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martes, 2 de abril de 2024

SAAVEDRA: "MEMORIAS DE UN EXNAZI"

                                     

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David Saavedra

Memorias de un exnazi

Editorial B, Barcelona, 2021

 

David Saavedra fue militante nazi de estética skinhead durante veinte años de su vida, desde sus dieciocho. Aunque la semilla ya se había plantado en su adolescencia. Todo comenzó con su interés por la II Guerra Mundial y, dentro de ello, el atractivo casi estético que encontraba en el ejército alemán y su épica. El interés en lo meramente histórico le acercaría a lo ideológico y político relacionado con aquel ejército del nazismo: ¿qué defendían?, ¿qué tesis sostenían sus líderes? En una muy progresiva radicalización, David acaba entrando en lo que él mismo denomina “la burbuja”, un mundo en que la interpretación de cualquier faceta de la realidad pasa por el filtro de una creencia que impregna toda idea o sentimiento: en este caso, la que se refiere a una enorme conspiración por parte del judaísmo internacional mantenida durante siglos. A partir del momento en que su convicción es plena, toda su vida (sus amistades y cualquier tipo de relación, los círculos en que se mueve, todas sus lecturas…) se encuentra mediatizada por la burbuja; no existe nada más. Su militancia, a lo largo de los años, se centraría en la actividad propagandística, pasando por sucesivas fases: la simple participación en foros de Internet, los primeros contactos con otros militantes, la publicación de fanzines y la creación de webs, los intentos de organizar grupúsculos locales dedicados a difundir su ideario, la elaboración de un censo de los supuestos ciudadanos judíos de su localidad (basado en la sonoridad del apellido y en la profesión), la progresiva integración en organizaciones establecidas, los viajes a países extranjeros para estudiar acciones que en ellos se estaban desarrollando con la idea de trasladarlas a España... para llegar finalmente a ocupar un cargo de responsabilidad en Alianza Nacional, uno de los partidos nacionalsocialistas más relevantes en su momento en España.

Pero lo que encontramos en este libro no es tan solo la narración de ese periplo, a modo de, como dice su título, “memorias”, sino bastante más.

Por una parte, nos ofrece una visión privilegiada sobre ese curioso (y preocupante) mundo que es el de la extrema derecha, en general, y su vertiente nacionalsocialista, en particular. A lo largo del relato, conocemos cómo se organizan, cuáles son sus pretensiones y objetivos, su escala de valores, algunos sucesos relevantes en la trayectoria de estos grupos en las últimas décadas, el tipo de acciones que llevan a cabo, las discrepancias entre sus distintas corrientes internas… Hemos de decir que solo esto ya convierte el libro en algo sobradamente interesante en cuanto crónica sociológica y política.

Pero, además, nos encontramos con otro aspecto, que es lo que más nos ha atraído; el que, de hecho, nos ha conducido a su lectura, y el que realmente justifica su presencia en un blog de la temática del nuestro.

Como ya hemos dicho, Saavedra vivió durante veinte años en la burbuja nazi… pero finalmente salió de ella. Es más, una de sus actividades actuales es la ofrecer charlas en centros escolares sobre su experiencia con el fin de prevenir que los niños y adolescentes a quienes se dirige puedan caer en el mismo error. Se trata de una labor que considera necesaria ante lo que él mismo interpreta como un alarmante auge del pensamiento de extrema derecha en la actualidad, y especialmente entre el sector más joven de la población. Y una labor que es consciente de que pocos pueden llevar a cabo mejor que él: alguien que ya estuvo allí.

No vamos a detenernos en lo admirable que nos parecen la evolución del personaje y su actividad actual, porque parece ser que a él mismo tampoco le agrada mucho que se insista en ello, pero sí en lo útil que nos resulta, a modo de estudio de caso, para conocer y entender algo que en este espacio nos interesa especialmente: los mecanismos cognitivos y emocionales que subyacen a una creencia irracional. Porque el autor, que podría haberse limitado a la narración de los acontecimientos vividos, abunda en las reflexiones sobre ese asunto en su esfuerzo por comprender su trayectoria vital y a sí mismo. De hecho, diríamos que lo realmente esencial de este libro no es en absoluto el recuento de vivencias, sino emplear estas como medio para analizar y explicar qué sucede en la mente de alguien que se encuentra sometido a la experiencia de la radicalización. Además de lo que ello supone para el autor como ejercicio terapéutico, también le es útil para aquello que le ocupa: ayudar a otros que se encuentren o puedan ser susceptibles de encontrarse en el mismo camino psicológico que le llevó a él mismo a entrar en la burbuja.

Pero antes de desarrollar lo mencionado en el párrafo anterior, es conveniente que digamos algo más sobre el perfil personal del autor. Solemos tener la imagen del skinhead neonazi como una bestia violenta y sin capacidad de raciocinio que solo sigue sus instintos más bajos, alguien prácticamente descerebrado. David Saavedra, durante su época de militancia, se encontraba muy lejos de eso. De hecho, repudiaba totalmente a los “camaradas” que respondían a ese perfil (que sí existen, desde luego), los que él califica de “ultras”; frente a esa categoría, él se consideraba dentro del grupo de los “puristas”. Los primeros son los violentos, aquellos a los que no les importa realmente la ideología sino esgrimir esta como excusa para el odio y la agresión; los hooligans futboleros, para entendernos. Los puristas son quienes se toman en serio el ideario nacionalsocialista y sus valores supuestamente elevados. Saavedra (al menos según lo que él afirma) no solo no habría participado jamás en un incidente violento, sino que rechazaba esa vía de actuación. Quede claro que hablamos de una persona culta, de gran bagaje lector y con una enorme curiosidad (de hecho, es esa misma curiosidad la que, tal como él cuenta, le lleva tanto a entrar en la burbuja como a salir de ella).

