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jueves, 1 de julio de 2021

VVAA: "EN LA ERA DE LA POSVERDAD"

 

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VVAA (ed.: Jordi Ibáñez Fanés)

En la era de la posverdad

Calambur, Barcelona, 2017

Nos encontramos ante un volumen en el que se reúnen una diversidad de autores para ofrecer sus reflexiones acerca del fenómeno de la posverdad en un total de catorce breves textos. El hecho de que procedan de campos variados (filósofos, historiadores, politólogos, escritores, periodistas…) posibilita un abanico de perspectivas acerca de una cuestión que posee múltiples facetas e implicaciones, y el volumen resulta valioso en este sentido, aunque el resultado es algo desigual en cuanto al interés de las aportaciones de los distintos artículos. El libro ya tiene algunos años, pero todo lo que en él se expone sigue resultando perfectamente vigente, al tratarse de un problema que aún constituye un campo de investigación y reflexión absolutamente abierto.


Un tema repetido a lo largo del libro es el de la discusión acerca de la misma noción de “posverdad”, lo cual siempre surge de manera inevitable cuando de esto se habla: ¿cómo podemos definir este fenómeno?, ¿constituye algo realmente nuevo y de carácter suficientemente particular como para que se justifique el uso de ese término, o no se trata más que de la misma mentira, propaganda o manipulación que ha existido durante toda la historia rebautizada con una palabra de moda? La misma Introducción, firmada por el editor del libro, Jordi Ibáñez, ya se centra en este problema, y de él se ocuparán también, como tema principal de sus respectivos ensayos, Jordi Gracia (La posverdad no es mentira) o Marta Sanz (La mala calidad: educación, verdad, expresión, democracia), y muchos de los restantes autores se referirán también a ello en mayor menor medida.


Manuel Arias Maldonado (Informe sobre ciegos: genealogía de la posverdad) nos habla sobre diversos factores filosóficos, psicológicos y tecnológicos que operan al mismo tiempo como causas y fundamentos del fenómeno de la posverdad, así como acerca de aquellos aspectos del sistema democrático que lo convierten en propicio caldo de cultivo para la posverdad. Se trata de uno de los textos más interesantes del volumen, aglutinando en sus escasas páginas una buena cantidad de valiosas aportaciones al tema.


Joaquín Estefanía (La mentira os hará eficaces) presenta la posición de la economía neoclásica ante la crisis de 2007 como un ejemplo de posverdad en el terreno de esa ciencia, en un texto que, sin dejar de resultar de interés, a nuestro parecer fuerza un tanto la temática del libro.


Victoria Camps (Posverdad, la nueva sofística) parte de la referencia a la sofística para disertar acerca de los usos del lenguaje o los efectos de la mentira sobre la democracia.


Justo Serna (Fake News. Todo es falso salvo alguna cosa), en un texto que por momentos parece publicidad encubierta de uno de sus propios libros, opta por hablar de las fake news y de personajes como Trump y Berlusconi como paradigmas de emisores de falsedades en el terreno político. Ciertamente, no nos parece que aporte gran cosa al conjunto.


Joan Subirats (Política: evidencias, argumentos… y persuasión) se centra en el modo en que la posverdad, con su desprecio de los hechos, socava el mecanismo de la democracia, idealmente consistente en el debate racional a partir de datos de aceptación compartida.


El texto de Valentí Puig (Posverdades de siempre y más) aglutina, en su brevedad, una gran cantidad de ideas de interés. Comienza con una serie de rápidos apuntes acerca de cuestiones como la relación de la posverdad con lo emocional, su trasfondo posmoderno, el papel del conspiracionismo o una muy interesante observación acerca de su perjuicio sobre el pluralismo en base a sus efectos de fragmentación de las opiniones, polarización y radicalización. Tras ello, hace referencia a hechos históricos que podrían encuadrarse, avant la lettre, bajo la categoría de posverdad, tales como los relatos oficiales soviético y nazi, respectivamente, acerca de la toma del Palacio de Invierno o del incendio del Reichstag. Finalmente, se detiene en el análisis de clásicos del género distópico como 1984 y Un mundo feliz, para mostrarnos las concomitancias entre lo especulado en estas narraciones y el fenómeno de la posverdad, presentando la interesante idea de que la posverdad es un modo de ejercer una cierta tiranía sutil, no violenta, que se impone a las voluntades de los individuos, tal como sucede en las susodichas novelas.


