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miércoles, 16 de octubre de 2024

MILLÁS Y ARSUAGA: "LA CONCIENCIA CONTADA POR UN SAPIENS A UN NEANDERTAL"

 

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Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga

La conciencia contada por un sapiens a un neandertal

Alfaguara, Barcelona, 2024

 

Tenemos aquí la tercera entrega (y última, según aseguran los autores) de la exitosa serie La… contada por un sapiens a un neandertal. Antes que nada, hemos de congratularnos de que libros como estos, en los que la divulgación científica seria y rigurosa se combina con una excelente calidad literaria (no podía ser menos en ninguno de ambos aspectos, siendo sus artífices quienes son) gocen de tan buena recepción por el público.

Los dos anteriores volúmenes, sobre la vida y la muerte ya fueron reseñados en este blog (aquí y aquí). En el caso del primero, en su momento manifestamos nuestro ferviente entusiasmo y decíamos quedar a la espera de la segunda parte que los autores prometían. En el caso del segundo, aunque también lo leímos con enorme placer, no nos pareció que lograse igualar la brillantez del anterior, y cerrábamos nuestro comentario deseando que los autores no cediesen a la tentación de exprimir el producto hasta acabar agotándolo. Inteligentemente, han decidido poner aquí el punto final. Una vez completada la lectura de la trilogía, podemos ya afirmar que cada una de las entregas de la serie nos ha gustado algo menos que la anterior. En el aspecto literario, ha existido una progresiva mengua de los momentos brillantes e ingeniosos, que en el primer título eran constantes. En el aspecto científico, da la sensación de que la enjundia también ha sido cada vez menor. Con este tercer volumen, nos queda la sensación de que Arsuaga no le ha descubierto a Millás (por tanto, al lector) ni una ínfima parte de que lo que se nos ofreció anteriormente (de nuevo, sobre todo en la primera entrega). Aunque, por otra parte, uno de los mejores momentos de la saga lo encontramos en el capítulo final de este libro, con su magistralmente vívida descripción de una visita a la catedral de Burgos y el sentir crepuscular de la despedida de los dos compañeros de viaje intelectual, como si Millás hubiera decidido regalarnos con una traca final memorable. Por otra parte, el juego de “sapiens y neandertal” (y con él la peculiar y divertida relación entre los protagonistas) queda aquí ya muy diluido (solo se rememora a través de tres o cuatro vagas alusiones) y, al no volver a introducir al lector en el mismo, quienes se enfrenten a este volumen sin conocer los anteriores difícilmente lo apreciarán. No obstante, no queremos dejar la impresión de que nuestra valoración global es negativa; quizás solo se trate de que el primer volumen de la serie ya había dejado el listón tremendamente alto.

Refiriéndonos ya al contenido, hemos de decir que el título no es del todo fiel al mismo, pues la temática tratada no se centra tanto en la conciencia de manera específica (de la que también se habla, desde luego) como se ocupa de la vida mental en diversos aspectos y del cerebro como sustrato físico de la misma. Así, se recorren cuestiones como el debate sobre el dualismo mente-cerebro, el problema del libre albedrío, la comparación cerebro-ordenador (que, aunque habitual, Arsuaga rechaza), las funciones de las distintas estructuras del cerebro, en qué consiste la inteligencia y su presencia en distintas especies, la inteligencia social, la identidad personal o “yo”… Especialmente interesante nos ha resultado el interrogante (al que no se da respuesta) acerca del porqué de la autoconciencia, ya que aparentemente se trata de un fenómeno sin utilidad adaptativa ninguna (lo cierto es que nunca lo habíamos pensado… y me temo que a partir de ahora no tendremos más remedio que hacerlo). También en algún momento el texto se sale de modo algo discordante de la temática, como en un capítulo sobre la sexualidad y la reproducción humanas o la discusión en otro acerca del papel del altruismo como factor evolutivo, que parece que hubieran tenido su auténtico encaje en el primer título de la serie más que en este.

