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martes, 1 de diciembre de 2020

HUMANIDAD EN EXTINCIÓN

 
Con la aparición del actual humán (adoptamos el término de nuestro querido Jesús Mosterín), hace unos 300.000 años, arrancó un proceso de diversificación que acabó dando lugar a la coexistencia sobre el planeta de miles de diferentes culturas. Sin embargo, esa riqueza comenzó a perderse con la expansión, a partir de la época de las grandes colonizaciones (desde el siglo XV), del hombre europeo (y ahora sí utilizamos "hombre" en el sentido de "varón", ¿o quién protagonizo, si no, semejante "gesta"?), que llevó consigo por doquier su aparente incapacidad para respetar y admitir al diferente. Convencido de la superioridad de su cultura, el occidental moderno, desde hace siglos, ha estado "haciendo el favor" a otros pueblos de trasladársela. En los casos en que los "salvajes" no admitían las "bondades" de esa cultura, no dudaba en imponérsela por la fuerza (como el padre que obliga a su hijo a hacer cosas que éste no desea porque no sabe lo que realmente le conviene). E incluso, en muchas ocasiones, recurriendo a la eliminación física de los miembros de las otras culturas. Ese fenómeno se ha venido produciendo hasta el día de hoy. 
 



Ahora bien, habría que preguntarse en qué medida puede ser considerada, no ya superior, sino incluso válida desde el punto de vista adaptativo, una cultura que, habiendo sustituido la necesidad natural de subsistencia por la ambición de crecimiento ilimitado, ha acabado convirtiendo en parte de su esencia la destrucción aparentemente imparable de los mismos recursos que han de permitir esa subsistencia. Toda cultura surge como un mecanismo de adaptación al medio que posibilita la supervivencia de la especie. La cultura occidental moderna no cumple esta condición: no conlleva la adaptación del humán al medio, sino la adaptación (violenta) del medio al humán, con lo cual no la supervivencia sino la extinción sería la meta que le corresponde. Una cultura suicida, una cultura fracasada...
 
 

 
Y, teniendo en cuenta que esa cultura es la que se ha extendido de manera mayoritaria a lo largo y ancho del planeta, la que ha subsumido en buena medida a la humanidad, el suicidio, la extinción, no lo serían sino de la propia humanidad en su conjunto. Como dijimos al comienzo, nuestra especie sólo tiene unos 300.000 años de edad, un periodo muy breve en la escala geológica. Se puede decir, con toda justicia, que somos unos recién llegados sobre el planeta (no hemos de olvidar que, por ejemplo, los dinosaurios reinaron en la Tierra durante 135 millones de años). Somos, por lo tanto, una especie demasiado joven como para que ya se pueda afirmar que el "experimento" evolutivo Homo sapiens ha triunfado; más bien se podría decir que aún estamos "a prueba". Y, en las condiciones actuales, nada indica que pudiéramos superar esa prueba. Quizás nuestra especie no sea sino uno más de los tanteos fracasados del desarrollo global de la evolución biológica, destinado a desaparecer como tantos otros desde el surgimiento de la vida sobre el planeta.

Frente a la cultura occidental moderna, las culturas aborígenes de los distintos continentes, aquellas que sí cumplen con los requisitos de lo que ha de ser una cultura, se han visto progresivamente desplazadas e incluso eliminadas. De algunas de ellas quedan tan sólo unas decenas de representantes. Estas variedades culturales son las que mejor podían permitir la pervivencia de nuestra especie a largo plazo, pues son las que permiten la integración del humán en el medio de manera adecuada, respetándolo y no explotándolo, buscando la simbiosis y no el dominio para el beneficio unilateral. Paradójicamente, son estas culturas de y para la supervivencia las que han sido aplastadas por la cultura suicida, como si ésta hubiera querido asegurarse de que había de quedar garantizada la consecución de nuestra autodestrucción.
 
 

 
Esto no pretende ser, desde luego, una reivindicación del mito del buen salvaje, pero sí un reconocimiento del fracaso, como mecanismo adaptativo, de un patrón de desarrollo cultural que, junto a indudables aportes positivos (la ciencia, el arte, la filosofía,...), ha traído consigo los factores que tarde o temprano acabarán con nuestra especie. Ello a menos que cambien muchas cosas, tantas y en tal magnitud que inevitablemente hemos de sentirnos pesimistas al respecto.

RIDLEY: "QUÉ NOS HACE HUMANOS"





Matt Ridley
Qué nos hace humanos
(Nature via nurture. Genes, experience and what makes us humans)
Traducción de Teresa Carretero e Irene Cifuentes
Año de publicación: 2003
Edición: Taurus, Madrid, 2004


El autor, Matt Ridley, es doctor en zoología por la Universidad de Oxford y periodista científico (The Economist, The Daily Telegraph). Especializado en las áreas de la genética y el evolucionismo.

La temática del libro es encuadrable en la categoría de genética de la conducta. 
    Como tesis principal, Ridley defiende que la conducta humana viene conformada por la confluencia de experiencia y herencia, a partir de la idea de que no son dos fuentes de influencia opuestas y enfrentadas, ya que los genes actúan en función de las condiciones del entorno (“nature via nurture”) en tanto que responden al ambiente activándose y desactivándose (este fenómeno biológico es explicado en el texto de manera muy clara y accesible). En consecuencia, se pone de manifiesto la carencia de sentido del clásico debate entre ambientalismo y genetismo, uno de los que más peso han tenido históricamente en diversas ciencias, tanto naturales como humanas, y la posibilidad de superarlo reformulando los términos en que se ha venido produciendo tradicionalmente, asentados en ideas erróneas que los más recientes descubrimientos científicos han venido a invalidar. 

