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domingo, 24 de abril de 2022

DRAKE: "GALILEO"


                                            

 

Stillman Drake

 Galileo 

(Galileo

Traducción: Alberto Elena

Año de publicación: 1980

Edición: Alianza, Madrid, 1983

 

No creemos que a estas alturas debiera ser necesario presentar al protagonista de este libro, pero aún así lo haremos brevemente: Galileo Galilei (1564-1642), físico y astrónomo italiano que fue uno de los protagonistas de ese fenómeno llamado “revolución científica”, el cual constituyó uno de los mayores hitos de la historia del pensamiento occidental, y por lo tanto uno de los responsables del surgimiento de la ciencia moderna, junto con otros nombres como Copérnico, Kepler o, quien culminaría ese proceso, Newton.

Por su parte, el autor, Stillman Drake (1910-1993), historiador de la ciencia canadiense, posiblemente haya sido uno de los mayores especialistas sobre el personaje antedicho, teniendo en cuenta que (al menos según el correspondiente artículo de Wikipedia), publicaría alrededor de 131 piezas (entre libros, capítulos de libros, artículos…) acerca del mismo.

Lo cierto es que desconocemos el resto de la obra de Drake, pero aquí nos encontramos con un texto muy breve que constituye una perfecta introducción a la figura y el trabajo de Galileo. En él se combina la información biográfica con la exposición de sus investigaciones y teorías, poniendo de manifiesto el significado histórico de las mismas.

Así, se nos ofrece un recorrido por la trayectoria vital y, sobre todo, intelectual del personaje. Obviamente, no vamos a ocuparnos aquí de resumir la misma, ya que se trata de una información que, al menos en sus elementos esenciales, cualquiera puede encontrar con facilidad. Lo cual no significa que otras fuentes posibles de más inmediata accesibilidad puedan sustituir a esta obra (aunque sí a la síntesis que pudiéramos recoger en esta reseña, que por eso prescindimos de ello), ya que Drake lleva a cabo su exposición con una erudición y grado de detalle en ciertos aspectos que resultan propios del experto en la materia que, como decíamos anteriormente, es. Por nuestra parte, incidiremos en dos cuestiones que el autor se ocupa de destacar a lo largo de todo el texto y que podríamos considerar como la más relevante aportación particular de esta obra. Además de tratarse de lo que más nos puede interesar desde nuestro propio campo, el de la filosofía de la ciencia.

En primer lugar, encontramos el papel de Galileo como uno de los artífices de la ciencia moderna, cuya construcción constituyó una labor descomunal que abarcó siglos hasta culminar en el XVIII con la obra de Newton, supuso un vuelco cultural como pocos se han dado en la historia de la humanidad, y se debió a las aportaciones de un gran número de individuos, el propio Galileo entre ellos, como hemos dicho. Así, nos encontramos en primer lugar con la refutación de las teorías físicas y astronómicas medievales que desde el siglo XIII se habían fundamentado en el pensamiento aristotélico. Pero no solo ello, lo cual afectaría a los contenidos de las teorías aceptadas hasta el momento, sino que también la misma concepción de la ciencia como modo específico de explicar la realidad resultaría alterada debido a novedades como la utilización del método experimental, el apoyo exclusivo en los datos empíricos, la adopción del lenguaje matemático como aquel con el que expresar los fenómenos naturales o la búsqueda de las leyes universales que regirían tales fenómenos. Todo ello frente a un pensamiento puramente especulativo que a menudo conducía a un dogmatismo, el cual adoptaba la palabra aristotélica como verdad absoluta, que hoy consideraríamos totalmente anticientífico. Y, por otro lado, su ruptura con respecto a las teorías físicas y astronómicas aristotélicas, que supondría un punto de inflexión en el desarrollo del pensamiento occidental. Destacaríamos, por reflejar a la perfección los valores de la ciencia moderna y contemporánea, las siguientes palabras de Galileo recogidas en este libro: “no lo sé, respuesta mucho más aceptable que las otras por cuanto una franca sinceridad es más bella que una engañosa simulación”. Escepticismo científico en estado puro.

En segundo lugar, el autor insiste en la tesis de que la oposición hacia Galileo que se daría en el momento no sería tanto por parte de la doctrina de la fe (es decir, la Iglesia), como parece haberse interpretado de modo habitual, como de los filósofos escolástico-aristotélicos del momento. De hecho, defiende que Galileo siempre se habría sentido fiel a la Iglesia, y que sería la historiografía decimonónica la que, condicionada por la brecha abierta entre ciencia y religión como consecuencia de la polémica darwinista, viera sesgada de esa manera su interpretación de hechos y declaraciones de Galileo. Según Drake, a lo que aspirara Galileo sería a una ciencia independiente de la filosofía (lo cual será uno de los rasgos característicos de la ciencia tal como la entendemos desde el XVIII hasta hoy) y, por tanto, también de la teología (pues la filosofía dependía a su vez de esta), pero en ningún momento incompatible con ninguna de ambas, sino, sencillamente, con sus propias y diferentes competencias. Para Galileo, la fe y la Biblia no hubieran sido en ningún momento el enemigo, aunque así lo hayan querido presentar posteriores interpretaciones que declaran a religión y ciencia como enemigos irreconciliables. 