Ante todos estos asuntos, los dos personajes representarán posiciones contrapuestas, reflejando el clásico choque entre las “dos culturas” (tal como las retratara Snow) en un juego literario de roles estereotipados: el racional científico Arsuaga frente al emocional humanista Millás. El primero, materialista y biologicista; el segundo, psicologista. Mientras Arsuaga rechaza desde una perspectiva reduccionista la distinción entre cerebro y mente, Millás no comprende que su compañero se niegue a reconocer la segunda como una entidad diferenciada y sustantiva.

No quiero concluir sin volver a aclarar que, a pesar de algunos de los comentarios expresados en párrafos anteriores, consideramos muy recomendables tanto este libro en particular como la trilogía de que forma parte. En ella encontramos un formato de exposición que ha resultado ser un genial hallazgo por parte de sus artífices y que vamos a atesorar en nuestras estanterías como una de las más agradables experiencias lectoras de que hemos podido gozar en los últimos tiempos. Ahora que ya han llegado al final de su camino conjunto, podemos decir… gracias, Millás; gracias, Arsuaga.


lunes, 19 de agosto de 2024

REDON: "FILOSOFÍA DE LA FELICIDAD"

 

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Josep Muñoz Redon 

Filosofía de la felicidad

Anagrama, 1999

 

El libro recoge las reflexiones sobre la felicidad de diversos autores, en orden cronológico desde la Antigüedad hasta el siglo XX, disponiendo cada pensador/teoría de un capítulo propio.

En el “Prólogo”, el autor refiere la atención que al tema de la felicidad se ha prestado a lo largo de la historia del pensamiento, y el hecho de que, en el caso de los filósofos, “su felicidad es una forma de sabiduría”.

También destaca cómo el contexto histórico y biográfico de cada pensador será merecedor de atención a lo largo del libro (e incluso su cotidianeidad, en aquellos casos en que se disponga de tal información). Efectivamente, cuando se trate la concepción de la felicidad propia de cada pensador, se tendrá en consideración dicho contexto como elemento para una mejor comprensión de unas ideas que, a fin de cuentas, han surgido en él. De hecho, aunque arriba hemos dicho que cada capítulo es monográfico con respecto a un pensador, estos no son tratados de manera aislada, porque al mismo tiempo se va poniendo de manifiesto la evolución del asunto en función de las sucesivas etapas históricas y sus respectivos factores sociales, políticos, morales, religiosos...

La estructura de cada capitulo comienza con una cita del filósofo protagonista del mismo, las cuales recogeremos a modo de epígrafe representativo de sus ideas, y se cierra con un pequeño apartado, llamado por el autor “lección”, que sintetiza lo esencial del contenido del capítulo.

Es de destacar cómo el autor, suponemos que como una manera de hacer más accesible lo expuesto, utiliza a lo largo del libro una serie de referencias literarias (recogidas en la bibliografía), o incluso en algunos momentos al cine u otras formas de cultura popular. 

 

1. Demócrito o la osadía de pensar la felicidad

(“Esta tranquilidad de espíritu no es sino la felicidad.”)

En la Antigüedad griega, tras una primigenia noción de felicidad entendida como “buena fortuna”, Demócrito aparece como posiblemente el primero que elabora una teoría articulada sobre el asunto. Curiosamente, dado que tradicionalmente se ha presentado atención principalmente a sus teorías físicas, las reflexiones éticas ocupan la mayor parte de los escasos fragmentos conservados de su aparentemente extensísima obra. La felicidad será concebida, en contraste con esa idea históricamente anterior que mencionábamos, como algo que no depende tanto de las circunstancias externas a que se vea sometido el sujeto como de su actitud o estado anímico. Y anticipa ideas (ataraxia, moderación, valor de la amistad…) que encontraremos presentes en pensadores posteriores como Aristóteles o Epicuro.

