cambio climático).
Otro objeto de manipulación del fascismo es el mismo lenguaje, como herramienta que es para la reflexión, el debate y la interpretación del mundo. El fascismo busca empobrecerlo y reducirlo de lo intelectual a lo puramente emotivo (eslóganes y consignas que apelan a emociones como la rabia, el miedo o la indignación frente a discurso articulado y racional).
4. La irrealidad
El fascismo tergiversa la realidad en su pretensión de reemplazar el debate racional por las reacciones emocionales. Por ejemplo, desprestigiando a los medios de comunicación mediante la acusación de tendenciosos. O construyendo teorías conspiratorias que, apelando a aquello que pueda atemorizar o preocupar a la sociedad, sirven para justificar emociones que de otro modo resultarían irracionales.
La conveniencia de la difusión de cualquier idea se ha defendido (por ejemplo, por J. S. Mill en Sobre la libertad) con el argumento de que el debate libre de cualquier punto de vista siempre resulta positivo porque permite dilucidar los más válidos. Pero tal cosa no es aplicable cuando interviene el pensamiento fascista, que pervierte el debate racional ideal mediante cosas como el recurso al uso emotivo del lenguaje, el beneficio que le aporta el fenómeno de la “falsa equivalencia” o la pose de "autenticidad" y "valentía" construida en base a expresar claramente y sin reparos opiniones "politicamente incorrectas", lo cual es valorado por una ciudadanía desencantada por la habitual hipocresía de la clase política.
5. La jerarquía
Una de las ideas sobre las que se sustenta el pensamiento fascista es la de la existencia de una jerarquía natural entre individuos o grupos. Para justificar tal cosa, incluso busca coartadas “científicas” como las que intentan aportar evidencia acerca de diferencias genéticas entre razas. Esto se relaciona con el miedo ante la posible pérdida de estatus y privilegios del grupo dominante
6. El victimismo
Las pretensiones de mera igualdad que plantean determinados grupos oprimidos son interpretadas desde el fascismo como una amenaza para el grupo dominante: "Corregir desigualdades injustas siempre resultará doloroso para los que se benefician de ellas. Y habrá quien experimente ese dolor como opresión". El riesgo de pérdida de la posición de dominio ante las reivindicaciones igualitarias es traducido en una actitud victimista en la que se adopta el rol de perseguido pero que en realidad sirve para justificar la opresión sobre otros.
Un ejemplo claro de lo dicho es el del victimismo patriarcal ante las reivindicaciones del feminismo; o también la interpretación como amenaza del fenómeno de la inmigración.
Una de las manifestaciones de este victimismo es el nacionalismo opresor (por ejemplo, en el caso de Israel hacia Palestina). El nacionalismo, que atenta contra la igualdad pretendiendo defender unos derechos propios frente a las supuestas imposiciones del “otro”, se convierte en la esencia del fascismo.
7. El orden público
Otra estrategia del fascismo para despertar el miedo y el rechazo hacia un determinado colectivo (se pone como ejemplo a los afroamericanos) consiste en presentarlo como una amenaza para el orden público. Ello supone un maniqueísmo que divide a los individuos, a priori y en una suerte de esencialismo, entre los que son y los que no son respetuosos de la ley.
8. La ansiedad sexual
El fascismo emplea la estrategia de dar un cariz sexual a la amenaza que "el otro" representa. Por ejemplo, en numerosas ocasiones se ha presentado a los miembros de determinados colectivos (étnicos, religiosos, nacionales,...) como depredadores sexuales que amenazarían la integridad de las mujeres del grupo propio, con el peligro que ello supondría de pervertir la pureza racial de éste, además de la ofensa patente en el hecho de que aquéllos se apropien de algo que "pertenece" en exclusiva a los hombres de este grupo.
O, también, los individuos transgénero y homosexuales son temidos como un desafío al rol masculino tradicional, lo cual puede acabar socavando el orden patriarcal y, en particular, la función del varón como protector y sostén de la familia y, por tanto, figura de autoridad. Por ello, y bajo la excusa de la protección de la familia, es habitual en la política fascista el ataque hacia los ideales de libertad e igualdad que se manifiestan en reivindicaciones como las del derecho al aborto, el reconocimiento del matrimonio homosexual, etc.
9. Sodoma y Gomorra
La política fascista suele recibir su mayor apoyo por parte de los habitantes de las zonas rurales, a quienes dirige su mensaje de modo primordial. El fascismo idealiza las pequeñas poblaciones del entorno rural, donde ve encarnados los valores tradicionales de la nación, frente al entorno urbano, cuyo cosmopolitismo y diversidad (con lo que ello conlleva de tolerancia hacia lo diferente) supondrían una amenaza para aquéllos.
La vida rural también encarna la autosuficiencia que hace al individuo autónomo con respecto al Estado (la vida urbana, mientras tanto, supone debilidad y degeneración), con lo que la política fascista alienta la idea de una competencia en lo económico entre las zonas rurales y urbanas, que hace que los habitantes de las primeras sientan animadversión hacia los de las segundas, vistos como competidores. Para ganarse la simpatía y el apoyo de las zonas rurales, la política fascista llega incluso a falsear la realidad presentando las urbes como focos de criminalidad y nido de las minorías enemigas.
10. Arbeit macht frei
El pensamiento fascista presenta a los miembros de las minorías como vagos y aprovechados del Estado, del que reciben de manera no merecida unos beneficios sociales logrados en perjuicio del grupo dominante, que sí se esfuerza lo debido (de nuevo, el “ellos” contra “nosotros”). Ello es acorde con una escala de valores que responde al darwinismo social, la meritocracia y la creencia en la autosuficiencia individual, lo cual se opone a todo lo postulado por la democracia liberal y establece ciertas coincidencias entre el fascismo y el libertarismo económico.
Es más, el fascismo acaba fabricando una realidad para que coincida con su “verdad”, mediante la implantación de condiciones (como la reducción de prestaciones sociales o el endureciemiento del sistema penal) que llegan a poner a la minoría atacada en una situación que realmente se corresponde con el estereotipo preexistente, legitimando así finalmente el trato que se le da.
En su estrategia de crear divisiones, el fascismo busca socavar la solidaridad entre los miembros de la clase trabajadora, especialmente tal como se articula a través de las organizaciones sindicales: “[…] el fascismo necesita una sociedad ‘atomizada’ cuyos individuos hayan perdido la conexión que los une más allá de sus diferencias”.
Otra razón para que los sindicatos se encuentren en el punto de mira del fascismo reside en el hecho de que su actividad busca y consigue atenuar la desigualdad económica, siendo ésta esencial para la situación social en que el fascismo mejor puede prosperar alentando el miedo y el rencor.
El autor acaba con un ejercicio de comprensión (que nunca hemos de confundir con justificación) hacia los ciudadanos de clase trabajadora que abrazan la política fascista: los principios de la democracia liberal son exigentes, y difíciles de asumir para quienes se sienten castigados en su situación social y económica. Así, la capacidad de ser tolerante se convierte en "privilegio de una élite".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.