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martes, 1 de septiembre de 2020

EL DETECTIVE ES EL ÚLTIMO FILÓSOFO

 

Hace ya tiempo anoté que Javier Cercas citaba (no me consta dónde; veo que fue una anotación muy chapucera) a Ricardo Piglia afirmando que “el detective es el último filósofo”. Mutatis mutandis, quizás el filósofo sea el primer detective. En cualquier caso, ambas actividades comparten al menos un rasgo esencial (e ignoro si en esto o en otra cosa se basa la idea de Piglia): su objetivo es hallar la verdad de las cosas que se enmascara tras su apariencia. También, al menos en algunos casos de la literatura (que a fin de cuentas es en lo que realmente pensamos, y no en el mundo real, cuando hablamos de detectives), la motivación para emprender la investigación no es tanto o tan solo un fin ulterior (cobrar unos honorarios, hacer que la ley se cumpla,…) como el mero objetivo de resolver un acertijo. Pensemos en el Parodi de Borges, en el Holmes de Doyle o, por qué no, en el televisivo doctor House, a su modo también o sobre todo un detective. Del mismo modo que, como bien nos dice Aristóteles, la filosofía comienza con el asombro ante algo ignorado y el deseo de obtener el saber como un fin en sí mismo. También en ambos casos el hallazgo no es con frecuencia satisfactorio: bien porque no resulte grato; bien porque difícilmente podamos estar seguros de que se trata de la última verdad y no de una nueva apariencia que sigue ocultando otra cosa tras de sí (¿la verdad, por fin, u otra apariencia más?).

 

 

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