El capítulo se completa con un retrato de la sociedad ateniense del siglo V a.C., en la que la concepción que de modo general se tenía sobre la felicidad se encontraba muy distanciada de la de Demócrito, pues era basada en circunstancias externas como la prosperidad del Estado. No será hasta pensadores posteriores, como hemos dicho (especialmente las escuelas helenísticas) que tomará fuerza la idea de la propia forma de ser del individuo como fundamento de su felicidad.

 

2. Aristóteles o la ética de la felicidad

(“La felicidad es una cierta actividad.”)

El capítulo comienza con unos breves apuntes acerca de la actividad docente e investigadora de Aristóteles, para inmediatamente centrarse en exponer las tesis principales expuestas en su obra Ética a Nicómaco.

La felicidad o eudaimonía es el bien supremo o fin último del ser humano, al que se aspira por sí mismo. Y, en tanto equivale a la realización de la esencia humana, se da con el uso de la razón que el sabio lleva a cabo para controlar sus apetitos según la regla del término medio (evitando excesos y defectos) y así dar lugar a conductas virtuosas. Pero además, para que esto acabe conformando el carácter del sujeto, esas conductas virtuosas han de realizarse repetidamente hasta que se constituyan en hábito. Por eso la felicidad es una forma particular de actividad.

Según el autor, lo anterior nos recordaría a los principios de la contemporánea psicología conductista.

Y no hay que olvidar que Aristóteles, desde su pragmatismo, considera un componente más de una existencia feliz el gozar de cierto bienestar material (por tanto, un determinado estilo de vida cotidiana) en lo que el autor califica como “una concepción burguesa de la felicidad”).

 

3. Epicuro o la felicidad hedonista

(“El placer es el principio y el fin de la vida feliz.”)

Tras introducir el capítulo con una vívida descripción del ambiente que se vivía en la escuela de Epicuro, El Jardín, que compara con una comuna hippy, el autor nos sitúa en el marco histórico: un momento de radicales cambios resultantes de la caída de las polis clásicas y su sustitución por el modelo político y social de la época helenística. Es un periodo de crisis e inseguridad en el que, en consecuencia, cambia el enfoque de la ética: el sujeto buscará su propia felicidad individual independientemente de la comunidad (lo completamente opuesto a lo que sucedía en la polis). La reflexión acerca de cómo conseguir esa felicidad se convierte en tema central de la filosofía del momento encarnada en las distintas escuelas helenísticas, entre ellas el epicureísmo.

Para Epicuro, tomando como guía lo dictado por la naturaleza, la búsqueda del placer es el bien primero y, por tanto, en lo que se cifra nuestra felicidad, y por ello ha de convertirse en la regla de nuestra conducta. Ahora bien, para conseguir una existencia realmente placentera en su conjunto hay que elegir acertadamente cada placer concreto, tanto en su tipo como en su cantidad, pues hay placeres a eludir por traer consigo malestar y dolores que merece la pena soportar en aras de lograr ulteriormente un placer mayor. Se trata, por tanto, de ejercer una economía de los placeres que dará como resultado una vida de austeridad, moderación y tranquilidad (ya que Epicuro entiende el placer fundamentalmente como ausencia de dolor) que conlleva la verdadera y plena felicidad. Todo ello requerirá, por supuesto, de determinada disposición mental (de nuevo, como en otros pensadores, de una sabiduría), lo cual requiere de un aprendizaje.

Epicuro también resalta el valor de la amistad, que llega a adquirir una dimensión política en tanto está pensando en una comunidad de amigos (su propio Jardín) que sirva de refugio ante la sociedad más amplia que, en los tiempos helenísticos, solo aporta desasosiego.

 

4. Séneca o la felicidad en el bolsillo

(“«Nadie me parece más infeliz que aquel que no ha sufrido nunca una desgracia» [Demetrio, citado por Séneca].”)