“Creo que tanto la naturaleza o la herencia como el ambiente explican la conducta humana. (...) El descubrimiento de cómo influyen realmente los genes en la conducta humana, y cómo influye la conducta humana en los genes, está a punto de dar una forma completamente nueva al debate. Ya no se trata de la naturaleza frente al ambiente, sino de la naturaleza por vía del ambiente. (...) Los genes están concebidos para dejarse guiar por el entorno. (...) habrá que abandonar las ideas que acariciamos (...) nuestros genes no son maestros de títeres que tiran de las cuerdas de nuestra conducta, sino títeres a merced de nuestra conducta; (...) el instinto no es lo contrario del aprendizaje, (...) las influencias ambientales son a veces menos reversibles que las genéticas y (...) la naturaleza está diseñada para dar soporte al entorno. (...) cuanto más destapamos el genoma, más vulnerables a la experiencia resultan ser los genes.” (págs. 15-16).

“Los genes por sí mismos son pequeños determinantes implacables, que producen sin parar mensajes totalmente predecibles. Pero están muy lejos de tener unas acciones invariables, debido al modo en que sus promotores los activan o los desactivan, en respuesta a instrucciones externas. En lugar de eso, son mecanismos para extraer información del ambiente. Cada minuto, cada segundo, cambia el patrón de los genes que se están expresando en su cerebro, con frecuencia como respuesta directa o indirecta a lo que está pasando fuera del cuerpo. Los genes son los mecanismos de la experiencia.” (pág. 418)

Como estrategia expositiva para defender la tesis anterior, el autor recurre a un desarrollo en el que se entremezcla el recuento de experiencias y datos que la apoyan con un recorrido por los principales hitos históricos de la polémica ambientalismo-genetismo, de tal manera que se muestra cómo la tesis principal es apoyada por los datos empíricos al mismo tiempo que se ponen de manifiesto los errores de planteamiento de los principales representantes de uno y otro bando de la mencionada polémica.

Algunos de los temas tratados en el texto, en una relación no exhaustiva, son los siguientes:

-El descubrimiento de la secuencia completa del genoma humano en cuanto su impacto en el debate genetismo-ambientalismo.
-La comparativa ser humano-animal como vía para determinar la idiosincrasia humana: posiciones de diversos pensadores.
-La comparativa anterior concretada en la conducta sexual.
-La peculiaridad humana frente a otros primates desde el punto de vista de la genética.
-Los instintos. La teoría de W. James. El amor como instinto y sus bases biológicas.
-Apoyos experimentales a  la teoría de la interacción genes-ambiente.
-Lo innato y lo adquirido en las diferencias de sexo y género: rasgos biológicos, roles de género, orientación sexual, funciones y capacidades cerebrales y mentales.
-La posición innatista de Galton y sobre el mismo como inaugurador del debate naturaleza-entorno.
-Los estudios con gemelos y la aportación de sus resultados a la polémica naturaleza-entorno. Sobre la heredabilidad de diferentes rasgos: físicos, de personalidad, inteligencia,...
-Las investigaciones sobre las causas de la esquizofrenia. La pluricausalidad de los fenómenos mentales como un apoyo más a la teoría de la interacción genes-ambiente.
-La teoría evolutiva de Piaget.
-El nativismo de K. Lorenz. 
-La teoría de la impronta. Interpretación desde la misma de diversos fenómenos: la homosexualidad, la adquisición del lenguaje, la aversión al incesto.
-Las teorías deterministas del aprendizaje: Pavlov, Watson, el conductismo.
-F. Boas y la antropología cultural y su influencia en el debate herencia-ambiente. El aprendizaje cultural. La cultura en el proceso evolutivo.
-La sociobiología.
-Diversas consecuencias de la tesis defendida en el libro: sobre la relatividad de la influencia de la educación parental, sobre la influencia de los grupos de iguales, sobre la meritocracia, sobre el concepto de "raza", sobre la individualidad, sobre el libre albedrío.

De manera paralela y complementaria a la principal línea de desarrollo de la obra, se trata el tema de la utopía (a modo de apéndice al final de algunos capítulos):

“Uno de los pecados habituales patentes en el debate naturaleza-entorno ha sido el utopismo, la idea de que existe un modelo ideal de sociedad que puede derivarse de una teoría de la naturaleza humana. Muchos de los que creían comprender la naturaleza humana se aprestaron a convertir descripción en prescripción y trazaron un modelo de sociedad perfecta. Ésta es una práctica común tanto entre los partidarios de la naturaleza como entre los partidarios del entorno. Con todo, la única lección que se extrae del sueño utópico es que todas las utopías son pésimas. Todos los intentos de crear una sociedad en referencia a una concepción estrecha de la naturaleza humana, bien sobre el papel o en las calles, acaba produciendo algo mucho peor. Me propongo acabar cada capítulo burlándome de la utopía que implica llevar cualquier teoría demasiado lejos.” (pág. 120).

