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jueves, 1 de julio de 2021

GRAMSCI O LA HEGEMONÍA


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Antonio Gramsci (Cerdeña, 1891 - Roma, 1937) es el más importante teórico marxista italiano junto con Antonio Labriola. Militante socialista muy activo ya desde su juventud estudiantil, como demuestra su participación en el movimiento de los "consejos de fábrica" turineses o su labor como fundador del periódico de cultura socialista L'Ordine Nuovo. Su pérdida de afinidad con los planteamientos y líneas de actuación del Partido Socialista acabaría llevándole, en 1921, a participar en la fundación del Partido Comunista de Italia (sección italiana de la III Internacional), del que ejercería también como uno de sus dirigentes. Ocupará un cargo de diputado de 1924 a 1926, hasta su detención por parte del régimen fascista de Mussolini. Acusado de conspiración contra el mismo, el resto de su existencia transcurrirá en presidio, donde morirá, aquejado de diversas enfermedades, con tan sólo 46 años. En esos sus últimos años de vida en prisión se impondría una disciplina de estudio y reflexión teórica que daría lugar a un conjunto de escritos en que compendiaría sus ideas, los cuales serán conocidos como Cuadernos de la cárcel.

Aquí vamos a destacar su teoría de la hegemonía, habitualmente considerada su aportación más original.

Contra otras versiones del marxismo que considera excesivamente economicistas, Gramsci otorga una importancia especialmente destacada a lo superestructural, junto a los elementos económicos y políticos. Y ello porque considera que de la superestructura depende en buena medida la situación social existente, dado que se trata de una herramienta fundamental utilizada por la clase dominante para mantener su supremacía sobre la clase subalterna (que en la época moderna es el proletariado), de modo que no sirven para ello tan sólo los instrumentos de represión física, materializados en el sistema legal, el aparato judicial, las fuerzas de orden público, etc., que permiten otra modalidad del ejercicio del poder (el dominio). Esto se consigue generando una hegemonía cultural que permite a una determinada clase ejercer la dirección intelectual y moral del conjunto de la sociedad (siendo, con ello, no sólo clase dominante sino también dirigente), difundiendo determinadas ideas y valores a través del control del sistema educativo, la religión, los medios de comunicación, la producción cultural, etc. Ello posibilita adoctrinar al pueblo con el objetivo último de inculcarle ideas que traigan consigo la aceptación de su situación de sometimiento, consiguiendo así un consenso que anula su capacidad revolucionaria. La existencia de la hegemonía supone que la clase subalterna ha interiorizado la concepción del mundo propia de la clase dominante como si fuera la suya propia o la única posible, cuando ésta en realidad no responde a sus auténticas necesidades, es decir, no beneficia (sino que en realidad perjudica) las condiciones materiales de su existencia.

La teoría de la hegemonía da lugar en Gramsci a una determinada manera de explicar el mecanismo del cambio social por el cual una clase subalterna pueda llegar a lograr la supremacía. Dado el papel que posee la hegemonía para que una determinada clase adquiera y mantenga su supremacia social, la actuación sobre la superestructura será clave para conseguir dar lugar al cambio social.

La hegemonía no sólo constituye una forma de ejercicio del poder de la clase dominante, sino que su consecución es también una condición para lograr la ascensión a ese poder. Por ello, la clase revolucionaria deberá conseguir la hegemonía (convirtiéndose en clase dirigente) aun antes de lograr el poder político efectivo (ser clase dominante), precisamente porque lo primero es una de las condiciones principales para lo segundo. Ello lo logrará a costa de la pérdida de la hegemonía por parte de la clase dominante, la cual se produce cuando su capacidad dirigente entra en crisis al no ser ya capaz de imponer su concepción del mundo al conjunto de la sociedad (fundamentalmente, porque las soluciones que ofrece a las necesidades y requerimientos de las clases subalternas cada vez resultan a éstas menos satisfactorias). En ese momento, la clase que ejerza el poder mantendrá su dominio, pero habrá perdido su papel de clase dirigente frente a la clase destinada a sucederle en el poder, es decir, que ahora su supremacía se basará tan sólo en su capacidad coercitiva, careciendo de autoridad intelectual y moral y, con ello, será más frágil (situación llamada de crisis orgánica).

Por su parte y de modo paralelo, la clase subalterna ha de conseguir desplazar a la clase dominante en su papel de dirigente de la sociedad, difundiendo su propia concepción del mundo, la cual haga ver que ofrece las respuestas apropiadas a aquellas demandas que la actual clase dominante no logra satisfacer. Cuando la clase subalterna haya conseguido convertirse en clase dirigente, tendrá abierto el camino para convertirse también en clase dominante. Por tanto, el momento revolucionario se produce inicialmente a nivel superestructural, para llevar el cambio desde ahí hasta la infraestructura. En el momento histórico presente, la clase a desplazar como dominante y dirigente es la burguesía. Por tanto, el objetivo es expandir la visión comunista del mundo para así conseguir la hegemonía cultural del proletariado. Para Gramsci, una lucha revolucionaria que se limite a lo económico y politico, si ello no va acompañado de una reforma intelectual y moral, se encuentra condenada al fracaso.

La teoría de la hegemonía trae consigo una llamada de atención acerca de la importancia de las ideas en la vida social y, con ello, problematiza la cuestión del intelectual y su función. Y esto porque serán los intelectuales quienes generen y difundan las ideas, y, con ello, una pieza esencial en la consecución de la hegemonía.

Todo ser humano es un intelectual (o filósofo) en tanto que posee una determinada concepción del mundo. Pero, además, existe una minoría de individuos que son intelectuales no en ese sentido espontáneo en que lo es cualquier ser humano, sino en cuanto que adoptan ese rol como función social propia, es decir, que se encuentran especializados en la labor intelectual. El intelectual orgánico es aquél generado por una clase social con la tarea de elaborar, expresar y expresar el sistema de ideas que le es propio a ésta, así como de difundirlo para lograr la hegemonía. El intelectual orgánico, por lo tanto, adopta la tarea práctica de contribuir a la construcción de un determinado tipo de sociedad. Mientras por una parte se encuentran los intelectuales de la clase burguesa dominante, que trabajan en la tarea de perpetuar la hegemonía de ésta, frente a ellos se encuentra el intelectual orgánico del proletariado, que deberá encargarse de elaborar, expresar y difundir el sistema de ideas que se corresponda con las necesidades y exigencias de la clase trabajadora.

La concepción del mundo propia del individuo común es heredada, acrítica y aceptada de forma pasiva; resultado del adoctrinamiento en el seno de la hegemonía cultural en que se ha socializado. Es el intelectual orgánico el encargado de transmitir a los ciudadanos una concepción del mundo apropiada por fundamentada, crítica, sistemática,... como sería en este caso el marxismo.

El principal intelectual orgánico es de tipo colectivo, pues se trata del mismo Partido Comunista, ya que es éste el que, al ser el vehículo por excelencia de los intereses de la clase trabajadora y el organismo que representa la voluntad de dicha clase, mejor puede ejercer la función de dirección intelectual y moral. Como intelectual colectivo, lo que deberá realizar el Partido será una actividad de socavamiento progresivo de la supremacía de la clase burguesa en todas y cada una de las instituciones de la sociedad civil y del Estado, preparando así el ascenso al poder de la clase trabajadora.

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