Se comienza describiendo de modo muy gráfico una cotidianeidad romana (se sobreentiende que reservada a los estratos altos de su sociedad, donde se situaba Séneca) plagada de divertimentos tendentes al exceso, en contraste con la austeridad y moderación que predicaba la filosofía de este. No obstante, ello le sirve al autor para denunciar durante todo el capítulo (dejando muy patente su animadversión hacia el personaje) la falta de coherencia entre las ideas expuestas por el filósofo y su propia vida, que en absoluto se correspondía con aquellas, como nos muestra a través de una serie de apuntes biográficos. De hecho, Séneca, consciente de esa acusación que se le hacía ya en vida, incluso llega a justificarse por ello en su obra escrita.

Como todas las filosofías helenísticas, el estoicismo de Séneca propugna el dominio de uno mismo como medio para alcanzar la tranquilidad de espíritu, lo cual en su caso supone la aceptación plena de lo que nos designa el orden de las cosas (en equivalencia a lo que más tarde será la aceptación del designio divino en el cristianismo). Con ello se combina una insistente crítica a la noción epicúrea de la búsqueda del placer, ya que no sería en ello en lo que se cifraría la felicidad.

 

5. Boecio o la felicidad entre rejas

(“El peor género de desgracia es haber sido feliz.”)

El capítulo comienza, una vez más, con la descripción de algunos rasgos del contexto histórico, en este caso la Alta Edad Media y lo que supuso en este periodo para algunos aspectos de la vida la prevalencia del todavía joven pensamiento cristiano.

Boecio, romano cristiano, acabaría su existencia encarcelado, torturado y ejecutado, y es en esas circunstancias que redactaría el texto en que nos transmite sus ideas sobre la felicidad. En él dialoga con Filosofía, una figura alegórica que se le aparece para consolarle de sus vicisitudes mediante sus consejos. En consonancia con lo predicado por los pensadores que protagonizan los anteriores capítulos, la felicidad no ha de depender de las condiciones externas (terribles en el caso de Boecio) sino de la actitud que uno adopte ante ellas, en este caso, en consonancia con lo que veíamos en el capítulo anterior que proponía el estoicismo, de una aceptación plena y resignada del orden universal establecido por Dios.

 

6. Santo Tomás o la suma felicidad

(“Dios es la suprema felicidad.”)

En el capítulo se describe cómo la mentalidad religiosa de la Edad Media había mostrado (en las costumbres, en el arte...) un rechazo de la felicidad terrenal y una fascinación por la muerte en tanto que solo tras ese tránsito se encontraría la bienaventuranza eterna. Sin embargo, en la Baja Edad Media, tal concepción había ido cambiando con una revalorización de los goces y bondades ofrecidos por la existencia terrenal.

Para Aquino, el teólogo medieval por excelencia (es decir, quien mejor logra la conexión entre la filosofía clásica y la doctrina cristiana), el bien supremo se sitúa en el conocimiento de Dios, como no podía ser de otra manera, y por tanto solo se puede conseguir en la vida eterna. Pero ello no ha de significar el rechazo de los bienes terrenales (tal como Aristóteles, su modelo clásico, consideraba la necesidad de un mínimo bienestar material para ser feliz). Por ello, aunque la felicidad perfecta y eterna solo pueda alcanzarse tras la muerte, Aquino ofrece en su obra una serie de consejos acerca de cómo conseguir, en este mundo, una felicidad “pasajera” e “imperfecta”. Pero para ello será fundamental tener siempre presente el cumplimiento de la ley natural establecida por Dios para este mundo y la cual nos da a conocer nuestra razón. Como en los antiguos, la felicidad sigue respondiendo, en última instancia, al sometimiento al orden universal.

 

7. Tomás Moro o la felicidad utópica

(“La felicidad depende de cosas materiales.”)

