Andrés Lomeña
Filosofía a sorbos
Arcopress, 2020
Nos encontramos aquí con una muestra más de ese género de la divulgación filosófica que tanto prolifera en los últimos años. Como en este blog ya hemos expuesto nuestro ambivalente parecer al respecto, nos abstendremos de volver a hacerlo aquí. En este caso nos encontramos con un libro cuyo autor es un profesor de filosofía (entendemos que en enseñanza secundaria) andaluz, y colaborador de la publicación digital The Huffington Post. Lo primero que nos encontramos es una portada y contraportada que juegan con los peores tópicos (porque a estas alturas ya se han convertido en tales) del marketing editorial de esa divulgación filosófica de la que hablábamos: la figura de Sócrates con un cubo de palomitas entre las piernas, su rostro con gafas de sol pixeladas… en fin, solo falta que lo presenten ataviado de rapero. Al parecer, acercar la filosofía al gran público equivale a tomarle por imbécil. Dejando a un lado la vergüenza ajena que suelen producir las decisiones de los editores de este tipo de libros en lo que se refiere a la presentación, vayamos al contenido. El problema es que tampoco en lo referido a ello han andado acertados los responsables. En portada nos encontramos con una leyenda que reza “un libro de texto atípico”, y no, no lo es. Un “libro de texto atípico” sería, por ejemplo, Antimanual de filosofía de Onfray, que consiste en una obra que, si bien desde la heterodoxia, un profesor de filosofía podría emplear con sus alumnos, pero aquí no encontramos nada similar. Difícilmente ninguno de los textos que conforman este libro podría ser presentado tal cual al alumnado (a pesar de que el mismo autor parece apoyar esa concepción en alguna medida en el epílogo del libro, así como aludiendo en segunda persona a sus propios alumnos en algunos de los textos; pero, desde nuestra experiencia personal, insistimos en que no acabamos de ver tal cosa); sino que en todo caso podrían ir dirigidos al profesorado de la materia. Lo que aquí tenemos es una gran cantidad de artículos breves (de un par de páginas en su mayoría) que recorren una variadísima temática y que bien podrían responder al formato de columna periodística o (más contemporáneamente) de entradas de un blog. Como hemos dicho, no son propiamente textos que un profesor de filosofía pudiera aprovechar como recurso didáctico para su alumnado. Lo que sí ofrecen, y ahí encontramos uno de sus valores, es una buena cantidad de ideas que ese profesor podría trasladar a sus clases.
Hemos de confesar que en los primeros momentos de enfrentarnos al libro tuvimos la tentación de realizar una lectura fragmentaria y superficial, al pensar que no merecía emplear nuestro tiempo en ello de manera más detenida y rigurosa (es tanto lo que tenemos por leer…). Sin embargo, transcurridas unas 50 páginas, acabamos encontrando el suficiente número de ideas interesantes como para que acabásemos cambiando de opinión a ese respecto. Además, nos llamó la atención que muchos de los conceptos expuestos y de las referencias empleadas (en la mayor parte de las páginas abundantísimas hasta lo abrumador) coincidiesen con lo que nosotros mismos solemos exponer en nuestras clases (el bagaje de recursos común de los profesores de filosofía de instituto, claro). Así, entre la identificación personal con el autor y lo atractivo del punto de vista expuesto al respecto de ciertas cuestiones, decidimos, al contrario de nuestra intención inicial, emplearnos a fondo en la lectura. Una lectura que ha de llevarse a cabo, eso sí, a pequeños “sorbos”, tal como expresa el título del libro y el mismo autor recomienda en la introducción. A ello invita lo ofrecido por estas páginas, constituido, como ya hemos dicho, por una gran cantidad de brevísimas píldoras de temática súmamente variada.
El libro se estructura en tres partes, cada una de ellas dedicada a un distinto tipo de “sorbo”, que el autor clasifica en función de los conocimientos previos que requieran del lector. Los “sorbos fríos” resultan accesibles a cualquiera, en tanto que tratan de asuntos más o menos cotidianos acerca de los cuales raramente alguien padecería desconocimiento: los bostezos, los tatuajes, el cáncer, los coches, el porno, la guerra, el suicidio, las drogas, el fútbol, las redes, los videojuegos… Los “sorbos templados” y los “sorbos calientes”, sin embargo, requerirían, para su plena comprensión y disfrute, del conocimiento previo de alguna referencia determinada. Según el autor, en el caso de los calientes es necesario el visionado de una película o un capítulo de una serie de televisión; efectivamente, todos ellos hacen referencia a tal tipo de materiales. Mientras que, de nuevo según el autor, los templados serían una especie de término medio entre las otras dos categorías; y también muchos de ellos aluden a ficciones fílmicas, aunque en este caso también a artistas musicales o filósofos. El listado es innumerable; como mero ejemplo, mencionaremos a Einstein, Bergson, Maimónides, Escoto, Kant, Lady Gaga, Alanis Morissette, Piratas del Caribe, Rick y Morty, Avatar, Juego de tronos, La vida de Pi, Gangs of New York... En general, se recurre sobremanera a la cultura popular, lo que indudablemente resulta una buena manera de despertar el interés del alumnado.
Confesamos que no hemos podido evitar realizar una lectura de este libro desde el punto de vista del profesor de filosofía, viendo en él, como decíamos más arriba, una fuente de inspiración en cuanto que presenta numerosas ideas trasladables a nuestras aulas. De hecho, Lomeña invita a sus colegas profesores a que “amplíen, recorten o reinterpreten sus páginas”. No obstante, es obvio que puede interesar a cualquier lector independientemente de lo anterior. La intención que anima al texto, recurriendo, como hemos visto, a lo cotidiano y cercano a la mayoría de los potenciales lectores, es la de mostrar al lego que la filosofía no es necesariamente algo árido, inaccesible, solo para especialistas, ajeno a la experiencia inmediata... Como dice el autor en el epílogo, el objetivo es conectar la filosofía con “el consumo cultural de las nuevas generaciones”, aunque nos parece que el planteamiento también es válido aplicado a otras generaciones anteriores. En definitiva, se trataría de acercar al gran público esta disciplina que Lomeña, en la introducción, califica no ya “en crisis” sino incluso “malherida” (como las más recientes reformas educativas en nuestro país nos permiten constatar). Este es el propósito habitual de la divulgación filosófica, si bien solo en contadas ocasiones se consigue, y posiblemente en esta sí. Merece la pena echarle un vistazo.
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