Recientemente participé en un curso de formación para el profesorado que versaba sobre dilemas morales y su aplicación como actividad para el aula, y se nos pidió una tarea final consistente en una propuesta personal al respecto. He pensado que, como manera de rentabilizar más el tiempo y esfuerzo dedicados a ello, podría aprovechar tal trabajo como un contenido más para el espacio en que nos encontramos. A fin de cuentas, en buena medida este blog es una especie de diario de algunas de mis ocupaciones como “aprendiz de filososofía”, tal como digo en la presentación que aparece en la columna de la derecha. Incluso es posible que este material que he decidido compartir pueda resultar de utilidad a alguien. Traslado aquí el texto tal cual lo redacté y presenté originalmente como ejercicio del susodicho curso, sin ningún tipo de adaptación.
Los dilemas que voy a proponer se basan todos ellos en algún material de partida. Siempre que procede, ilustro o apoyo los contenidos que expongo en mis clases con algún recurso escrito o audiovisual: un texto ensayístico o literario, un artículo de prensa, un documental o película... Así que he decidido adoptar aquí esa tónica de trabajo que me es habitual, recurriendo sucesivamente, y buscando la mayor variedad posible, a un relato breve, una película, un capítulo de una serie de televisión y un artículo de prensa.
Con todos ellos, el proceso de trabajo sería el mismo, constando de los siguientes pasos:
1. Visionado o lectura del material en cuestión por parte del alumnado (puede hacerse de manera individual o conjunta). Y ello sin ninguna explicación previa acerca de lo que van a encontrarse; me gusta enfrentarles a ello sin ningún tipo de condicionamiento, expectativa o prejuicio.
2. Una vez completado lo anterior, sí se pueden hacer todas las aclaraciones pertinentes ante posibles dudas del alumnado para que su comprensión de lo visto o leído sea plena, incluso revisitando algún fragmento del material.
3. Se le presentan al alumnado los términos del problema moral suscitado (en la parte en que me ocupe de los materiales que voy a proponer, detallaré esto para cada uno de ellos).
4. Se desarrolla el debate entre el alumnado, con el profesor ejerciendo el papel de moderador e impulsor del diálogo, siempre instando a los participantes a que argumenten sus aportaciones de forma suficiente.
5. El alumnado recoge sus conclusiones por escrito. En todas las actividades de este estilo que llevo a cabo, añado esto como culminación. Por una parte, porque me resulta muy útil disponer de un instrumento de evaluación de este tipo, pero también porque considero que enfrentarse al papel en blanco constituye una buena manera de verse obligado a una reflexión final meditada.
Diría que lo que presento aquí sería apropiado a partir de un nivel de 3º de ESO inclusive.
Procedo, pues, a enumerar los materiales y temas que propongo (todos ellos son fácilmente localizables en la red, por cierto). Excepto el último de ellos, debido a su novedad, todos los he utilizado en algún momento en mis clases, y generalmente con buen resultado, ya que consiguen despertar el interés del alumnado.
a) El relato Los que se marchan de Omelas, de Ursula K. Le Guin.
Le Guin es un clásico del género de la ciencia ficción. Ella misma, en el prefacio al relato seleccionado, lo presenta como dilemático a partir de una cita de William James: «Consideremos la hipótesis de que se nos ofreciera un mundo en el que fueran posibles las utopías de Fourier, Bellamy y Morris, y en el que, por tanto, millones de personas fueran siempre felices, pero con la única condición de que un alma perdida más allá de las cosas tuviera que llevar una vida de solitario tormento. Por mucho que nos tentara el impulso de agarrarnos a una felicidad así ofrecida, sólo una emoción muy específica e independiente podría hacernos sentir todo lo repugnante que sería disfrutar de ella a cambio de aceptar deliberadamente un trato semejante.»