El Renacimiento es la época del pensamiento utópico, con una muestra numerosa de autores y obras emblemáticos del género. Uno de ellos es Moro, con su Utopía. En este capítulo, tras un breve perfil biográfico que tiene sentido exponer porque en él encontramos rasgos que se verán reflejados en su obra, se describen algunos aspectos del contenido de esta (algunas páginas más adelante, y de manera más somera, también se hablará de las narraciones utópicas de Bacon y Campanella, para mostrarnos que las distintas utopías renacentistas poseen bastante en común). Moro nos habla de una sociedad que en algunos aspectos se aleja mucho de los intereses, gustos y valores de la sociedad real de su época; una sociedad absolutamente reglamentada en la que dominan el rigor, la disciplina y la austeridad. Realmente no muestra tanto una existencia feliz como la existencia ejemplarmente virtuosa que  han de llevar quienes aspiran a la felicidad eterna tras la muerte, que es donde Moro, como católico y en la línea de Santo Tomás, sitúa la verdadera felicidad. La felicidad futura prometida en las proyectadas sociedades ideales de las utopías, a la postre trae consigo una resignada renuncia a la felicidad en el presente real.

 

8. Erasmo o la felicidad loca

(“El delirio de los amantes es la felicidad suprema.”)

A Erasmo de Rotterdam se le conoce, literariamente, por su Elogio de la locura. Se trata de un texto satírico en el que se realiza una feroz crítica hacia los defectos e hipocresías de los distintos tipos humanos de la época, con especial atención a los eclesiásticos. El punto de vista, aunque no lo menciona así el autor, se encuentra muy cercano al de los cínicos, pues defiende la idea de que buena parte de la desgracia del ser humano se debe a su alejamiento de la naturaleza. De hecho, sostiene que la felicidad no se encuentra en el conocimiento y en la razón (lo cual, por contra, conlleva malestar) sino en la ignorancia y en el dejarse llevar de manera inconsciente por lo instintivo.

Lo anterior conduce al autor a dedicar la mayor parte del capítulo a otra temática (desviándose así, a nuestro parecer, del sentido del capítulo e incluso del libro): una visión naturalizada y desprejuiciada del sexo como fuente de goce (con especial atención al lugar de los prostíbulos en la sociedad) en la Europa medieval hasta el siglo XV, cosa que se acabaría con la aparición de la mentalidad burguesa moderna. El mismo Erasmo reflejaría este planteamiento en algunas de sus obras.

El capítulo termina con un apunte personal sobre Erasmo, que, en contraste con ese libertinaje generalizado antes descrito, era una persona moderada y conservadora, y que, al parecer, nunca se consideró a a sí mismo alguien feliz.

 

9. La Mettrie o la naturaleza de la felicidad

(“Tener todo a merced de uno, organización dichosa, belleza, espíritu, gracia, talento, honores, riqueza, salud, placeres, gloria; tal es la felicidad real y perfecta.”)

En la Ilustración francesa, el tema de la felicidad prolifera en las obras de filósofos y literatos, incluida la continuidad del género de la utopía tal como se había dado en el Renacimiento. Sin embargo, existe una diferencia con respecto a la concepción de la felicidad de periodos anteriores: ahora ya no se trata de la esperanza, desde una posición religiosa, de una felicidad en el más allá, sino que se aspira a la felicidad en el presente, si bien sea en forma de pequeños goces, aunque exista la conciencia de que resulta imposible una felicidad terrenal absoluta y eterna (como sí lo sería la ultraterrena). La Mettrie, materialista, ateo y hedonista, crítica que la teología, prometiendo una quimera, nos lleve a renunciar a los placeres de esta vida, los únicos de que en realidad vamos a disponer jamás. El sabio se limita al presente. La Mettrie construye su teoría sobre la felicidad como una crítica hacia el estoicismo y el cristianismo y su desprecio hacia los goces sensoriales de la vida, mediados por nuestra naturaleza; la actividad de la razón no juega un papel relevante en el logro de la felicidad. Y todo ello de modo acorde con el libertinaje de la época.

 

10. Sade o la felicidad perversa

(“Toda felicidad del hombre está en su imaginación.”)