Y se comentan, como tales utopías resultantes de adoptar las posiciones del innatismo o del ambientalismo extremos:

-La República platónica.
-La sociedad eugenésica de Galton.
-El mundo feliz de Huxley.
-El nazismo y el apoyo teórico de K. Lorenz al mismo.
-Skinner y su Walden Dos.
-Los comunalismos.

Imprescindible para la actualización de conocimientos sobre el área de que se ocupa y susceptible de tener como lector tanto al público en general, a modo de obra de divulgación, como al especialista. Resulta un texto muy clarificador, que rompe con algunos de los tópicos más asentados en el debate científico y filosófico y lo hace por la vía más fiable para ello: a partir de los datos empíricos, sin contar con los cuales cualquier especulación se realiza inevitablemente en el vacío. De igual interés desde el punto de vista de las ciencias naturales, de las ciencias humanas o de la filosofía. 

Este libro ha visto dos ediciones en nuestro país, la de Taurus que se encuentra referenciada al comienzo de este artículo y otra en formato bolsillo realizada por Punto de Lectura en 2005. La última está actualmente descatalogada, pero la primera se puede encontrar con relativa facilidad.

Sitio web de Matt Ridley: http://www.rationaloptimist.com/


SÁNCHEZ: "SIMONE DE BEAUVOIR. DEL SEXO AL GÉNERO"



 

Cristina Sánchez Muñoz 

Simone de Beauvoir. Del sexo al género 

Shackleton Books, 2019

 

Tal como dijimos en una entrada anterior, a propósito del libro Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir, de Carmen G. de la Cueva, la bibliografía en español sobre esta pensadora no resulta tan abundante como sería de desear. Por ello recibimos con agrado este breve texto que constituye una buena introducción a una de las más destacadas representantes de la filosofía existencialista. Posee ese valor introductorio a que nos hemos referido por dos razones. En primer lugar, porque aúna de manera muy equilibrada el tratamiento de diversos aspectos cuyo conjunto ofrece una buena panorámica de todo aquello que es necesario conocer para aproximarse a Beauvoir: su peripecia vital, su pensamiento, su obra (si bien centrándose en la ensayística para dejar de lado la narrativa) y su lugar dentro de la trayectoria del feminismo y de las teorías sobre el género. En segundo lugar, porque, aunque pueda servir muy bien, por lo antes dicho, para una primera aproximación al personaje y sus ideas, no tanto si lo que se desea es profundizar mínimamente en ello, para lo cual el lector deberá dirigirse a otras obras.

Así, a lo largo de los sucesivos capítulos, la autora (especialista en Arendt y en feminismo contemporáneo) va desgranando de manera entremezclada datos biográficos e ideas teóricas, centrándose básicamente en lo expuesto en El segundo sexo, la obra cumbre de Beauvoir, aunque también también se ocupe, de modo más breve, de sus otros ensayos. Es de destacar el modo sencillo y accesible en que son presentadas las ideas de Beauvoir, y, sobre todo, el hincapie que se hace en el trasfondo teórico existencialista de su obra. A menudo, Simone de Beauvoir es vista fundamentalmente como una pensadora feminista, cuando en realidad, al menos en la época de la redacción de El segundo sexo (su conciencia y militancia feministas llegarían años después), no es sino una filósofa existencialista que decide aplicar a un determinado fenómeno, en este caso el de la condición de la mujer, la metodología de investigación propugnada por esta escuela de pensamiento. El existencialismo francés está siendo construido en esos mismos momentos por Sartre y ella misma, que no deja de realizar aportaciones propias y originales. De hecho, El segundo sexo sería una de las primeras investigaciones fenomenológico-existencialistas publicadas, y nos atreveríamos a decir que una de las más destacadas, por su exhaustividad y la calidad de su desarrollo. Semejantes significado y valor, tanto de la obra como de su autora, para la historia de la filosofía, parecen haber quedado eclipsados ante su influencia en el pensamiento feminista (no menos importante, desde luego).

Otro elemento de especial interés de este libro reside en un tramo final dedicado al diálogo con el pensamiento de Beauvoir por parte de planteamientos teóricos posteriores como son el feminismo de la diferencia o la teoría queer.

Concluyamos diciendo que este sería el libro que recomendaríamos, por las razones que mencionamos al comienzo de este comentario, a quien, desde el desconocimiento, desease aproximarse por vez primera a uno de los personajes fundamentales de la historia del pensamiento occidental.

 

domingo, 1 de noviembre de 2020

LIBERTAD



 Si la libertad significa algo, es el derecho de decir a los demás lo que no quieren oír.

George Orwell



Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento, y muera el que no piense como yo.

Voltaire




 La libertad es alimento nutritivo, pero de difícil digestión. Es, por tanto, necesario preparar a los hombres mucho tiempo antes de dárselo.

Jean-Jacques Rousseau






Raros son esos tiempos felices en los que se puede pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa.