¿Qué sucede, por tanto, en la mente de esa persona? Podemos empezar diciendo que el marco general del fenómeno es el de la conspiranoia: desde el final de la II Guerra Mundial, quienes dominan en el mundo son los judíos, y todo lo que sucede responde a sus intereses y sus manejos. Así, todo queda explicado en base a un culpable único y bien definido, lo cual siempre genera en el individuo cierta sensación confortante: las cosas suceden por algo, y yo soy conocedor de ese algo. Pero para que este marco interpretativo funcione y se sostenga es necesaria la intervención constante del sesgo de confirmación, dada la existencia de tanta evidencia en contra: el sujeto interpretará cualquier dato que reciba de modo que encaje en su visión de las cosas e incluso la refuerce; todo con tal de no ponerla en peligro mediante un posible cuestionamiento. Con ello se resuelven las posibles disonancias cognitivas, tal como teorizara Festinger: si la realidad no coincide con mis ideas, no modifico mis ideas (lo cual resultaría traumático), sino que modifico la realidad (es decir, mi interpretación de ella). Sumemos a lo anterior la falacia del hombre de paja: tengo una opinión absolutamente formada y firme sobre enemigos como el pensamiento marxista o el feminismo pero no he construido ese juicio a partir del conocimiento directo de lo que dicen Marx o las autoras feministas, sino de las versiones distorsionadas y tendenciosas que otros han expuesto sobre ello. Con lo recogido en este párrafo ya tenemos todos los ingredientes necesarios para la construcción de la burbuja.

Como efecto de ello, el sujeto se considera a sí mismo y a quienes comparten sus ideas como los conocedores de una verdad absoluta, resultándole difícil comprender que los demás no sean capaces de ver las cosas como realmente son, lo cual solo se puede explicar como resultado de un potente y eficacísimo adoctramiento ejercido por el sistema. Sin embargo, el sujeto se ve a sí mismo como alguien tan listo que no han conseguido engañarle como han hecho con la aborregada mayoría (el autor afirma que el componente narcisista es fundamental aquí). Debido a esa su condición especial, siente que sobre él recae la responsabilidad moral de salvar a la humanidad. Por tanto, hablamos de alguien profundamente convencido de que está en el bando de “los buenos”, de los que persiguen la verdad, la bondad y la belleza para la humanidad (los tres grandes valores platónicos). Alguien que en ningún momento se identificaría como racista, machista u homófobo (mientras que los ultras no tienen escrúpulos en alardear de tales etiquetas). Alguien, en definitiva, absolutamente bienintencionado, y que sin embargo es perseguido (apareciendo así otro componente de la fórmula: el victimismo).

Como decíamos más arriba, en esta estructura de pensamiento el elemento clave es el sesgo de confirmación: dado que existe una conspiración, todo, incluso la evidencia que se presenta en contra, es parte de la misma. Así, por ejemplo, el sujeto está convencido de que todo lo que se nos haya dicho sobre el Holocausto es completamente falso, una narrativa ficticia (el "holocuento") perfectamente tramada por el judaísmo con el fin de victimizarse frente al blanco ario que queda convertido para la historia en un ser maléfico al que hay que aplastar... precisamente lo contrario de lo que realmente es. Más aún, no es solo que el sujeto piense que sea falso que el Tercer Reich intentó eliminar físicamente al pueblo judío, es que tampoco admitiría moralmente una medida como esa: uno de “los buenos” jamás podría aprobar tal abominación. Así, todas las imágenes documentales, los archivos existentes, las narraciones de las supuestas víctimas, las interpretaciones de los historiadores… son parte del montaje orquestado para mantener a la humanidad en el engaño. Si puede sonar descabellada la idea de que semejante trama pueda existir y se haya conseguido sostener durante décadas, más descabellado resulta para el sujeto que esos acontecimientos pudiesen haber sucedido realmente. En realidad, la pendiente de credulidad del conspiranoico parece no tener fin, ya que el sujeto puede llegar a aceptar que los nazis establecieron bases en la Antártida desde las que despegaban platillos volantes o que llegaron a la luna en 1942 para construir allí una base subterránea cuyos restos, con atmósfera, agua y vegetación, todavía existen bajo el secretismo de la NASA.

Resulta enormemente llamativo que, tras haberse visto sometido a semejantes resortes mentales, Saavedra consiguiese abandonarlos. Tan llamativo como escucharle hablar de su yo del pasado desde una perspectiva totalmente diferente a la asumida en aquel momento, como si de otra persona se tratase (en Internet puedes localizar varias entrevistas, así como tiene su propio canal de YouTube, todo lo cual recomendamos).

Como último apunte, hemos de referirnos al hecho de que lo que expone el autor es aplicable a cualquier postura fanática (opino que este concepto es más apropiado que el de “radical”, que es el que él emplea en todo momento), como él mismo defiende. Ello nos devuelve a la idea de que en este libro la narración sobre la militancia nazi se convierte en algo secundario frente al análisis de los mecanismos mentales que la subyacen, que para el autor constituyen algo previo: en primer lugar tenemos la mente proclive a radicalizarse, y al respecto de qué contenidos lo haga ya va a depender de lo que se cruce en su camino según las circunstancias, ya sea el nazismo, el yihadismo, el terraplanismo o el negacionismo de la pandemia de COVID-19.

No te limites a leer esta reseña y hazte con el libro, uno de los más interesantes que hemos tenido en las manos últimamente. Yo me empapé sus 300 páginas en cuatro sentadas y he aprendido más que con muchos ensayos académicos sobre sesgos cognitivos, creencias irracionales, etc. Gracias, David.

 

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