A lo largo del texto se nos narran con suficiente detalle, a pesar de la brevedad del libro, los trabajos de Galileo y las vicisitudes que vivió a lo largo de su trayectoria en relación con los ámbitos académico, eclesiástico y político (siendo las tres cosas prácticamente lo mismo en aquellos tiempos), desde una primera etapa como teórico de la física terrestre, en la que ya destacó, hasta, mediando la aparición de un instrumento fundamental como sería el telescopio, su defensa de la astronomía heliocéntrica copernicana, que es por lo que realmente ha pasado a la historia. Observamos que el autor no cesa de insistir en que las censuras a las teorías copernicano-galileanas serían más filosóficas que religiosas; es más, presenta a los teólogos como manipulados o condicionados por los filófosos (aunque, personalmente, dudamos mucho de que en ese momento se pudiese establecer una delimitación clara y tajante entre ambas cosas). Según Drake, tanto parte de los representantes de la Iglesia como el propio Galileo considerarían que desde la fe no se aspiraba a juzgar nada al respecto de cuestiones científicas, las cuales quedarían fiadas a la razón y la experiencia. No obstante, con el proceso inquisitorial padecido por el protagonista encontramos la intervención de la Iglesia en un asunto puramente científico. De lo que se acusaría a Galileo sería de “enseñar” o “defender” el sistema copernicano como si correspondiese con los hechos, puesto que la mera pretensión de considerarlo como una hipótesis a discutir no se consideraba algo prohibido. De hecho, así es como presenta la cuestión, astuta y prudentemente, en su obra Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano (cuya lectura recomendamos, al tratarse de un texto muy accesible y ameno que nos pone en contacto con uno de los momentos más relevantes de la historia del pensamiento), y la defensa de Galileo consistió en sostener que no hizo otra cosa distinta de eso, no habiendo incumplido así lo exigido.

Como no podía ser de otra manera, el momento culminante del libro es el que se ocupa de la obra mencionada inmediatamente arriba y de las circunstancias y consecuencias de su publicación. Dedicando a ello un capítulo íntegro, Drake comienza reseñando el contenido del texto más históricamemte relevante de Galileo. En él, se enfrentan las teorías aristotélico-ptolemaica y copernicana mediante el diálogo entre tres personajes. Los dos primeros interlocutores, cada uno alineándose respectivamente en la vieja y la nueva astronomías, presentarán sus razones para convencer a un tercero, indeciso entre ambas posturas. Como hemos dicho antes, esta estrategia expositiva permite a Galileo presentar la hipótesis del heliocentrismo sin comprometerse personalmente con la misma: no sostiene que tal visión del universo responda necesariamente a la realidad, sino que sería, al menos, posible, e incluso una mejor explicación de determinados fenómenos (como el movimiento de las mareas, por ejemplo), al mismo tiempo que muestra que ningún argumento a favor del geocentrismo resulta determinante... y que el lector juzgue. No olvidemos que nos encontramos en unos siglos en que la libertad intelectual resultaba enormemente limitada, y por lo tanto era necesario andar con pies de plomo, obligando ello a avivar el ingenio de quienes aspiraban a exponer sus ideas evitando, al mismo tiempo, complicaciones indeseadas. Objetivo este que finalmente Galileo no consiguió, a pesar de toda su prudencia.

Porque, escasos meses después de publicado el Diálogo, la Inquisición romana actúa ordenando suspender su venta y citando al autor. A pesar de que la obra había recibido en su momento las debidas autorizaciones, es la enfurecida intervención del propio Papa Urbano VIII lo que desencadena los acontecimientos, posiblemente instigado por ciertos enemigos de Galileo que consiguen convencerle de que había intentado eludir las restricciones impuestas con respecto a la enseñanza de la astronomía copernicana. Se inicia así un proceso en el que la principal defensa de Galileo reside en lo que ya henos venido comentando: aunque no le era permitido sostener el geocentrismo, nada le impedía presentarlo como una mera hipótesis. Los argumentarios de acusado y acusación girarían alrededor de qué estaba proponiendo realmente Galileo en el Diálogo y de si ello desobedecía o no lo establecido por las autoridades. Todo ello se resolvió con un acuerdo por el que Galileo reconocía haberse excedido en ciertos pasajes de la obra, aunque sin ninguna mala intención, a cambio de ser tratado con indulgencia, lo que se traduciría en la exigencia de renunciar públicamente a la teoría heliocéntrica y a un arresto domiciliario para lo que le quedase de vida, tiempo durante el cual siguió investigando en física terrestre.

No obstante, la circulación fuera de Italia de la obra de Galileo (tanto el Diálogo como otros de sus textos) permitió la pervivencia y difusión de sus ideas, uno de los ladrillos con que se construiría el edificio de la nueva ciencia propia de la modernidad.

En sus últimos días, Galileo se proclamó más auténticamente aristotélico que los aristotélicos que se le opusieron y habían logrado finalmente su condena, pues, mientras estos se aferraban dogmáticamente a los contenidos de la doctrina del filósofo, nuestro protagonista consideraba que con su manera de concebir la ciencia adoptaba el espíritu del pensamiento del Estagirita, siendo con ello más fiel al mismo. No era Aristóteles el enemigo de Galileo ni de la ciencia tal como la entendemos actualmente, sino tan solo sus intransigentes y anticientíficos seguidores. 

 

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