Tácito






¿TODAS LAS OPINIONES SON RESPETABLES? NO

 
Fernando Savater no es precisamente santo de nuestra devoción, especialmente debido a su deriva política (lo cual no se ha de considerar algo accidental ni secundario, pues el pensamiento político nunca lo es en un filósofo), pero ello no obsta para que reciba nuestro reconocimiento por sus numerosos méritos o para que apreciemos la validez de muchas de sus reflexiones. Aquí presentamos un texto que leímos hace ya bastante tiempo y hemos recuperado últimamente por razones que no vienen al caso, cuyo contenido podríamos suscribir al menos en un 80% (lo cual no es poco en el caso de algo tan situado en la perspectiva individual como es el pensamiento filosófico). En él derriba un tópico habitual, el de que todas las opiniones son respetables. Es ésta una afirmación definitivamente falsa que ha sido repetida en innumerables ocasiones y que siempre se presenta como muestra de honestidad intelectual cuando, si se interpreta de la manera correcta, denota precisamente lo contrario. Podríamos aportar nuestros propios argumentos acerca de por qué esta sentencia es una falacia, los cuales no coincidirían en todo punto con los de Savater (y posiblemente lo hagamos en otro momento), pero por ahora quedémonos con sus reflexiones al respecto, las cuales no dejan de constituir un interesante punto de partida para cuestionarse una de esas ideas que, de tan reiteradas, todo el mundo asume sin llegar a plantearse ni su cómo ni su porqué.
 
En nuestra sociedad abundan venturosa y abrumadoramente las opiniones. Quizá prosperan tanto porque, según repetido dogma que es non plus ultra de la tolerancia para muchos, todas las opiniones son respetables. Concedo sin vacilar que existen muchas cosas respetables a nuestro alrededor: la vida del prójimo, por ejemplo, o el pan de quien trabaja para ganárselo o la cornamenta de ciertos toros. Las opiniones, en cambio, me parecen todo lo que se quiera menos respetables: al ser formuladas, saltan a la palestra de la disputa, la irrisión, el escepticismo y la controversia. Afrontan el descrédito y se arriesgan a lo único que hay peor que el descrédito, la ciega credulidad. Sólo las más fuertes deben sobrevivir, cuando logren ganarse la verificación que las legalice. Respetarlas sería momificarlas a todas por igual, haciendo indiscernibles las que gozan de buena salud gracias a la razón y la experiencia de las infectadas por la ñoñería seudomística o el delirio.

Tomemos, por ejemplo, uno de nuestros debates televisivos de corte popular en el que se afronte alguna cuestión peliaguda como los platillos volantes, la astrología, (sobre este tema hubo uno reciente muy movido, en el que Gustavo Bueno y dos astrofísicos se enfrentaban a una selección de embaucadores particularmente correosa que contaba con la simpatía beocia de la audiencia), la curación mágica de enfermedades o la inmortalidad del alma. Cualquiera de los participantes puede iniciar su intervención diciendo: "Yo opino...". Pues bien, esa cláusula aparentemente modesta y restrictiva suele funcionar de hecho como todo lo contrario. Y es que hay dos usos diferentes, opuestos diría yo, del opinar. Según el primero de ellos, advierto con mi "yo opino" que no estoy seguro de lo que voy a decir, que se trata tan sólo de una conclusión que he sacado a partir de argumentos no concluyentes y que estoy dispuesto a revisarla si se me brindan pruebas contrarias o razonamientos mejor fundados. En ningún caso diría "yo opino" para luego aseverar que dos más dos son cuatro o que París es la capital de Francia: lo que precisamente advierto con esa fórmula cautelar es que no estoy tan seguro de lo que aventuro a continuación como de esas certezas ejemplares. Éste es el uso impecable de la opinión.

Pero, en otros casos, decir "yo opino" viene a significar algo muy distinto. Prevengo a quien me escucha de que la aseveración que formulo es mía, que la respaldo con todo mi ser y que, por tanto, no estoy dispuesto a discutirla con cualquier advenedizo ni a modificarla simplemente porque se me ofrezcan argumentos adversos que demuestren su falsedad. Theodor Adorno, en un excelente artículo titulado Opinión, demencia, sociedad, describe así esta actitud: "El yo opino no restringe aquí el juicio hipotético, sino que lo subraya. En cuanto alguien proclama como suya una opinión nada certera, no corroborada por experiencia alguna, sin reflexión sucinta, le otorga, por mucho que quiera restringirla, la autoridad de la confesión por medio de la relación consigo mismo como sujeto". Este modelo de opinante convierte cualquier ataque a su opinión en una ofensa a su propia persona. Para él, lo concluyente en refrendo de un dictamen no son las pruebas ni las razones que lo apoyan, sino el hecho de que alguien lo formula rotundamente como propio, identificando su dignidad con la veracidad de lo que sostiene. Como cada cual tiene derecho a su opinión, lo que nadie puede recusar, se entiende que todas las opiniones no son del mismo rango y conllevan la misma fuerza resolutiva, lo cual destruye cualquier pretensión objetiva de verdad. Este es el uso espurio de la opinión.