Nora Catelli (Posverdad y ficción), desde el punto de vista de la teoría literaria o incluso de la teoría del arte en general, trata acerca de las relaciones entre la posverdad y la dimensión ficcional consustancial al ser humano.


Andreu Jaume (El escándalo de la posverdad) vuelve una vez más a la misma noción de posverdad y la sitúa en relación con la situación sociopolítica de nuestro mundo actual, apoyándose a lo largo de su desarrollo en una gran cantidad de autores clásicos tanto de la literatura como de la filosofía.


Domingo Ródenas de Moya (La verdad en la estacada) se centra en un asunto habitual al hablar de este tema, y ya apuntado más brevemente en alguno de los textos anteriores del libro, como es el de la relación entre el fenómeno de la posverdad y el pensamiento posmoderno, en tanto este ha llevado a cabo un socavamiento de la noción de verdad que ha terminado permeando la mentalidad de nuestra época y, en consecuencia, facilitando el camino a la posverdad.


César Rendueles (¿Posverdad o retorno de la política?) defiende la tesis de que lo que llamamos “posverdad” no es algo nuevo, sino que todo lo que conlleva se encuentra inscrito en el genoma de la mentalidad y la política neoliberales desde su arranque en la década de los setenta del siglo XX. De hecho, critica el mismo uso de ese concepto, pues considera que, al no reconocer lo anterior, supone una idealización de ese neoliberalismo y una condena a toda reacción al mismo como mero populismo, cuando no todos los proyectos que se le oponen son equiparables ni se pueden juzgar del mismo modo (¿o acaso pueden meterse en el mismo saco el movimiento 15M y el trumpismo?). Uno de los momentos que más nos han llamado la atención de este capítulo es una cita de Mussolini en la que el dictador italiano pone en relación relativismo y fascismo, y donde resuenan, en unas palabras pronunciadas en la primera mitad del siglo XX, muchos de los elementos que solemos asociar con la noción de posverdad, considerada tan actual.


Remedios Zafra (Redes y posverdad), sin duda una de las pensadoras más interesantes del momento presente, se centra, de modo acorde con el tipo de temáticas que le suelen ocupar, en el efecto del entorno digital en nuestra visión de la realidad, lo que da como resultado otro de los textos más sustanciosos del libro. La sobreabundancia y la hiperceleridad de la información, lo difuso de los límites de lo ficticio en lo que respecta a lo mostrado a través de las pantallas, la búsqueda de popularidad en las redes, el ciberespacio como un lugar poco apropiado para el diálogo detenido y razonado desde la pluralidad... serían el perfecto caldo de cultivo para todo aquello que alimenta la posverdad: ausencia de reflexión detenida, apelación a lo emocional, transmutación de la información en propaganda o de la realidad en apariencia, ausencia de sentido crítico, manipulación y homogeneización de las opiniones… Todo lo cual son condiciones que favorecen, por desgracia, a quienes ya sabemos, tal como expresa Zafra en la siguiente cita:


«Como respuesta al desvelamiento de un sistema corrupto y en crisis, en muchas partes del mundo han germinado no pocos intentos de revolución ciudadana dispuesta a habitar las contradicciones y la complejidad de lo nuevo. Pero en tanto requieren y reivindican “diferencia y pensamiento”, el sistema veloz y excedentario no lo pone fácil. Sí lo facilita, sin embargo, a otros movimientos que surgen al mismo tiempo (muy distintos, no cabe confundirlos, ni polarizarlos), simplificadores de mundo pero potentes en su demagogia, favorecidos por la velocidad y la saturación. Movimientos en muchos casos de corte fascista. Ya se sabe, se valen de la frustración y se apropian de la voz del pueblo, son racistas, machistas y homófobos, temen lo nuevo y alimentan y azuzan obsesivamente la idea de complot; cosifican a la ciudadanía en lugar de empoderarla para pensar el cambio…» (pág. 190). 

