Carmen G. de la Cueva
Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir
Ilustrado por Malota
Lumen, Barcelona, 2018
“Para escribir la primera condición
es que la realidad haya dejado de darse por sentada; solo entonces
una es capaz de verla y hacerla ver.”
(Simone de Beauvoir)
Conocer a Simone de Beauvoir y su
pensamiento no es algo baladí, aunque haya quien pueda creerlo.
Recuerdo que cuando este nombre fue incluido en el programa de
autores del examen de Filosofía que forma parte de la prueba de
acceso a la universidad en la Comunidad Valenciana (aproximadamente
en 2009, si no recuerdo mal), escuché a un compañero profesor de
esta materia criticar la decisión argumentando que respondía
meramente a la pretensión de satisfacer la exigencia de corrección
política cubriendo la cuota femenina, ya que Beauvoir no había
aportado nada de suficiente enjundia como para considerarla
merecedora de codearse con Platón, Descartes o Nietzsche en el
susodicho programa de autores (todos varones hasta ese momento, como
lo son quienes ocupan los manuales al uso de historia de la
filosofía). Sin entrar a valorar la primera parte de la objeción,
discrepo totalmente de la segunda. Y ello porque estamos hablando de
quien desveló plenamente las implicaciones del concepto de género (si bien ella nunca emplearía ese término),
anticipado en el campo de la antropología por Margaret Mead en los
años treinta del siglo XX y definido explícitamente por la
psicología un par de décadas después. Pero quien realizaría el
primer análisis en profundidad (y referencia ineludible para cualquier otro que
pueda haber venido después) de este fenómeno y, sobre todo, sacaría
a la luz su efecto en la construcción de la categoría “mujer”,
fue Simone de Beauvoir. Teniendo en cuenta que dicho efecto ha tenido
como consecuencia que la mitad de la humanidad se haya encontrado
relegada y subordinada a la otra mitad desde el principio de los
tiempos y hasta el día de hoy, no parece que semejante aportación
teórica se pueda considerar precisamente algo de relevancia menor en
la historia del pensamiento. Y, posiblemente, el hecho de que haya
quien lo considere así no sea sino una evidencia más a favor de la
teoría de Beauvoir, a fin de cuentas nada más que una mujer.
El “segundo sexo”, por tanto, ocupando el lugar secundario que le
correspondería en el canon de la historiografía filosófica. En un
determinado momento del libro que nos ocupa, su autora nos
remite a una reflexión de Sarah Bakewell, otra estudiosa de la
filósofa, referida precisamente a esto. Según Bakewell, Beauvoir
lleva a cabo una hazaña equiparable a las de Darwin, Freud o Marx,
autores que, como sabemos, desvelaron aspectos de la condición
humana que habrían obligado a una radical reevaluación de la misma.
¿Por qué, entonces, nunca ha sido alineada junto a otros “filósofos
de la sospecha”? Tal vez, precisamente, por no tratarse de un
“filósofo” sino de una “filósofa”.
Teniendo en cuenta, por lo tanto, el más
que justificable interés de aproximarse a Simone de Beauvoir, el
hecho de que la bibliografía en español acerca de ella no sea
precisamente abundante aporta un valor añadido a este volumen que
cuenta también con otros méritos. Nos encontramos ante un texto
biográfico, pero muy lejos de una de esas sesudas biografías densas
y cargadas de datos objetivos. Tampoco expone, al hilo de la
narración de los acontecimientos vitales de la pensadora, sus
principales ideas, siquiera de un modo somero (como en numerosas
ocasiones sucede en las biografías de filósofos). Lo que nos
encontramos aquí es más bien la pretensión de llevar a cabo un
retrato de la protagonista a partir de las circunstancias de su
existencia. El eludir las exigencias más academicistas también
conduce a que el libro adolezca de algunas deficiencias, como la
ausencia de las referencias bibliográficas de rigor en los momentos
(escasos, por otra parte) en que la autora cita las propias palabras
de la biografiada, las cuales hubiéramos agradecido por su utilidad.
