Yuval Noah Harari
Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad
(Sapiens. From Animals into Gods. A Brief History of Humankind)
Año de publicación: 2011
Edición: Debate, Barcelona, 2015
“Hace 70.000 años, Homo sapiens era todavía un animal insignificante que se ocupaba de sus propias cosas en un rincón de África. En los milenios siguientes se transformó en el amo de todo el planeta y en el terror del ecosistema. Hoy en día está a punto de convertirse en un dios, a punto de adquirir no solo la eterna juventud, sino las capacidades divinas de la creación y la destrucción”.
Creemos que a esta alturas no será necesario presentar a Yuval Noah Harari, historiador israelí que en los últimos años se ha convertido en un auténtico fenómeno comercial del género ensayístico con la trilogía de obras que inaugura este Sapiens y se completa con Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI (título este último que ya reseñamos aquí).
Aunque Sapiens se presenta en su subtítulo como una “breve historia la humanidad”, hay que aclarar que no recoge, como podría pensarse a partir de ello, una sucesión de acontecimientos, fechas y nombres concretos a modo de protagonistas de esa historia. Su objetivo es otro: el de desvelar las grandes líneas de desarrollo de nuestra especie desde su aparición hasta la actualidad, deteniéndose en los que el autor considera principales hitos de ese devenir. Y ello, además, proponiendo una interpretación personal y peculiar de algunos de los avatares que han jalonado esa historia, siendo esto último la aportación realmente de interés que encontramos en la obra de Harari. Podremos estar de acuerdo o no con algunas de sus interpretaciones, pero es indudable que todas ellas nos inducen a repensar determinadas cuestiones, lo cual no es poca cosa. En definitiva, y por lo anterior, nos parece que el calificativo que mejor corresponde a este texto es el de estimulante.
El eje vertebrador de la propuesta de Harari se encuentra formado por lo que él considera tres “revoluciones” que habrían constituído auténticos puntos de inflexión en el devenir de la especie humana: la revolución cognitiva (producida hace 70.000 años), la revolución agrícola (producida hace 12.000 años) y la revolución científica (producida hace 500 años). Alrededor de estos tres fenómenos, Harari articula su interpretación de la evolución cultural del Homo sapiens y de lo que este ha llegado a ser (o incluso puede llegar a ser, tal como se expone en los restantes títulos de la trilogía).
La primera parte del libro, bajo el título “La revolución cognitiva”, comienza destacando el hecho de que Homo sapiens fuese en su momento una especie homínida más entre tantas otras, dedicando algunas páginas a describir algunos de sus rasgos como especie: desarrollo cerebral, bipedismo, sociabilidad compleja, fabricación de herramientas, dominio del fuego… Pero lo que particularizaría a nuestra especie sería el hecho de acabar imponiéndose como la única perviviente entre todos los humanos, en competencia directa con el neandertal en el último periodo de ese proceso. De entre las diversas hipótesis posibles sobre el porqué de semejante éxito, el autor opta por una explicación que remite al fenómeno de la “revolución cognitiva”, la cual será en cierto modo la principal de las tres en cuanto que convierte a nuestra especie en lo que es y por tanto abre la puerta a las dos restantes. El desarrollo de las capacidades cognitivas del sapiens y, en relación con ello, de su capacidad lingüística, le habría otorgado una habilidad única entre los seres vivos: la de elaborar, transmitir y compartir colectivamente ficciones o relatos (las religiones, la idea de nación, los códigos morales y legales…). Es decir, mientras los restantes lenguajes del mundo animal solo pueden referirse a lo que existe objetivamente, el lenguaje humano puede hablar de ficciones. Tales relatos habrían tenido como función cohesionar grupos humanos cada vez más amplios y posibilitar la cooperación de sus miembros en vista a objetivos comunes, logro que hubiese sido imposible de cualquier otra manera. Sería este mecanismo de cooperación a mayor escala que en ninguna otra especie homínida, lo que hubiera otorgado a sapiens el poder de desplazar a sus competidores en el ecosistema. Es más, la revolución cognitiva también habría permitido a sapiens liberarse de las ataduras de la evolución biológica al abrir las puertas a la adaptación mediante la evolución cultural, mucho más rápida y versátil (“la revolución cognitiva es, en consecuencia, el punto en que la historia declaró su independencia de la biología”).