En el debate televisivo al que antes aludíamos, cualquier pretensión de acuerdo sobre lo plausible suele quedar descartado de antemano. Quien insiste en que no se tome por aceptable más que lo racionalmente justificado sienta de inmediato plaza de intransigente o dogmático, vicios de lo más detestables. La resurrección de los muertos y la función clorofílica de ciertas plantas pasan por ser opiniones igualmente respetables; el que no lo cree así y protesta está ofendiendo a sus interlocutores, conculcando su básico derecho humano a sostener con pasión lo inverificable. La actitud de quien gracias a su fe particular "lo tiene todo claro" se presenta no sólo como perfectamente respetable desde la discreción cortés, sino hasta desde el punto de vista científico. En esos programas no hay disparate que no se presente como avalado por "importantes científicos". Si es así, ¿por qué nunca habíamos oído hablar de ello? Nos lo aclaran enseguida: porque lo impide la ciencia "oficial", mafia misteriosa al servicio de los más inconfesables intereses. Otros, menos paranoicos, pero más descarados convierten la propia ciencia moderna en aval de la irracionalidad desaforada. Recuerdo un espacio televisivo en que discutían casos de "combustión espontánea" que aquejan a determinadas personas por causas impenetrables, aunque probablemente extraterrestres. Un reputado físico argumentaba educadamente contra varios farsantes, todos los cuales tenían muy clara su "respetable" opinión. Cuando se mencionó el método científico, uno de los embaucadores -parapsicólogo o cosa semejante- pontificó muy serio: "Mire usted: la ciencia moderna se basa en dos principios, el de relatividad, que dice que todo es relativo, y el de incertidumbre, que asegura que no podemos estar seguros de nada. Así que tanto vale lo que usted dice como lo que digo yo y ¡viva la combustión espontánea!".

La filosofía arrastra una vieja enemistad contra la opinión, entendida en el infecto segundo sentido que hemos descrito. Y no porque sea la filosofía una ciencia empírica ni porque tenga acceso privilegiado a la verdad absoluta, sino porque es su misión defender el contraste razonable de las opiniones y entre las opiniones, su justificación no a partir de lo inefable o lo inverificable, sino por medio de lo públicamente accesible, de lo inteligible por todos y cada uno. Parece más importante que nunca que siga conservando hoy también ese antagonismo crítico, cuando los medios de comunicación han multiplicado tanto el número de opinantes encallecidos. Por eso, resulta especialmente grave el retroceso del papel de la filosofia en los estudios de bachillerato, que antes o después puede llevar a su abolición académica (la otra no depende de los ministros, si no, ya hubiera tenido lugar). Cuando protesté por esta marginación ante un responsable del plan de estudios, me repuso con toda candidez burocrática: "Date cuenta, enseñar filosofía es cosa muy complicada. ¡Hay opiniones para todos los gustos!". A veces siento cierto desánimo, que considero plenamente respetable.

Fernando Savater, "Opiniones respetables", El País (2 de julio de 1994)


DI TROCCHIO: "LAS MENTIRAS DE LA CIENCIA"







Federico Di Trocchio
Las mentiras de la ciencia. ¿Por qué y cómo nos engañan los científicos?
(Le bugie della scienza. Perché e come gli scienziati imbrogliano)
Traducción de Constanza V. Meyer
Año de publicación: 1993
Edición: Alianza Editorial, Madrid, 2003 (2ª ed., 2ª reimpresión)


El autor es profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Roma "La Sapienza", secretario de la Società Italiana di Storia della Scienza y miembro de la Académie Internationale d’Histoire des Sciences. También ha ejercido como redactor del semanal L’Espresso.
    Di Trocchio se ocupa fundamentalmente de los problemas estructurales de la actividad científica, y es autor de varios libros de carácter divulgativo alrededor de dicha temática, de los cuales el que nos ocupa es un buen ejemplo.

El tema del libro es el del fraude en la investigación científica (se refiere a áreas como biología, física, química, psicología, paleontología,...) entendido como falseamiento de resultados de investigaciones, apropiación del trabajo de otros, irregularidades intencionadas en los procedimientos de experimentación,...

Para desarrollar este tema, el texto se divide en dos tipos de contenidos que se van exponiendo de manera intercalada:
    Un análisis del fenómeno en cuanto a sus mecanismos, motivaciones y otros aspectos (prefacio y capítulos III y IX).
    La narración de casos de fraude acaecidos en distintos momentos de la historia de la ciencia, muchos de ellos llevados a cabo por científicos prestigiosos y de valía (incluidos algunos que forman parte de la historia de la ciencia o premios Nobel). Este recuento sirve para ilustrar y apoyar las tesis que el autor expone en su análisis del fenómeno (capítulos I, II y IV a VIII).