El capítulo arranca con un perfil biográfico con el que ofrecernos las claves de lo que llegaría a ser el marqués de Sade: los privilegios sobre el pueblo llano de los aristócratas de la época, la prostitución, en cuyo contexto se practicaban todo tipo de excesos, como habitual entre las diversiones de esa clase social, el carácter caprichoso del personaje como consecuencia de haber sido un niño excesivamente mimado o la antirreligiosidad fruto de su experiencia educativa con los jesuitas... lo que posiblemente serían las bases del pensamiento libertino que acabaría definiéndole.

En cuanto a su filosofía (glosada en su obra La filosofía en el tocador), se trata de un muestrario de las ideas más radicales del XVIII: ateísmo y anticlericalismo, materialismo, relativismo moral, individualismo, justificación desde el biologismo de toda pasión humana, incluidas las que puedan dañar a otro…

Pero será en el ejercicio de la escritura donde Sade encuentre la verdadera felicidad, pues su goce es mayor como creador literario, en el terreno de la fantasía donde fabula desde el deseo toda clase de depravaciones sexuales, que en la posible puesta en práctica de las mismas.

 

11. Schopenhauer o la felicidad oriental

(“Todas las limitaciones contribuyen a la felicidad.”)

El capítulo arranca durante bastante extensión deteniéndose en la vida, obra y personalidad de Schopenhauer. Y también, como en el caso de otras de las figuras de este libro, se describen sus rutinas diarias.

En el pensamiento de este filósofo el tema de la felicidad se encuentra muy presente, habiendo incluso dedicado una obra al mismo específicamente: El arte del buen vivir. También en Parerga y Paralipómena aparecen una serie de aforismos sobre el tema

Haciendo un diagnóstico enormemente negativo y pesimista de su época, en plena Revolución Industrial, considera como única salida para el bienestar vital un alejamiento del mundo con un volverse hacia la estética. Y, como los estoicos, aconseja el apaciguamiento de los deseos, en su caso bajo la influencia del budismo. Por otra parte, clasificando los bienes en tres clases, lo que se es, lo que se posee, y lo que otros opinan de uno, concluye que lo único fundamental como fuente de bienestar es lo primero. Por tanto, la felicidad se cifra en nuestra subjetividad, no en el mundo que nos rodea. En definitiva, su propuesta se resume en una vida ascética y contemplativa, de renuncia al mundo y de soledad, buscando la felicidad en uno mismo.

 

12. Lafargue o la felicidad proletaria

(“«Holgazaneamos en todas las cosas, excepto cuando amamos y bebemos, excepto cuando holgazaneamos» [Lessing citado por Lafargue].")

Lafargue fue un activista político de signo socialista. Se traza su perfil biográfico hasta que acaba trabando relación con Marx en Londres y se convierte en su yerno. En este punto del capítulo, el autor aprovecha para describir la rutina cotidiana y el lugar y hábitos de trabajo de Marx.

La obra más conocida de Lafargue es El derecho a la pereza. En este texto, con tono provocador y sarcástico, denuncia el hecho de que en el sistema capitalista, y de manera asumida por el mismo proletariado, el trabajo sea sacralizado, presentado como algo valorable en sí mismo, dignificador del ser humano y objeto de loa. Frente a ello, Lafargue reivindica el ocio como elemento liberador y fuente de felicidad en la vida.

El autor destaca el hecho de que el mensaje de Lafargue sigue siendo plenamente vigente en esta nuestra sociedad actual en la que se nos exige una constante productividad.

 

13. Freud o la felicidad en el diván

(“Si renunciásemos a la cultura seríamos mucho más felices.”)