Una vez que Harari ha formulado su tesis personal, esta primera parte del libro se completa con dos interesantes asuntos. Por una parte, una descripción del modo de vida cazador-recolector de nuestros antepasados prehistóricos. No se trata de algo que carezca de importancia para entender quiénes somos, pues “muchas de nuestras características sociales y psicológicas actuales se modelaron durante esta larga era preagrícola”. Aunque habitualmente no lo apreciamos por no adoptar la adecuada perspectiva temporal, hemos de tener en cuenta que el modo de vida paleolítico ha ocupado la mayor parte del tiempo de la existencia de nuestra especie hasta hoy, abarcando los milenios que mediaron entre la primera de las revoluciones, la cognitiva, y la segunda, la agrícola.
Por otro lado, y aunque el autor declara explícitamente que no pretende idealizar el modo de vida propio de esos tiempos, sí parece hacerlo en cuanto que nos presenta esa “sociedad opulenta original” gozando de “un estilo de vida más confortable y remunerador” que el de la mayoría de los humanos posteriores. De hecho, en la segunda parte del libro nos presentará la salida de ese estado (con la llegada del neolítico) ni más ni menos que como el momento en que se torció la historia de la humanidad.
El último tema tratado en esta primera parte es el del efecto destructivo que la expansión a lo largo del planeta del sapiens paleolítico tuvo sobre diversos ecosistemas, lo que nos otorga ya desde entonces y hasta el día de hoy, cuando desgraciadamente ya podemos vislumbrar incluso nuestra autodestrucción, “la dudosa distinción de ser la especie más mortífera en los anales de la biología”.
La siguiente parte del libro va a estar dedicada a la segunda de las grandes revoluciones humanas enumeradas por Harari: la revolución agrícola que se produce en el neolítico.
La interpretación tradicional y extendida es la de que la domesticación de plantas y animales supondría un enorme progreso para el ser humano. Pues bien, Harari difiere de esta visión. Para él, este nuevo estadio de la humanidad es en realidad “el mayor fraude de la historia”, en tanto que no trajo consigo nada que supusiese una mejora real en comparación con el estilo de vida de las sociedades cazadoras-recolectoras sino, al contrario, una menor calidad de vida: peor alimentación, más enfermedades, un trabajo más duro y que requiere mayor tiempo de dedicación, menor seguridad económica… En una muy original interpretación, para Harari las auténticas y únicas beneficiarias de la revolución agrícola serían las especies vegetales que “domesticaron a Homo sapiens, y no al revés”, dado que en su nueva relación con el ser humano lograrían una importante mejora, en términos puramente evolutivos, de su situación en el ecosistema. La explicación que ofrece Harari de que la revolución agrícola triunfase a pesar de lo anterior se refiere al hecho de que, aunque perjudicase a los individuos, beneficiaba a la especie en el sentido de que permitió su multiplicación a una escala nunca antes vista. Los individuos, mientras tanto, y en un proceso gradual que abarcó siglos, perderían la noción de lo que realmente respondía a sus auténticos intereses, actuando así contra estos en lo que no sería sino un fenómeno de alienación (nada muy diferente a cuando en el mundo contemporáneo nos sometemos a un consumismo que responde a falsas necesidades creadas bajo la creencia de que en ello reside la clave de nuestra felicidad, por ejemplo).
En un apunte animalista (Harari es vegano y budista), se hace notar que los miembros de nuestra especie no serían los únicos perjudicados por la revolución agrícola, sino también los de las especies animales domesticadas y puestas al servicio del sapiens sin tener en cuenta su bienestar ni por lo más lejano, a pesar de que su multiplicación como especie, igual que en nuestro caso, se viese favorecida. Por ello, “esta discrepancia entre éxito evolutivo y sufrimiento individual es quizá la lección más importante que podemos extraer de la revolución agrícola”.