Di Trocchio distingue dos tipos de fraude científico en función de sus móviles y consecuencias: los llevados a cabo bienintencionadamente con el fin de defender una idea de la que el científico se encuentra sinceramente convencido, y los motivados por intereses personales extracientíficos (beneficio económico, búsqueda de prestigio o posición profesional, etc.).
    Los primeros, ejemplificados en casos como los de Galileo, Newton, Freud o Mendel, son defendidos por Di Trocchio como engaños positivos e incluso necesarios, en tanto que se realizan en interés de la ciencia y por exigencias de la propia naturaleza de la investigación científica. Así, sirven como recurso para salvar ideas válidas que hubieran sido rechazadas si los investigadores se hubieran limitado a utilizar los medios considerados legítimos (debido, por ejemplo, a las deficiencias de los aparatos teóricos de cálculo o de los instrumentos de medición o experimentación disponibles en el momento). Esta postura del autor al respecto de este tipo de engaño se inscribe en un planteamiento teórico que incluye referencias tanto al falsacionismo popperiano como al anarquismo epistemológico de Feyerabend (el cual se expone ampliamente en el capítulo IX).
    En el caso de los fraudes incluidos en la segunda categoría de las arriba enumeradas, son rechazables, según Di Trocchio, porque responden a intereses espurios: con ellos no se busca beneficiar a la ciencia, como en el caso de los del tipo anterior, sino al propio científico de manera personal. Son engaños que, a diferencia de los primeros, no traen consigo ninguna aportación al avance de la ciencia ni conllevan utilidad práctica de tipo técnico alguna. Para explicar por qué y cómo se producen, Di Trocchio expone (capítulo III) la evolución de la actividad científica a lo largo de la historia, comparando su situación y condiciones actuales, nacidas en Estados Unidos y luego extendidas al resto del mundo occidental a partir de mediados del siglo XX, con las propias de etapas anteriores de la historia de la ciencia. Mientras hasta ese momento el científico trabajaba en unas circunstancias puramente vocacionales que hacían que su única motivación fuera la sincera búsqueda de la verdad, la profesionalización plena y masiva de la investigación científica y el contexto académico y empresarial en que se inscribe en la contemporaneidad, que conllevan una total dependencia de esta labor en relación con los poderes político y económico, incita a estos fraudes (muy frecuentes, según el autor) así como provoca la complicidad con ellos del estamento científico oficial, tanto por corporativismo como para evitar el desmontaje del aparato económico y social que rodea a la investigación científica.

“(...) en la época en que investigadores y científicos no competían a fin de obtener financiaciones y ascensos en su carrera cometían engaños, cuando lo hacían, sólo en nombre y en función de una idea en la que creían firmemente. Sus engaños parecen fraudes nobles, aunque sean siempre fraudes. Esto permite evaluar la distancia que separa a los científicos del siglo XIX de los de nuestros días y comprender la diferencia entre un científico de vocación y otro de profesión. El primero está dispuesto a arriesgar su propia carrera y su honor por una idea, el segundo está dispuesto a sacrificar las propias ideas por la carrera.” (págs. 335-336)

Otros puntos de interés tratados por el autor son los siguientes:
    Sobre los recursos técnicos y burocráticos utilizados para llevar a cabo el fraude en la ciencia desde la segunda mitad del siglo XX.
    Sobre la destrucción de la imagen romántica de la figura del científico (“objetivo, altruista (...) esclavo del deseo de conocer”) a través de la denuncia de su ambición, competitividad y falta de escrúpulos a la hora de llevar adelante su trabajo. Este punto toma como base lo narrado por James Watson en su obra La doble helice (1968), donde revela las turbias vicisitudes que rodearon el descubrimiento de la estructura del ADN por el que obtuvo el Nobel, confesión que causó gran escándalo en el momento de la publicación de la susodicha obra.
    Sobre la situación de crisis estructural en que está sumido el sistema científico occidental y la transferencia de la actividad científica a los países en vías de desarrollo como posible solución a tal problema. Al hilo de esto, se argumenta contra la común idea etnocéntrica de que la ciencia y la tecnología son productos culturales genuinamente occidentales.

Entre los más destacados casos de fraude narrados en el libro, entre muchos otros, encontramos los siguientes:

-El plagio de las observaciones astronómicas de Hiparco de Nicea llevado a cabo por Claudio Ptolomeo.
-Los experimentos de dinámica fingidos por Galileo.
    Este caso resulta especialmente llamativo, teniendo en cuenta que hablamos del introductor del método experimental, el cual plantea unas exigencias metodológicas que el mismo Galileo incumpliría (“Galileo sostenía que no era realmente importante llevarlos a cabo [los experimentos]”, “«Es inútil hacer el experimento, si os lo digo yo debéis creerme». Es evidente que este proceder no se corresponde en absoluto con la idea del método experimental que nos han enseñado en el colegio y mucho menos con el ideal de disciplina ética y metodológica del científico”).
-El falseamiento de cálculos matemáticos en que incurrió Newton con el objeto de ajustar sus leyes (incluida la de la gravitación) a los fenómenos.
-El intento del Nobel Gallo de robar el descubrimiento del VIH.
-El fenómeno de la fusión fría, que aun sin haberse conseguido probar experimentalmente es afirmado por un sector del mundo científico.
-La invención por parte de Mendel de resultados experimentales para respaldar sus leyes de la genética.
-Freud y su falseamiento de casos clínicos.
-El “descubrimiento” de los inexistentes rayos N
-Los falsos fósiles del hombre de Piltdown.
-Un caso reciente producido en nuestro propio país: el descubrimiento de pinturas rupestres en la cueva de Zubialde (Álava) por el estudiante de historia antigua Serafín Ruíz.
    Caso abierto en el momento de redacción del libro (que es de 1993, habiendo acontecido el supuesto hallazgo en el 90), Di Trocchio expresa sus sospechas de que se trata de un fraude. Efectivamente, así se descubriría posteriormente: las pinturas habrían sido realizadas por el propio Ruíz. Además de los indicios en esa dirección que apunta Di Trocchio, la prueba definitiva de ello sería el descubrimiento de unos restos de estropajo doméstico adheridos a las pinturas.