El capítulo se centra en la obra de Freud El malestar en la cultura, texto en que se presenta la idea de que las imposiciones sociales y culturales dificultan la felicidad del ser humano, en tanto que coartan su búsqueda del placer. Al hilo de ello, van desfilando algunos de los conceptos fundamentales de la teoría freudiana, como el principio de placer, la tendencia innata a la violencia o el sentimiento de culpa. Y también propone “recetas” para la felicidad, como la tranquilidad que proporciona el retiro de la vida en sociedad, el uso de estupefacientes (dado que el propio Freud era tan aficionado a la cocaína), la sublimación de la libido mediante actividades socialmente aceptables, el bienestar proporcionado por el orden y la estabilidad (momento que el autor aprovecha para describir el lugar de trabajo de Freud y también su rutina diaria) o la sexualidad, que presenta como la “satisfacción más intensa” y el “ejemplo máximo de felicidad”.

 

14. Wittgenstein o la felicidad mística

(“No hay premisas lógicas de la felicidad.”)

El autor desarrolla los conceptos básicos de la teoría del lenguaje de Wittgenstein expuesta en su Tractatus para llegar hasta la célebre tesis de que el lenguaje posee unos límites en su capacidad representativa de la realidad y, por tanto, hay cosas que no pueden expresarse. Entre ellas estaría, precisamente, la cuestión ética. Wittgenstein, consecuentemente, no escribe ninguna obra sobre la felicidad, aunque en su correspondencia sí existen algunas reflexiones sobre el asunto. Entre ellas aparece una vez más en la historia de la filosofía la idea de que que la felicidad no depende de bienes externos al sujeto, sino de él mismo, o la de que la felicidad no admite premisas lógicas, o la de que no puede describirse ni decir en qué consiste la felicidad.

No obstante, la principal lección moral de Wittgenstein la podemos encontrar en sus actos, que era lo que él mismo admiraba en Schopenhauer, ser “un ejemplo ético, un sabio en la acción”. Por ello, buena parte del capítulo está dedicado a narrar determinados acontecimientos de su vida en que quizás se pueda encontrar un reflejo de su moral: la renuncia a la fortuna de su familia tras volver de combatir en la I Guerra Mundial, su huida del entorno universitario y filosófico para llevar una modesta vida de maestro de escuela, primero, y dedicar tres años a construir una casa para su hermana, después. También se describen su estilo como profesor o sus hábitos y aficiones tras su vuelta a Cambridge, que abandonará de nuevo, insatisfecho, para buscar la soledad en que desarrollar su trabajo intelectual, combinado con algún modesto trabajo.

 

15. Bertrand Russell o la conquista de la felicidad

(“La felicidad depende, sobre todo, de lo que podríamos llamar un interés amistoso por las personas y las cosas.”)

Junto a sus textos académicos, la producción de Russell incluye también (para gran disgusto de Wittgenstein, por cierto) un importante corpus de obras de obras de carácter más divulgativo sobre temas sociales, religiosos, morales…, a menudo principalmente por motivos alimentarios, pero no sin el deseo, al mismo tiempo, de acercar la filosofía al público.

Tras un retrato de la vida doméstica del filósofo en la década de los 20, el autor nos presenta uno de los textos que forman parte de esa faceta divulgativa de Russell, La conquista de la felicidad, el cual constituye una especie de manual acerca de cómo conducir la propia vida para conseguir el objetivo enunciado en su título. El libro expone, en primer lugar, las causas de la infelicidad, y a continuación las de la infelicidad. En cuanto a las primeras se centra en las causas de tipo interno, sin otorgar tanta atención a las debidas a circunstancias de tipo social y político (algo que se le criticaría), aunque dice que también hay que tenerlas en consideración. Así nos encontramos con una recopilación de consejos (que quizás no van más allá del “sentido común”, como dice Redon) bajo la creencia, dice Russell de que “mucha gente desgraciada puede ser feliz a través de un esfuerzo hábilmente dirigido”. El propio Russell confesó que escribió el libro en un momento de su vida en que él mismo necesitaba de cierta terapia en la búsqueda de la felicidad. Este capítulo hace un resumen muy sumario de lo expuesto en el libro de Russell.

 

16. Maslow o la psicología de la felicidad

(“La felicidad es una forma de éxtasis.”)

