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domingo, 2 de enero de 2022

MARTÍN: "POR SI LAS VOCES VUELVEN"

 

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Martín, Ángel

Por si las voces vuelven

Planeta, Barcelona, 2021

 

En la mayoría de años académicos que llevo ejerciendo la docencia me ha correspondido impartir la asignatura de Psicología, presente en el Bachillerato como optativa. Se trata de una materia que en la Comunidad Valenciana compete al departamento de Filosofía. Cuando yo cursé la carrera, en los dos primeros cursos existían asignaturas comunes para las licenciaturas de Filosofía, Psicología y Pedagogía, y mi temario de oposiciones incluía una buena cantidad de contenidos correspondientes a esa disciplina (como también a otras ciencias humanas como antropología cultural o sociología). Con todo lo anterior intento transmitir que, aunque me encuentro muy lejos de ser especialista en la materia, al menos me resulta familiar.

Y una de las cosas que siempre he intentado transmitir a mi alumnado en esta asignatura es que las disfunciones, trastornos o patologías mentales no son algo a estigmatizar (además de que, obviamente, los psicólogos no se ocupan únicamente de tal cosa, idea errónea que de por sí ya conduce a estigmatizar a quienes recurren a ellos). El trastorno mental ha constituido tradicionalmente un tema tabú. Pareciera que quien sufre una depresión, una esquizofrenia o un trastorno de ansiedad tuviera que avergonzarse de ello, como si la propia persona fuese culpable de su estado, cuando difícilmente se considera así en el caso de quien padece una enfermedad física. A ello se añade el hecho de que existe una falta de conciencia acerca de que se trata de un fenómeno más común de lo que se cree o se quiere creer. Llevando a cabo de nuevo el paralelismo con las patologías físicas: del mismo modo que es imposible encontrar a alguien que no haya sufrido en algún momento una de estas (aunque se trate de algo tan simple y común como un resfriado, una cefalea o un dolor muscular), lo mismo se da en el caso de las patologías mentales. ¿Quién no ha padecido a lo largo de su vida, de manera más o menos grave o leve, un episodio depresivo, de ansiedad, obsesivo, etc.? Suele ocurrir que la persona a quien le ha sucedido se considera un caso extraordinario, y por ello tiende a silenciarlo, cuando no sería así si descubriese cuantísima gente comparte su experiencia.

Sin embargo, parece que últimamente ha ido creciendo en nuestra sociedad cierta corriente de opinión que lucha contra semejante prejuicio, y a ello puede realizar una buena contribución el libro que nos ocupa. En primer lugar, porque se atreve a hablar de estas cuestiones sin el más mínimo tapujo; en segundo lugar, porque quien aquí se desnuda es un personaje popular y mediático, y en consecuencia alguien que va a atraer al gran público. De hecho, el ejemplar que hemos leído corresponde a su quinta edición, cosa que no creemos que se hubiera dado de ser otro el protagonista del libro. Hablamos de Ángel Martín, comediante de stand up y presentador de televisión.

Sucede que en 2017 Martín padeció un brote psicótico que le llevó a ser hospitalizado. Al parecer, el episodio no duró más de unas semanas; suficiente, no obstante, como para marcar a una persona de por vida. Uno no puede ser el mismo después de pasar por semejante trance, tal como se plasma en el libro. Dos parecen ser las principales motivaciones que han llevado al autor a compartir su experiencia. En primer lugar, y tal como él mismo ha manifestado en entrevistas promocionales del libro, llevar a cabo esa contribución a desestigmatizar la enfermedad mental que consideramos, como decíamos arriba, tan necesaria. Pero también da la impresión de que se trata de un paso más en su proceso terapéutico.

En cualquier caso, lo que nos encontramos aquí es la narración de toda la vivencia experimentada por el autor: la aparición de voces en su mente, la interpretación de todo lo que le rodea como un conjunto de señales dirigidas hacia él y que otorgan al universo un significado hasta entonces desconocido, las conductas extrañas que acaban alertando a sus allegados, la estancia en el hospital, la recuperación, su reconstrucción posterior y lo que queda tras todo ello, que ya no es lo mismo que antes de que el periplo comenzase. La intención de Martín es la de conseguir transmitir al lector lo que él mismo percibía y sentía mientras estuvo “loco”, así como el modo en que ello le ha cambiado, tal como pone de manifiesto el recurso a la ruptura de la cuarta pared que lleva a cabo el narrador de manera constante. Sin embargo, diríamos que tal cosa no siempre se logra plenamente, sino tan solo de manera más o menos aproximada. En primer lugar, porque resulta extremadamente difícil introducirse en la mente de quien ha vivido una experiencia semejante (a menos, suponemos, que uno mismo también haya pasado por ello, lo que muy probablemente sea el caso de algunos lectores, los cuales extraerán de esta lectura algo sustancialmente diferente a lo que hayamos podido extraer nosotros). Y, en segundo lugar, porque, precisamente debido a esa dificultad, para conseguirlo es necesario un tipo de talento literario que aquí el autor no exhibe. Quede claro que no se lo vamos a exigir, ya que no es propiamente “ese tipo” de escritor (su experiencia como tal se ha centrado en su material de comedia, la labor como guionista televisivo… algo igualmente meritorio y admirable, por supuesto, pero que es ”otra cosa”) y dado que ya nos parece sobradamente valioso lo que nos ofrece con este libro. Pero no podemos dejar de lado en esta reseña nuestra opinión acerca de los aspectos formales del texto, en tanto que ha resultado inevitable que nos llamasen la atención. Como positivo, podemos destacar el tono coloquial y cercano, elemento que sí contribuye a lograr en el lector la empatía que se persigue. De hecho, no resulta difícil, para quien ha conocido al personaje en sus monólogos humorísticos o intervenciones en televisión, reconocer su estilo expresivo y hasta “escuchar” su voz a lo largo de la lectura (¿como él aquellas sus voces?… y no es que se trate de una ocurrencia nuestra, sino que él mismo lo sugiere en algún momento). Como contrapartida, nos ha disgustado, e incluso diría que nos ha llegado a irritar, un estilo telegráfico y acelerado que, aunque pueda ser eficaz según lo que se desee expresar en determinados momentos, de abusarse del mismo, como sucede, resulta agotador (de manera paradójica, en tanto que se podría pensar que lo que se pretende con ello es convertir la lectura en más ligera). No es que le pidamos que sea Proust, pero vaya… Baste decir que la mayor parte de los párrafos del texto están constituidos por ¡una sola oración! Si a ello le añadimos la aparición aquí y allá de emojis (aquí introduciría un emoji de estupor, pero desconozco cuál es) o de frases íntegramente en mayúsculas como, suponemos, recurso de enfatizaciónqueda la impresión de que el libro está escrito pensando en aquellas personas cuya fuente de lectura más habitual es Twitter, o quizás se trate de que un servidor ya se está haciendo viejo.

No quisiéramos cerrar esta reseña con lo dicho inmediatamente antes, pues ello podría dejar una impresión equivocada. Independientemente de su calidad literaria (que en absoluto deja de ser correcta, cuidado), el libro merece la pena muy mucho. Nos aproxima a una de las más particulares experiencias del ser humano, y constituye un acto de valentía que merece aún mayor alabanza por venir de un personaje popular. En él encontramos una lectura interesante y amena. Y, sobre todo, puede y debe servir como un granito de arena más en la necesaria y urgente labor de destruir el tabú sobre la enfermedad mental que tradicionalmente ha venido existiendo.

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