La historia es la siguiente: Omelas es una ciudad idílica, cuyos habitantes viven en una felicidad perfecta, ajenos al más mínimo de los males o inconvenientes que puedan aquejar a cualquier comunidad humana. Todo resulta asombrosamente perfecto, en una situación de absolutas prosperidad, belleza y alegría. Pero se da la circunstancia de que esas condiciones dependen del hecho de que un niño se encuentra recluido en un sotano en condiciones atroces, desnutrido, sentado sobre sus propios excrementos y aislado de todo contacto humano, un niño que no siempre vivió así, que recuerda la luz del sol y la voz de su madre, que en un tiempo aún gritaba, lloraba y rogaba pidiendo que le liberasen con la promesa “seré bueno, seré bueno…” (cuando sabemos que jamás ha cometido ningún mal), pero que ya solo se limita a gemir para sí. Todos los ciudadanos de Omelas conocen esto, ya que se les explica en su infancia, y muchos de ellos acuden a observar al niño. Aborrecen su situación, y reconocen que sería bueno liberarle, pero también saben que ello supondría sacrificar la segura felicidad de miles a cambio de la posible felicidad de uno. Algunos de quienes le visitan, no pudiendo soportar tal estado de cosas, abandonan Omelas para no volver jamás.
Resulta claro que aquí el dilema se propone con respecto a la posición de un consecuencialismo utilitarista: ¿constituye un criterio moral válido de modo absoluto el de “la mayor felicidad para el mayor número”?
Por otra parte, me parece especialmente interesante que este dilema hipotético es fácilmente traducible a un dilema real si planteamos al alumnado (cuando ya han dedicado algún tiempo a reflexionar y debatir acerca de lo narrado en el relato y, por tanto, se han hecho conscientes del problema) que las comodidades y ventajas de que disfrutamos los habitantes del mundo desarrollado dependen en buena medida del sacrificio padecido por los seres humanos de otras partes del planeta.
b) El film La caja de música (dir.: Costa-Gavras, 1989).
Costa-Gavras es un director cuya filmografía se caracteriza por encontrarse cargada de compromiso social y politico. En este drama judicial se presenta la historia de Anne, una abogada cuyo padre ya anciano, Mike, es un inmigrante húngaro a EEUU que se exilió por oponerse al regimen comunista instaurado en su país con el final de la II Guerra Mundial. Un entrañable y perfecto padre y abuelo, ciudadano estadounidense ejemplar, cuya vida se verá alterada cuando el gobierno de su país de origen le identifica y acusa como criminal de guerra nazi, lo cual trae consigo una solicitud de extradición para ser juzgado en Hungría. Su propia hija decide encargarse de su defensa judicial para evitar que sea repatriado, creyendo fervientemente en su inocencia y en que la explicación reside en que le están adjudicando la identidad de otra persona. Sin embargo, conforme avanza el juicio, diversos testimonios y documentos van socavando la seguridad de Anne, aunque en ningún momento convenciéndola de la culpabilidad de Mike, ya que no consigue concebir que la persona que ella conoce como padre pueda ser la bestia abominable que los testigos identifican como responsable de auténticas atrocidades. Tras que el juicio haya sido sobreseído por falta de pruebas definitivas, Anne descubre unas fotografías que demuestran, efectivamente, que Mike es culpable de lo que se le acusa, y su decisión es la de presentar a la justicia esta nueva evidencia. Y en una escena en la que se nos muestra a una Anne desgarrada por el dolor que le provoca el sentirse obligada a hacer lo que considera moralmente correcto, presenciamos un enfrentamiento entre padre e hija en que ella le repudia y le prohíbe volver a acercarse a su hijo, quien adora al abuelo.