 

UTOPÍA




Utopía, desde Moro, es el lugar que no se encuentra en ningún lugar, la plasmación del sueño inalcanzable pero no por ello menos deseable (o, quizás, más deseable precisamente por inalcanzable). ¿Para qué la utopía? Dice un adagio budista que "el camino es la meta". Avanzar indefinidamente sólo es posible si jamás se alcanza el fin perseguido, y sólo con vistas a un fin inalcanzable es posible avanzar indefinidamente.

En palabras de Fernando Birri, popularizadas por Eduardo Galeano y a menudo atribuidas erróneamente a éste:

"La utopía está en el horizonte, y entonces si yo ando diez pasos la utopía se aleja diez pasos, y si yo ando veinte pasos la utopía se coloca veinte pasos más allá. Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Sirve para eso, para caminar".

GRAMSCI O LA HEGEMONÍA


                                            https://www.planetadelibros.com/usuaris/autores/fotos/39/original/000038977_1_gramsci_odio_a_los_indiferentes.jpg


Antonio Gramsci (Cerdeña, 1891 - Roma, 1937) es el más importante teórico marxista italiano junto con Antonio Labriola. Militante socialista muy activo ya desde su juventud estudiantil, como demuestra su participación en el movimiento de los "consejos de fábrica" turineses o su labor como fundador del periódico de cultura socialista L'Ordine Nuovo. Su pérdida de afinidad con los planteamientos y líneas de actuación del Partido Socialista acabaría llevándole, en 1921, a participar en la fundación del Partido Comunista de Italia (sección italiana de la III Internacional), del que ejercería también como uno de sus dirigentes. Ocupará un cargo de diputado de 1924 a 1926, hasta su detención por parte del régimen fascista de Mussolini. Acusado de conspiración contra el mismo, el resto de su existencia transcurrirá en presidio, donde morirá, aquejado de diversas enfermedades, con tan sólo 46 años. En esos sus últimos años de vida en prisión se impondría una disciplina de estudio y reflexión teórica que daría lugar a un conjunto de escritos en que compendiaría sus ideas, los cuales serán conocidos como Cuadernos de la cárcel.

Aquí vamos a destacar su teoría de la hegemonía, habitualmente considerada su aportación más original.

Contra otras versiones del marxismo que considera excesivamente economicistas, Gramsci otorga una importancia especialmente destacada a lo superestructural, junto a los elementos económicos y políticos. Y ello porque considera que de la superestructura depende en buena medida la situación social existente, dado que se trata de una herramienta fundamental utilizada por la clase dominante para mantener su supremacía sobre la clase subalterna (que en la época moderna es el proletariado), de modo que no sirven para ello tan sólo los instrumentos de represión física, materializados en el sistema legal, el aparato judicial, las fuerzas de orden público, etc., que permiten otra modalidad del ejercicio del poder (el dominio). Esto se consigue generando una hegemonía cultural que permite a una determinada clase ejercer la dirección intelectual y moral del conjunto de la sociedad (siendo, con ello, no sólo clase dominante sino también dirigente), difundiendo determinadas ideas y valores a través del control del sistema educativo, la religión, los medios de comunicación, la producción cultural, etc. Ello posibilita adoctrinar al pueblo con el objetivo último de inculcarle ideas que traigan consigo la aceptación de su situación de sometimiento, consiguiendo así un consenso que anula su capacidad revolucionaria. La existencia de la hegemonía supone que la clase subalterna ha interiorizado la concepción del mundo propia de la clase dominante como si fuera la suya propia o la única posible, cuando ésta en realidad no responde a sus auténticas necesidades, es decir, no beneficia (sino que en realidad perjudica) las condiciones materiales de su existencia.

La teoría de la hegemonía da lugar en Gramsci a una determinada manera de explicar el mecanismo del cambio social por el cual una clase subalterna pueda llegar a lograr la supremacía. Dado el papel que posee la hegemonía para que una determinada clase adquiera y mantenga su supremacia social, la actuación sobre la superestructura será clave para conseguir dar lugar al cambio social.

