Jean C. Baudet
Errores científicos imperdonables
(Curieuses histoires de la Science)
Traducción de Eva Jiménez Juliá
Barcelona, Ediciones Robinbook, 2013
La ciencia no es un modelo de conocimiento perfecto. ¿Cómo podría si los mismos mecanismos cognoscitivos de quienes la producen, los seres humanos, son enormemente imperfectos? Ahora bien, tampoco presume de serlo, y es en ese autorreconocimiento de su imperfección donde juega su gran baza, pues gracias a semejante conciencia de sus límites se convierte en el mejor modo de conocimiento de que disponemos. Y ello porque tal cosa hace posibles los mecanismos de permanente revisabilidad que constituyen uno de sus rasgos característicos. Por ello, el atender a los numerosos errores (o, si existe intencionalidad, simplemente fraudes) que se producen en su seno resulta, aunque pueda parecer paradójico, una de las mejores maneras de destacar las bondades de la ciencia. Porque lo que con ello se consigue es demostrar que el pensamiento científico nos ofrece la garantía de que, tarde o temprano, lo erróneo acaba siendo descubierto y depurado, posibilitando así el avance, por muy lleno de tropiezos que resulte, hacia una cada vez mejor explicación del mundo.
Precisamente por lo anterior, Baudet construye este libro como un recorrido por las pifias más destacadas de la historia de la ciencia, algunas escandalosas y espectaculares, otras más discretas. Lo hace en orden cronológico, partiendo de los albores del pensamiento racional en la cultura occidental y llegando hasta las últimas décadas del siglo XX, aprovechando también para registrar, al hilo de los errores a los que se otorga el protagonismo, algunos de los principales “aciertos” e hitos en el desarrollo del pensamiento científico (la aparición de los primeros intentos de explicación natural con los presocráticos, la revolución científica del Renacimiento, el nacimiento de la química, grandes descubrimientos como los rayos X o la fisión nuclear,...). En algunos momentos salpica su relato, al hilo de los acontecimientos que se exponen, con algunas observaciones de orden epistemológico, metodológico, histórico-sociológico,... si bien lo hace en muy contadas ocasiones y siempre de manera breve, de manera que el 90% de las páginas se encuentra ocupado por la mera narración de los casos presentados. Donde más se concentra ese aspecto del texto es en una introducción y un epílogo (aún muy someros) en los que la idea fundamental que se pretende transmitir es la que hemos recogido en las primeras líneas de esta reseña. Con ello, nos encontramos no tanto ante un libro que quepa en el género de la filosofía de la ciencia como ante un interesante, ameno y abundante anecdotario que recorrer con curiosidad y, en ocasiones, asombro. Lo cual no obsta para que nos sirva perfectamente para darnos pie a algunas reflexiones teóricas o nos pueda ser útil como fuente para añadir a nuestro repertorio esos casos particulares con los que ilustrar dichas reflexiones.
(Curieuses histoires de la Science)
Traducción de Eva Jiménez Juliá
Barcelona, Ediciones Robinbook, 2013
La ciencia no es un modelo de conocimiento perfecto. ¿Cómo podría si los mismos mecanismos cognoscitivos de quienes la producen, los seres humanos, son enormemente imperfectos? Ahora bien, tampoco presume de serlo, y es en ese autorreconocimiento de su imperfección donde juega su gran baza, pues gracias a semejante conciencia de sus límites se convierte en el mejor modo de conocimiento de que disponemos. Y ello porque tal cosa hace posibles los mecanismos de permanente revisabilidad que constituyen uno de sus rasgos característicos. Por ello, el atender a los numerosos errores (o, si existe intencionalidad, simplemente fraudes) que se producen en su seno resulta, aunque pueda parecer paradójico, una de las mejores maneras de destacar las bondades de la ciencia. Porque lo que con ello se consigue es demostrar que el pensamiento científico nos ofrece la garantía de que, tarde o temprano, lo erróneo acaba siendo descubierto y depurado, posibilitando así el avance, por muy lleno de tropiezos que resulte, hacia una cada vez mejor explicación del mundo.
Precisamente por lo anterior, Baudet construye este libro como un recorrido por las pifias más destacadas de la historia de la ciencia, algunas escandalosas y espectaculares, otras más discretas. Lo hace en orden cronológico, partiendo de los albores del pensamiento racional en la cultura occidental y llegando hasta las últimas décadas del siglo XX, aprovechando también para registrar, al hilo de los errores a los que se otorga el protagonismo, algunos de los principales “aciertos” e hitos en el desarrollo del pensamiento científico (la aparición de los primeros intentos de explicación natural con los presocráticos, la revolución científica del Renacimiento, el nacimiento de la química, grandes descubrimientos como los rayos X o la fisión nuclear,...). En algunos momentos salpica su relato, al hilo de los acontecimientos que se exponen, con algunas observaciones de orden epistemológico, metodológico, histórico-sociológico,... si bien lo hace en muy contadas ocasiones y siempre de manera breve, de manera que el 90% de las páginas se encuentra ocupado por la mera narración de los casos presentados. Donde más se concentra ese aspecto del texto es en una introducción y un epílogo (aún muy someros) en los que la idea fundamental que se pretende transmitir es la que hemos recogido en las primeras líneas de esta reseña. Con ello, nos encontramos no tanto ante un libro que quepa en el género de la filosofía de la ciencia como ante un interesante, ameno y abundante anecdotario que recorrer con curiosidad y, en ocasiones, asombro. Lo cual no obsta para que nos sirva perfectamente para darnos pie a algunas reflexiones teóricas o nos pueda ser útil como fuente para añadir a nuestro repertorio esos casos particulares con los que ilustrar dichas reflexiones.