Como conclusión, se trata de un relato curioso y muy bien documentado que recoge un aspecto del mundo científico escasamente tratado, lo cual otorga a esta obra un valor añadido. Además de descubrirnos datos habitualmente poco o nada aireados sobre algunos de los más relevantes científicos, lo aquí expuesto incita a numerosas reflexiones sobre el trasfondo de la tarea de la investigación científica, al tiempo que nos alerta sobre la necesidad de mantener una permanente actitud crítica, incluso hacia aquellas áreas de conocimiento y disciplinas inicialmente menos susceptibles de sospecha.


jueves, 1 de octubre de 2020

BAGGINI: "¿SE CREEN QUE SOMOS TONTOS?"





Julian Baggini
¿Se creen que somos tontos?
(The duck that won the lottery: and 99 other bad arguments)
Traducción de Pablo Hermida Lazcano
Año de publicación: 2008
Edición: Paidós, Barcelona, 2010




La oferta bibliográfica en español sobre lógica informal o teoría de la argumentación resulta desgraciadamente escasa. Por ello es de agradecer la existencia de este libro, que además no se encuentra ni mucho menos dirigido a especialistas sino al gran público. Y es de agradecer, como decimos, porque resulta imprescindible que las cuestiones que expone estén al alcance de todo el mundo, pues constituyen la base necesaria de ese pensamiento crítico cuya difusión es tan de desear, dado que parece practicarse menos de lo que sería conveniente (y así nos va). Este volumen podría ser perfectamente clasificado por el librero junto a los restantes títulos de "divulgación filosófica" que tanto han proliferado en los últimos tiempos, y, de hecho, su apariencia (subtítulo de la edición española, tipografía y diseño de portada, notas de contraportada,... marketing rules, en definitiva) impulsa a ello, pero se trata, a nuestro parecer, de algo bastante más serio y riguroso que los "platones prozaicos" y similares. Y también mucho más útil, didáctico y enriquecedor.
      En síntesis, el libro presenta un extenso repertorio de errores de argumentación (basados tanto en falacias lógicas como en sesgos cognitivos), uno por capítulo hasta un total de cien. Tal cosa, en sí misma, ya la teníamos al alcance en muchas otras fuentes. No obstante, presenta una serie de aspectos que convierten la propuesta en especialmente original y atractiva. El primero viene dado por algo que ya hemos apuntado: su pretensión claramente divulgadora. Debido a ello, el lenguaje empleado es muy accesible, con una ausencia total de tecnicismos, y el esfuerzo (exitoso, a nuestro parecer) por hacer del texto algo ameno resulta encomiable. Si lo anterior se refiere a una cuestión de forma, los restantes aspectos destacables afectan al contenido: en primer lugar, no se sigue de manera necesaria el listado habitualmente tipificado de defectos argumentativos y de razonamiento, sino que se presentan diversas variaciones sobre lo que suele ser el contenido habitual del mismo. Por tanto, aunque seamos ya conocedores de las falacias clásicas, nos puede ser muy útil para ampliar nuestra perspectiva sobre el tema, añadiendo otras a nuestro repertorio o teniendo la ocasión de indagar en nuevos aspectos de las que ya nos resultan familiares. En segundo lugar, cada capítulo adopta como punto de partida una declaración real de algún personaje (político, periodístico, científico, académico,...) en la que se pone de manifiesto el error argumentativo correspondiente, el cual queda perfectamente ilustrado de esa manera. Así, al mismo tiempo que se explica en qué consisten las falacias cuya enumeración constituye el núcleo del libro, al autor se le presenta también la oportunidad añadida de exponer una interesante serie de reflexiones sobre ciertos tratamientos dados a las numerosas cuestiones de actualidad que son objeto de las citas que encabezan cada capítulo (el terrorismo, la guerra de Irak, el ecologismo, las medicinas alternativas, la religión, la eutanasia, la pobreza,...); con ello, nos encontramos, junto a la teoría, con un ilustrativo ejemplo de práctica de pensamiento crítico, que a más de un lector puede servirle para terminar de comprender en qué consiste tal cosa.
      La presencia de las citas en cuestión permite además al lector comprobar cuán a menudo se encuentra expuesto a los errores y engaños del discurso, haciéndole consciente (ojalá, y con ello el autor ya podría darse por sobradamente satisfecho) de la actitud de alerta permanente que le es conveniente adoptar a la ciudadanía frente a los constantes mensajes emitidos desde diversas instancias de desinformación-manipulación-adoctrinamiento-control.
      Para terminar de animar a la reflexión, y acabando de perfilar claramente el intencionado carácter didáctico del libro, al final de cada capítulo se le plantea al lector una serie de cuestiones que le impulsen a aquello de que en definitiva se trata: pensar por sí mismo.