En este punto, el elemento más importante a tener en cuenta es que la expansión demográfica que caracteriza a la revolución agrícola trae consigo la necesidad de cohesionar a esos cada vez más crecientes grupos humanos para posibilitar la cooperación. Y ello se consigue mediante los mitos compartidos socialmente, ya se trate del Código de Hammurabi o de la Declaración de Independencia de EEUU (que son los ejemplos presentados por el propio autor en este momento del texto), los cuales, para que cumplan eficazmente su función, no han de ser vistos por los sujetos como las ficciones u “órdenes imaginados” que realmente son, sino como realidades con validez objetiva, y por ello se educa a la gente para convertirla en “creyente” de esos relatos.
Ahora bien, puesto que la información que compone esos relatos, además de no encontrarse inscrita en los genes, es cada vez mayor, surge la necesidad de un recurso para recogerla y transmitirla. Y por ello Harari dedica un capítulo íntegro a un fenómeno tan esencial en el desarrollo de la humanidad como es la escritura, hablando sobre el proceso de su aparición histórica.
La segunda parte del libro se cierra con un capítulo en que el autor expone la idea de que muchos de los “órdenes imaginados” a lo largo de la historia de la humanidad no han sido “neutros ni justos”, puesto que han legitimado desigualdades basadas en condiciones como la raza, el estatus social o el género. Y aquí encontramos que Harari incurre en una importante debilidad teórica. Como estamos viendo, la piedra angular de todo su discurso consiste en la idea de que todo orden cultural (sistemas politicos, económicos, religiosos, morales, jurídicos…), como constructo social que es, responde a una convención plenamente intersubjetiva. ¿Cómo, entonces, pretende presentar su valoración acerca de lo que resulta injusto con pretensiones de objetividad? Obviamente, nos encontramos aquí una vez más con la contradicción interna propia del relativismo, posición que a fin de cuentas constituye el trasfondo de esa tesis de Harari acerca de los “relatos” (situándole, a nuestro parecer, en la estela del posmodernismo).
En la tercera parte del libro, y antes de tratar sobre la tercera de las grandes revoluciones en la cuarta, Harari va a ocuparse de desarrollar la idea de que la tendencia histórica universal (la “flecha de la historia”) es, como reza el título de esta parte, la “unificación de la humanidad”. Desde aquella inicial ampliación de los grupos de sapiens paleolíticos que nos permitió imponernos sobre las restantes especies, la historia humana habría seguido una dirección única: la de aglutinar a los seres humanos en agrupaciones cada vez mayores y más abarcantes con la meta final de un orden universal. Y ello, como siempre, gracias a la expansión de determinados relatos compartidos. Tres son los elementos que se han postulado como órdenes universales: el orden económico monetario, la estructura politica imperial y la religión, y a ellos dedica Harari sendos capítulos.
Y llega finalmente la tercera revolución, tratada en la parte cuarta y última del libro: la científica, gracias a la cual el último medio milenio de la historia de la humanidad ha contemplado un desarrollo sin parangón con toda la existencia previa de nuestra especie en cuanto a intensidad y velocidad.
Harari comenzará describiendo lo que hemos de entender por ciencia. Según él, lo principalmente original y definitorio de la ciencia moderna con respecto a modos anteriores de explicar el mundo (aunque no deja de mencionar y describir otras características epistemológicas del conocimiento científico) sería, en primer lugar, el reconocimiento de la propia ignorancia (lo que la diferenciaría de la religión), y, en segundo lugar, el hecho de que los conocimientos obtenidos de ese modo pueden tener como consecuencia un aumento de poder sobre el mundo, apareciendo así la idea de progreso. Son esos rasgos los que permitirían la relación entre ciencia, política (en concreto, el imperialismo) y economía (en concreto, el capitalismo) que daría lugar al desarrollo científico producido a partir del siglo XV en la cultura europea (y que por ello no se produciría en otros contextos culturales), ya que el trabajo científico se nutre del favor de los poderes político y económico, y ello porque estos consideran que pueden recibir a cambio ciertos beneficios prácticos en forma de conocimiento, tecnología e incluso justificación ideológica, que a su vez redundarían en riqueza. Así, Harari explica de qué manera las operaciones de exploración y colonización de otros continentes que los europeos llevaron a cabo desde un afán imperialista a partir del siglo XV y a lo largo de toda la modernidad tuvieron un papel fundamental en el impulso de nuevos descubrimientos científicos y en el interés hacia los mismos por parte de los poderes políticos y económicos del momento, dando lugar al surgimiento y desarrollo inicial de la ciencia moderna.