La hegemonía no sólo constituye una forma de ejercicio del poder de la clase dominante, sino que su consecución es también una condición para lograr la ascensión a ese poder. Por ello, la clase revolucionaria deberá conseguir la hegemonía (convirtiéndose en clase dirigente) aun antes de lograr el poder político efectivo (ser clase dominante), precisamente porque lo primero es una de las condiciones principales para lo segundo. Ello lo logrará a costa de la pérdida de la hegemonía por parte de la clase dominante, la cual se produce cuando su capacidad dirigente entra en crisis al no ser ya capaz de imponer su concepción del mundo al conjunto de la sociedad (fundamentalmente, porque las soluciones que ofrece a las necesidades y requerimientos de las clases subalternas cada vez resultan a éstas menos satisfactorias). En ese momento, la clase que ejerza el poder mantendrá su dominio, pero habrá perdido su papel de clase dirigente frente a la clase destinada a sucederle en el poder, es decir, que ahora su supremacía se basará tan sólo en su capacidad coercitiva, careciendo de autoridad intelectual y moral y, con ello, será más frágil (situación llamada de crisis orgánica).

Por su parte y de modo paralelo, la clase subalterna ha de conseguir desplazar a la clase dominante en su papel de dirigente de la sociedad, difundiendo su propia concepción del mundo, la cual haga ver que ofrece las respuestas apropiadas a aquellas demandas que la actual clase dominante no logra satisfacer. Cuando la clase subalterna haya conseguido convertirse en clase dirigente, tendrá abierto el camino para convertirse también en clase dominante. Por tanto, el momento revolucionario se produce inicialmente a nivel superestructural, para llevar el cambio desde ahí hasta la infraestructura. En el momento histórico presente, la clase a desplazar como dominante y dirigente es la burguesía. Por tanto, el objetivo es expandir la visión comunista del mundo para así conseguir la hegemonía cultural del proletariado. Para Gramsci, una lucha revolucionaria que se limite a lo económico y politico, si ello no va acompañado de una reforma intelectual y moral, se encuentra condenada al fracaso.

La teoría de la hegemonía trae consigo una llamada de atención acerca de la importancia de las ideas en la vida social y, con ello, problematiza la cuestión del intelectual y su función. Y esto porque serán los intelectuales quienes generen y difundan las ideas, y, con ello, una pieza esencial en la consecución de la hegemonía.

Todo ser humano es un intelectual (o filósofo) en tanto que posee una determinada concepción del mundo. Pero, además, existe una minoría de individuos que son intelectuales no en ese sentido espontáneo en que lo es cualquier ser humano, sino en cuanto que adoptan ese rol como función social propia, es decir, que se encuentran especializados en la labor intelectual. El intelectual orgánico es aquél generado por una clase social con la tarea de elaborar, expresar y expresar el sistema de ideas que le es propio a ésta, así como de difundirlo para lograr la hegemonía. El intelectual orgánico, por lo tanto, adopta la tarea práctica de contribuir a la construcción de un determinado tipo de sociedad. Mientras por una parte se encuentran los intelectuales de la clase burguesa dominante, que trabajan en la tarea de perpetuar la hegemonía de ésta, frente a ellos se encuentra el intelectual orgánico del proletariado, que deberá encargarse de elaborar, expresar y difundir el sistema de ideas que se corresponda con las necesidades y exigencias de la clase trabajadora.

La concepción del mundo propia del individuo común es heredada, acrítica y aceptada de forma pasiva; resultado del adoctrinamiento en el seno de la hegemonía cultural en que se ha socializado. Es el intelectual orgánico el encargado de transmitir a los ciudadanos una concepción del mundo apropiada por fundamentada, crítica, sistemática,... como sería en este caso el marxismo.

El principal intelectual orgánico es de tipo colectivo, pues se trata del mismo Partido Comunista, ya que es éste el que, al ser el vehículo por excelencia de los intereses de la clase trabajadora y el organismo que representa la voluntad de dicha clase, mejor puede ejercer la función de dirección intelectual y moral. Como intelectual colectivo, lo que deberá realizar el Partido será una actividad de socavamiento progresivo de la supremacía de la clase burguesa en todas y cada una de las instituciones de la sociedad civil y del Estado, preparando así el ascenso al poder de la clase trabajadora.