Así pues, a lo largo de sus páginas aparecen algunas ideas de aquellos meritorios pensadores de la Antigüedad o el Medievo que, en ausencia de posibilidades en cuanto a trabajo experimental, no tenían más remedio que confiar de manera exclusiva en sus procesos de razonamiento, lo que daría lugar a teorías que hoy nos pueden sonar tan descabelladas como ingenuas pero que, sin embargo, lastrarían el pensamiento científico durante siglos. Hablamos de cosas como la teoría humoral de la medicina hipocrática o la de los cuatro elementos (agua, aire, tierra y fuego) como componentes de todo el mundo material. O pre-ciencias como la alquimia o las investigaciones de Paracelso, ambas gérmenes de la posterior química auténticamente científica y posiblemente peaje histórico que hubo que pasar necesariamente para llegar a ésta.
Encontramos también casos más espectaculares y llamativos, en algunos ocasiones desde la truculencia, como ciertas experiencias en el siglo XVII con transfusiones sanguíneas a partir de la convicción de que cualquier enfermedad podía curarse sustituyendo por completo la sangre del sujeto, los trágicos usos y abusos de la terapia de la lobotomía, o el surgimiento a partir de observaciones erróneas, en el XIX, de la falsa idea sobre la existencia de canales artificiales en la superficie de Marte, auténtico origen del mito moderno de los marcianos (antes de ello se especulaba, sobre todo, con los selenitas). Y no han faltado los intentos de resucitar cadáveres "científicamente", en este caso mediante descargas eléctricas basándose en el galvanismo, una de tantas de esas modas pseudocientíficas que abundaron en un siglo XIX fascinado por los avances de la ciencia y la tecnología y que encontraban su hogar natural en igual medida en laboratorios y ferias de atracciones.
Por supuesto, también existen casos que, más que entrar en la categoría del error, parecen bordear sospechosamente la frontera del fraude o caen directamente en él (nos abstendremos de airear nuestra opinión acerca de cuál es cuál), como las investigaciones de Blondlot sobre los inexistentes rayos N, el célebre hombre de Piltdown que despistó a los paleontólogos durante décadas, los experimentos de Benveniste sobre la memoria del agua, gran baza de la teoría homeopática, o el fenómeno de la fusión fría, defendido desde finales del siglo XX por algunos científicos pero que nunca ha conseguido confirmación experimental definitiva.
En el polo opuesto a lo anterior situaríamos algunos errores que han surgido a lo largo de investigaciones perfectamente apropiadas tanto en objetivos como en procedimientos pero que resultan inevitables como pequeños baches a superar en el camino hecho de tanteos que es el proceso del descubrimiento científico, por lo que difícilmente admitiríamos en este caso la etiqueta de "imperdonables" que los editores españoles han escogido para el título del libro. Aunque se trate de momentos a considerar, sin duda, si se quiere obtener una visión completa de la historia de la ciencia y especialmente de sus caminos equivocados pero enmendados. Nos referimos a cosas que pueden resultar tan banales y cotidianas en el devenir del trabajo científico como falsos positivos en el descubrimiento de nuevos elementos químicos, hipótesis refutadas sobre la estructura molecular de un hidrocarburo, la formulación de leyes equivocadas sobre supuestas relaciones numéricas regulares entre las distancias planetarias o los errores en las primeras elaboraciones de la tabla periódica de elementos.
Y qué decir de los casos de interferencia de intereses ideológicos y políticos, como el de los trabajos de Michurin y Lysenko, que darían lugar a una biología soviética alternativa a las "desviaciones burguesas" de las teorías de Mendel y Darwin. O los estudios contemporáneos sobre el CI y su utilización tendenciosa desde diferentes posiciones políticas.
Y no pueden faltar las meteduras de pata de las grandes mentes científicas de la historia, perfecta ilustración del tópico "nadie es perfecto": Kepler y su inspiración en la doctrina platónica de los poliedros regulares para afirmar que las órbitas de los cuerpos del sistema solar han de seguir la forma perfecta del círculo, Descartes y su idea de que los movimientos planetarios son motivados por torbellinos que se producen en el seno del éter que llena el espacio celeste o Einstein sacándose de la manga y encajando a la fuerza en sus ecuaciones la conocida como "constante cosmológica" para así "arreglar" los huecos explicativos de su teoría de la relatividad.
Para cerrar nuestro comentario, no podemos dejar de hacer notar que el presente es un libro claramente emparentado con uno de nuestros favoritos y también reseñado en este blog: Las mentiras de la ciencia de Di Trocchio. Aunque indudablemente éste último goza de mucha mayor calidad en general y de mayor profundidad e inteligencia en el tratamiento teórico del tema, en particular.
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