Por otra parte, si queremos terminar de
definir el carácter de este texto, resulta necesario reseñar la
peculiaridad de que su autora, a lo largo de todo el libro, vaya
salpicando la narración de la trayectoria vital de Beauvoir con
alusiones a su propia experiencia con la obra y la figura de la
filósofa, constatando lo que ha significado para ella en su
formación como persona y como feminista (lo cual se refleja
especialmente en el Epílogo). Con lo que aquí no sólo asistimos a
la vida de Beauvoir, sino también a un testimonio del efecto e
influencia que haya podido ejercer en tantas mujeres.
La narración arranca con la
infancia y adolescencia de la protagonista, cuyo entorno familiar nos
es presentado. Ya desde los primeros momentos de su vida se
manifiesta una pasión por la literatura que se constituirá en seña
de identidad de Beauvoir durante toda su existencia, produciéndose
incluso ciertos tanteos infantiles con la escritura, la cual acabará
convirtiéndose para ella en una auténtica opción vital (“Cuanto
deseaba era «una pluma, papel y saber cómo emplearlos»”).
También resulta interesante su vivencia de la condición femenina en
estos primeros años, la cual anticipa las que serán las directrices
vitales de la Beauvoir adulta, concordantes a su vez con los
postulados de sus teorías. Así, desde temprana edad se presenta en
ella el deseo de huir del modelo tradicional de mujer relegada
al ámbito doméstico, en beneficio de la posibilidad de decidir
sobre su propio destino con el fin de construirse una vida propia
alrededor de la tarea intelectual. Semejante ambición acabaría
cumpliéndose, aunque quizás no hubiese sido así si en un primer
momento las circunstancias de su situación familiar (en el aspecto
económico, en particular) no la hubieran encaminado hacia los
estudios y el ejercicio de una profesión en lugar del previsible
destino matrimonial.
Al mismo tiempo que continúan las
experiencias primerizas en la creación literaria, se despierta su
vocación filosófica, arrancando así la etapa de estudios
universitarios. Será en este periodo cuando comenzará su
relación con Jean-Paul Sartre, en ese momento un joven
universitario, el cual llegaría a ser el padre del existencialismo
francés. Se crearía entre ambos un profundo vínculo tanto
sentimental como intelectual que se prolongaría durante el resto de
sus vidas. Una relación muy peculiar, de carácter abierto, a menudo
mantenida desde la distancia, y en la que su "amor necesario"
se vería complementado por numerosos "amores contingentes"
tanto por una parte como por la otra, e incluso compartidos en alguna
ocasión.
Nos han resultado especialmente
deliciosas las páginas en que se recrea la vida en París de
una Simone que disfruta con fruición de la independencia ansiada
desde años ha, con su tiempo repartido entre la lectura, los cafés
y la labor como docente de filosofía. O dedicado, en este caso
durante su estancia en Marsella, a cultivar su vocación de
flâneuse (en nuestra opinión, una acción reivindicativa feminista
en sí misma, teniendo en cuenta los impedimentos que
tradicionalmente ha encontrado la mujer para desenvolverse en el
espacio público con la libertad y las garantías de seguridad de que
disfrutaría cualquier varón). Lamentablemente, todo ello no
tardaría en verse turbado por la vivencia de los
acontecimientos de la II Guerra Mundial vistos desde el París
ocupado.
Tras la guerra, a finales de la decáda
de los 40, su estancia de unos meses en Estados Unidos, donde
acudiría a ofrecer una serie de conferencias, le permitiría conocer
un mundo muy distinto del europeo, y que le resultaría tan
fascinante, al menos en el caso particular de Nueva York, que
llegaría nada menos que a rivalizar con su queridísimo París. Este
viaje también le aportaría la segunda relación amorosa más
importante de su vida, mantenida con el escritor Nelson Algren.