Pero como las intenciones del libro se manifiestan de manera perfecta en su prefacio, mejor que seguir ofreciendo más explicaciones, lo transcribiremos, ya que es breve:

"Hacer las cosas bien es simple: basta con que elimines todos tus errores y serás perfecto. Esto es tan cierto para pensar y argumentar bien como lo es en cualquier otra destreza. La principal prioridad para quien aspira a pensar con claridad es suprimir todas las falacias y confusiones que contaminan el razonamiento. El problema es que son muchísimas y, para bien o para mal, los seres humanos no somos tan lógicos como Spock.
      Este libro se propone destacar cien formas comunes de mala argumentación. La mayoría se basan en ejemplos de razonamiento falaz, pero otras se centran en hábitos, estilos y sesgos de pensamiento. Otras parten de argumentos perfectamente válidos, usados no obstante de maneras irrazonables. No se trata de un libro de texto, y mi lista contiene superposiciones y variantes de lo que los lógicos identificarían como la misma especie de razonamiento deficiente. He elegido malos pasos argumentativos que efectivamente se dan en el mundo real, y los he catalogado en consecuencia, no necesariamente del mismo modo que los profesores de filosofía y pensamiento crítico. Las referencias cruzadas son una invitación a explorar las semejanzas y diferencias entre las maniobras que describo.
      Como los ejemplos están sacados de la vida real, reflejan los asuntos que han proporcionado el terreno en el que más han proliferado en los últimos años las malas hierbas de la insensatez. Destaca con creces la política, en particular la respuesta al terrorismo y la guerra de Irak. También hay múltiples ejemplos tomados de los debates sobre ecologismo, medicina alternativa, religión, aborto, eutanasia y pobreza. y se incluyen ejemplos menos serios, como poetas de ovejas cuánticas, patos de la suerte y dioses del espacio exterior.
      Cuando se me ocurrió la idea de este libro, lo concebí como una suerte de arma ofensiva en la guerra contra el sinsentido. El lector podría armarse con él, y entonces buscar y destruir la incongruencia dondequiera que ésta se hallase. Sin embargo, ver a otros entregados a tales misiones evangélicas me ha hecho reconsiderar el asunto. A mi juicio, pensar bien no es tanto una cuestión de pertrecharse como de adoptar una actitud inquisitiva y escéptica, que no cínica. El exceso de confianza es uno de los mayores enemigos de la razón, tanto más peligroso por cuanto puede surgir en su mismo seno.
      Por consiguiente, he intentado destacar algunas de las dificultades de aplicar incluso los más claros principios del pensamiento crítico. Al final de cada entrada figura una serie de preguntas, una cuestión suscitada o una tarea que pretende ofrecer al lector algo que rumiar mentalmente una vez cerrado el libro.
      Un libro como éste puede dar fácilmente la impresión de que la línea entre lo racional y lo irracional está bien definida, cuando, por supuesto, rara vez es ése el caso. Al igual que su predecesor, El cerdo que quería ser jamón, pretende ser un punto de partida para razonar mejor, no la última palabra al respecto."

Hemos dejado para el final la mención de algunos datos sobre el autor. Julian Baggini es un veterano en la labor de la divulgación filosófica, puesto que es editor y cofundador en 1997 de The Philosophers´ Magazine, revista modelo de lo que debe ser una publicación sobre filosofía dirigida al público en general (no sólo al especialista académico y endogámico) y cuya calidad ya quisiéramos encontrar en ciertos intentos de ese mismo formato que han aparecido recientemente en nuestro país. Es además autor de libros como ¿Pienso luego existo? El libro esencial de juegos filosóficos o el muy exitoso El cerdo que quería ser jamón, los cuales podemos encontrar en castellano a través de la misma editorial que el que nos ocupa. Si deseamos saber más sobre él y su labor, podemos echar un vistazo a sus webs:



El libro, como se menciona en su comienzo, surge de una serie publicada originalmente en Internet bajo el título de Bad Moves, es decir, "malos pasos" (argumentativos, se sobreentiende), la cual se puede encontrar aquí.

En conclusión, un libro muy recomendable, tanto para el interesado de manera específica en el tema como para el público en general, al que le resultará sobradamente accesible. Ahora bien, dado su carácter de "catálogo", sugerimos consumirlo a pequeñas dosis, deteniéndose para la adecuada digestión de cada uno de sus breves y numerosos capítulos.

Y queremos concluir nuestro comentario sobre este libro con las mismas palabras que lo cierran:

"Confío en que este libro te ayude a ser más sensible a los miles de modos de argumentar mal de manera persuasiva. Sin embargo, aplicarlo al mundo real no requiere tanto memorizar un catálogo de falacias como adoptar el hábito del escepticismo constructivo y reflexivo cuando leemos y escuchamos. Si lo hacemos, los malos argumentos se identificarán a sí mismos y llegaremos a ser mejores pensadores, aunque siempre imperfectos."


POPPER DIXIT




Antidogmatismo, crítica y autocrítica radicales, modestia y prudencia intelectuales, sin miedo al error sino abrazándolo como a un aliado, el rechazo de las verdades absolutas como único camino hacia la verdad, la mejora continua e inacabable en el conocimiento, una "búsqueda sin término"...

"El aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo."

"Hay que estar contra lo ya pensado, contra la tradición, de la que no se puede prescindir, pero en la que no se puede confiar."

"La ciencia será siempre una búsqueda, jamás un descubrimiento real. Es un viaje, nunca una llegada."

"La razón no es todopoderosa, es una trabajadora tenaz, tanteadora, cauta, crítica, implacable, deseosa de escuchar y discutir, arriesgada."

"La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos."

"Lo que caracteriza al hombre de ciencia no es la posesión del conocimiento o de verdades irrefutables, sino la búsqueda desinteresada e incesante de la verdad."

"Nuestro conocimiento es necesariamente finito, mientras que nuestra ignorancia es necesariamente infinita."

"Yo puedo estar equivocado y tú puedes tener la razón y, con un esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad."


Karl R. Popper