Son numerosas las preguntas que podemos lanzar al alumnado en relación con el dilema que se plantea entre llevar a cabo la delación o no. ¿Hace Anne lo correcto o frente al cumplimiento de la ley habría de anteponer sus propios sentimientos y la felicidad de su familia permitiendo que la vida de todos ellos pueda continuar con normalidad? Pero, aunque decidiese no delatar a Mike, ¿realmente esa normalidad sería posible?, ¿podría seguir relacionándose con su padre, o permitir que lo hiciese su hijo, del mismo modo que antes? ¿Tiene sentido castigar unos crímenes ocurridos hace medio siglo y llevados a cabo por una persona quizás muy diferente a la que ella conoce en la actualidad? Aunque, ¿no merecen las víctimas al menos esa reparación moral? Pero, por otra parte, ¿las víctimas ganan con ese desenlace, que no va a devolver la vida a los muertos ni va a hacer desaparecer las secuelas padecidas por los supervivientes, tanto como lo que sacrifican Anne y su familia, la cual queda definitivamente rota y para siempre con la huella de una bestia inhumana?
c) “Oso blanco”, episodio 2 de la segunda temporada de la serie televisiva Black Mirror.
Por si alguien no la conoce, introduzco rápidamente: Black Mirror es una serie televisiva británica emitida entre 2011 y 2019. Sus episodios son independientes entre sí, con historias autoconclusivas y personajes diferentes. La podemos encuadrar en el género de la ciencia ficción distópica, girando sus tramas alrededor de avances tecnológicos que todavía no son reales pero podrían serlo en un futuro bastante cercano como un mero paso más a partir de lo que ya conocemos.
En esta historia vemos a una mujer que despierta desorientada en una casa desconocida sin recordar quién es ni cómo ha llegado allí. Al salir de la casa buscando ayuda comienza a ser perseguida y atacada por varios individuos mientras una multitud de personas asisten a estos acontecimientos como espectadores ansiosos por registrarlo todo con sus teléfonos móviles, en una peripecia en la que el pánico se suma a un absoluto desconcierto. Finalmente, a la protagonista se le desvela (y, al mismo tiempo, al espectador) que fue cómplice del perpetramiento de la tortura y asesinato de una niña que ella se encargó de filmar, tal como ahora otros han hecho con su propio sufrimiento, y que todo lo que ha vivido es un montaje empleado como castigo penal, en una especie de mezcla entre un parque temático y un reality show orquestado específicamente para esa función. Pero lo más terrible llega cuando es devuelta al punto de partida, descubriendo así que la tortura psicológica vivida ya la ha experimentado en numerosas ocasiones anteriores y volverá a repetirse, quién sabe cuántas veces más, cada vez que llegue la hora del siguiente show, y siempre como si fuese la primera vez debido a que su memoria es borrada en cada ocasión. Su último ruego desesperado antes de perder la conciencia es el de que la maten, cosa que, obviamente, no va a suceder.
No estoy muy seguro de que podamos extraer un “dilema” de aquí, en el sentido de que se nos ofrezcan alternativas definidas entre las que elegir, pero en cualquier caso sí permite plantear cuestiones morales de interés. ¿Se trata de un castigo justo y merecido el que padece la protagonista?, ¿o qué otras medidas se deberían o podrían adoptar? Apelando a la relación que existe entre memoria e identidad personal, y teniendo en cuenta que la protagonista no recuerda nada de lo sucedido y que incluso le aterra conocer su participación en el crimen, ¿hasta qué punto podríamos decir que en ese momento sigue siendo la misma persona que cometió dicho crimen? ¿Es aceptable que la violencia o el sufrimiento ajenos, siquiera en un caso como el que aquí se nos plantea, pueda servir como entretenimiento y espectáculo? ¿Podemos justificar o comprender al menos el que haya individuos con el deseo de contemplar semejante espectáculo o que se satisfagan o disfruten con ello?
d) El artículo de prensa de Santiago Alba Rico “Nueve dilemas”, publicado en el diario digital Público el 11/03/22 (https://blogs.publico.es/dominiopublico/43977/nueve-dilemas/).