Y así acabaría llegando el gran hito
en la trayectoria intelectual de Beauvoir, la obra que la hace
merecedora de formar parte de la primera fila de los pensadores de la
historia: El segundo sexo. Tras enumerar algunos de los
avatares de su redacción y edición, el texto se detiene,
especialmente, en la repercusión obtenida por su publicación, en la
que destacan las reacciones negativas. Desautorizado, vilipendiado o
simplemente incomprendido,… calificado como “abyecto” o
“corrupto”,… atacado por un espectro tan amplio que abarcaría
desde Albert Camus hasta el Vaticano, el libro de Beauvoir
demostraría, precisamente por esas mismas virulentas reacciones a la
defensiva, haber puesto el dedo en la llaga del patriarcado de la
manera más certera posible. Y no deja de resultar un interesante
añadido la narración que ofrece G. de la Cueva del periplo
editorial en España de El segundo sexo, censura incluida.
No obstante, aunque la obra
anteriormente mencionada sea con diferencia aquella con la que más
se identifica el nombre de nuestra protagonista, su producción no se
limita a la misma, ya que desarrollaría toda una trayectoria
literaria, tanto ensayística como novelística. En esta segunda
faceta, aunque conocería momentos desiguales, alcanzaría su
consagración en 1954 con la obra Los mandarines, ganadora del
premio Goncourt, el más prestigioso galardón literario de Francia.
Resulta llamativo que uno de los pilares
teóricos del movimiento feminista desde la segunda mitad del siglo
XX no se considerase tal hasta bien avanzada su vida. Sólo a partir
de 1970, ya con más de sesenta años, Beauvoir comienza a colaborar con
un activismo feminista que la reclama como madre ideológica
(se relata en particular su intervención en las movilizaciones por
el derecho al aborto en Francia). Es más: no es sino hasta esos
momentos que se produce su declaración explícita como feminista, y
no solo como la socialista que hasta ese momento había constituido
su única identidad ideológica: “Ahora, entiendo por
feminismo el hecho de luchar por reivindicaciones propiamente
femeninas, paralelamente a la lucha de clases, y me considero
feminista”. Y ello, repetimos, quien ya dos décadas antes había
sentado las más sólidas bases teóricas de que ha dispuesto jamás
el feminismo.
Como dijimos al comienzo, no disponemos
de tanta bibliografía en español acerca de Simone de Beauvoir como
para despreciar la ocasión de prestar atención a este título, el
cual, además, goza de la cualidad de resultar una lectura
extremadamente amena y ligera. Por ello, se presenta como muy
adecuado a modo de introducción a la filósofa para un público no
circunscrito al especialista. Para ser perfecto en este sentido, tan
solo le faltaría incluir algún apunte acerca de las ideas de la
protagonista, aunque fuese lo mínimo para terminar de despertar en
el lector las ganas de aproximarse a su obra. En cualquier caso, si
se desea continuar profundizando, puede servir de gran ayuda la muy
bien seleccionada bibliografía que se incluye.
Y no podemos cerrar esta reseña sin
hacer mención de los aspectos formales de la edición: tapa dura,
papel de buen gramaje y abundantes y muy bonitas ilustraciones de Mar
Hernández (Malota). Y, como propina, un mapa de París señalando
los lugares importantes en la vida de nuestra filósofa, que bien
puedes utilizar para organizarte un “tour Beauvoir” en tu próxima
visita a esa ciudad (yo, personalmente, pienso hacerlo; o, al menos,
saborear una de esas carísimas cervezas parisinas en la terraza de
Le Deux Magots, uno de los cafés favoritos de Simone). Todo ello
conforma un bonito objeto para el bibliófilo, de los que da gusto
tener entre las manos y ante la vista, ayudándonos a recordar que
hay ocasiones en que un archivo pdf no puede ser en absoluto lo
mismo.
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