También, al considerarlo una fuerza esencial tras el imperialismo occidental moderno y el desarrollo de la ciencia, se dedica un capítulo al capitalismo y a las creencias y principios que lo rigen, con respecto a lo cual el autor es sumamente crítico al mostrarlo como un sistema injusto que, aunque beneficie a una minoría, genera sufrimiento para buena parte de la población.
El siguiente momento histórico clave en el desarrollo científico-tecnológico sería el de la revolución industrial, caracterizada por fenómenos como el mejor uso de la energía o el aprovechamiento de las materias primas.
No obstante, también existen aspectos negativos de la industrialización, y así nos encontramos con la descripción que se realiza del cruento trato dado por el ser humano a otras especies animales, cosificadas en pro de su utilización alimentaria (nótese que, para cada una de las tres revoluciones que recoge su tesis, Harari, budista y vegano, como ya dijimos, se detiene en denunciar que las acciones de Homo sapiens han sido sumamente dañinas para otros seres vivos).
Harari sigue describiendo otros de los rasgos que considera definitorios del mundo contemporáneo, como el fenómeno del consumismo desenfrenado y sin sentido que es consecuencia indeseable del desarrollo industrial puesto al servicio del capitalismo; la degradación ecológica; la pérdida de importancia de la familia y la comunidad local frente al Estado, el mercado o esas realidades intersubjetivas que son las “comunidades imaginadas” (una de estas, en la que Harari se detiene especialmente, sería la nación), o la reducción de la violencia, tanto dentro de los estados como entre ellos, a un nivel nunca antes conocido en la historia de la humanidad (en la línea de la tesis de Steven Pinker).
Nos ha resultado especialmente interesante (quizás por tratarse del más “filosófico” de todo el libro) un capítulo en que el autor plantea la cuestión acerca de si el desarrollo de la humanidad ha traído o no consigo un incremento de la felicidad de los individuos, ya que, aunque “los historiadores rara vez se plantean estas preguntas”, sin embargo “son las preguntas más importantes que se pueden hacer a la historia”. Para tratar la cuestión alude a estudios empíricos, así como analiza los diversos posibles factores que, según distintas interpretaciones, puedan influir en la felicidad humana, tales como condiciones materiales, expectativas subjetivas, la condición bioquímica o genética del sujeto o el sentido que se atribuya a la propia existencia. Hemos de hacer notar que al hilo de estas cuestiones Harari parece adoptar una postura personal con respecto a lo político y social que podríamos calificar como conservadora, conformista e incluso nihilista.
El último capítulo del libro enlaza muy hábilmente con el siguiente volumen de la trilogía, Homo Deus. En él se expone la posible superación, en un futuro no demasiado lejano, de la actual condición del ser humano a favor de algo que trascienda la categoría de Homo sapiens (se trata, en definitiva, de la cuestión del transhumanismo, aunque en ningún momento se emplee este término), gracias a las posibilidades que nos ofrecen avances en terrenos como el de la ingeniería biológica o la ingeniería de cíborgs. Se describen las posibilidades que ello pueda ofrecer y la problemática sociopolítica y ética que de ello se podría derivar.
Y en un epílogo de apenas página y media, Harari exhibe una postura negativa y pesimista con respecto a la condición humana y su futuro que tal vez aparezca ante el lector de un modo asaz brusco, al no compadecerse del todo con el tono del resto del texto, más comedido e incluso equidistante (tal vez demasiado, en más de un momento) aun presentando abundantes comentarios críticos.
En conclusión, se trata este de un texto interesante pero en absoluto exento de posibles objeciones. En primer lugar, en el plano puramente teórico, habiendo recibido numerosas críticas por considerar muchas de sus tesis como infundadas y excesivamente especulativas. Pero también por el posicionamiento personal del autor (que se trasluce de manera inequívoca en muchos de los momentos del texto) al respecto de muchas de las cuestiones que expone. No obstante, como dijimos más arriba, se presentan suficientes ideas sugerentes y estimulantes para la reflexión y el debate como para que la lectura merezca la pena. En consecuencia, recomendamos echarle un vistazo, aunque siempre con una sana prevención escéptica.
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