Reconozco sentir debilidad por Alba Rico, filósofo marxista español; es de esos pensadores que te parece que casi siempre tienen razón. Y, además, sería uno de los guionistas del programa de TV La bola de cristal y de los responsables (junto con Carlos Fernández Liria, otro destacado filósofo) de esos diálogos de los electroduendes que los que ya tenemos ciertas edades atesoramos en nuestra memoria sentimental (sé que mencionar esto es tan anecdótico como tópico cuando surgen estos nombres, pero no lo he podido evitar). En este caso, nos encontramos ante un artículo que presenta una serie de dilemas relacionados con la invasión rusa de Ucrania. Como obvio factor de interés, su actualidad. No obstante, tal cosa también juega en contra, ya que al mismo tiempo conlleva coyunturalidad: publicado el 11 de marzo, la evolución de la situación desde entonces puede haber llevado a que parte de lo que plantea lo juzguemos ahora de manera distinta a como lo hiciéramos en aquel momento. De todas maneras, también se puede emplear de un modo más abstracto y genérico. Me parece especialmente interesante, para proponer al alumnado, el tercero de los dilemas que enumera. En el mismo artículo se enuncian clarísimamente y con precisión todos los interrogantes a poner sobre la mesa, así que me limitaré a citar: “Otro argumento en contra, más convincente, es el del pragmatismo-pacifista, que sostiene que mandar armas a Ucrania prolongaría la guerra y, en consecuencia, la muerte y la destrucción. Es muy razonable, pero si se trata de acortar la guerra por la vía de la indefensión de la víctima, ¿no deberíamos ser coherentes y pedir a los ucranianos la rendición inmediata? Y si, pese a todo, los ucranianos deciden resistir contra nuestra opinión y con pocas u otras armas, ¿no serán responsables entonces de sus propias muertes y de las de sus familias? ¿De la destrucción de sus casas y hospitales? Si esta es la conclusión, podríamos sospechar que el razonamiento tampoco es del todo bueno. ¿Qué hacer entonces? Habrá que cuestionar tal vez el envío de armas, pero no so pretexto de que los ucranianos ¡van a usarlas! No se puede evitar, a mi juicio, la prolongación de una guerra que la propia población agredida quiere prolongar lo más posible, por cabezonería patriótica o/y como medio para alcanzar una negociación en mejores condiciones. Si tengo muchas dudas sobre la conveniencia de esta medida no se debe, pues, solo a las muertes, siempre trágicas, que se pueden provocar con ellas, pero que ocurrirán también sin ellas; no se trata, si se quiere, de una cuestión de principios, pues el de la legitima defensa y el del pacifismo activo se equilibran en muchos de nosotros (que podemos permitírnoslo en la distancia) en un balanceo angustioso. Lo que me preocupa es la escalada armamentística y el horizonte del enfrentamiento nuclear, que obliga a medir todas las posibles respuestas de Putin, de las que, por lo demás, no sabemos nada. ¿Hay alguna forma de proteger la independencia de Ucrania, rechazar la invasión e impedir un holocausto nuclear? Ese es el verdadero dilema, no el de si las armas convencionales, en manos de los ucranianos, van a servir para matar o no. ¿Van a servir para contener a Rusia, para forzar una negociación que asegure una paz duradera y relativamente justa, para evitar la indefensión de los ucranianos frente a las armas rusas? No lo sabemos. Los que responden negativamente aluden a la racionalidad de Putin, que (dicen) no puede tener interés en suicidarse con matanzas sin cuento y a través de una ocupación estable de Ucrania; y sugieren que negociaría antes si obtuviese antes la victoria. Por desgracia, nadie previó la invasión y, por el mismo motivo, es inútil proyectar nuestra racionalidad en la política imperial rusa; ni estar seguros de lo que pedirá un Putin victorioso en una mesa de negociación. Los que responden afirmativamente son incapaces, por su parte, de garantizar la eficacia de las armas ni de evitar los concomitantes peligros en cadena, entre ellos, no el mayor, el de que las armas acaben en manos del batallón Azov.”
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