El capítulo comienza con una referencia a Esalen, un centro de estudios y convivencia situado en California y que forma parte del llamado “movimiento del potencial humano”, nacido en el seno de la contracultura de los años sesenta del siglo XX, y en el que en buena medida se siguen las enseñanzas de (junto con otros) Abraham Maslow, uno de los principales representantes de la psicología humanista.

Su principal obra, y un bestseller en su momento, es El hombre autorrealizado, donde expone una teoría de la psicología humana encaminada al logro de una existencia plena. Se opone así a otras corrientes psicológicas, como el psicoanálisis o el conductismo, que se centran fundamentalmente en lo negativo de la vida psíquica. Pero también a tantas teorías éticas, como el epicureísmo o el estoicismo, que proponen, como clave para la felicidad, limitar los deseos. Maslow, por el contrario, considera que la realización personal consiste en perseguir nuevas metas una vez conseguidas otras, en busca de objetivos cada vez más elevados. Sin embargo, la felicidad nunca va a consistir en una condición que se pretende estable, como la ataraxia de los antiguos, sino en momentos pasajeros en que se logra el gozo perseguido y por los que hay que luchar constantemente.

Se detallan algunos conceptos básicos de la teoría de Maslow, como el de “experiencia-cumbre” o lo referido a la creatividad.

 

17. Barthes o la felicidad burguesa

(“La felicidad, en este universo, radica en jugar a una especie de enclaustramiento doméstico.”)

Este capítulo resulta muy poco justificado en cuanto a su presencia en el libro, ya que no se refiere a ninguna teoría ética o de la felicidad del filósofo protagonista (aunque al comienzo se afirma que, a diferencia de lo que sucede con Wittgenstein, toda su obra trata sobre este tema).

Además de exponer su trayectoria intelectual y reseñar algunas de sus principales obras, se nos habla, fundamentalmente, del Barthes cotidiano: su forma de ser solitaria y apegada a lo doméstico, sus gustos y manías, sus métodos de trabajo, sus rutinas diarias… Por lo demás, en lo que concierne al asunto de la felicidad, tan solo se recogen las reflexiones de Barthes acerca del ideal de vida burgués, más bien desde un punto de vista crítico, con lo que, como tal,  no constituyen una teoría referida al logro de la felicidad tal como la encontramos en la mayoría de los pensadores recogidos en el libro.

El libro concluye con un epílogo a modo de conclusión. Aquí, el autor propone una clasificación en dos polos de los autores vistos, en función de que consideren que la felicidad depende de factores externos que no se encuentran bajo nuestro control o que, más bien, hay que buscarla en uno mismo mediante determinados mecanismos de la conciencia que sí podemos manejar. Entre los primeros sitúa a  Séneca, Tomás de Aquino, Moro, La Mettrie, Erasmo y Freud; entre los segundos a Demócrito, Aristóteles, Epicuro, Boecio, Sade, Lafargue, Schopenhauer, Wittgenstein, Maslow, Russell y Barthes.

En todo caso, continúa el autor, en todos podemos encontrar una idea común: “las cosas que pueden aumentar nuestro bienestar son elementales, simples, sencillas”. No obstante, eso no equivale a las cosas superficiales, frívolas y banales a las que parece confiarse el logro de la felicidad en nuestra sociedad actual.


martes, 2 de abril de 2024

SAAVEDRA: "MEMORIAS DE UN EXNAZI"

                                     

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David Saavedra

Memorias de un exnazi

Editorial B, Barcelona, 2021

 

David Saavedra fue militante nazi de estética skinhead durante veinte años de su vida, desde sus dieciocho. Aunque la semilla ya se había plantado en su adolescencia. Todo comenzó con su interés por la II Guerra Mundial y, dentro de ello, el atractivo casi estético que encontraba en el ejército alemán y su épica. El interés en lo meramente histórico le acercaría a lo ideológico y político relacionado con aquel ejército del nazismo: ¿qué defendían?, ¿qué tesis sostenían sus líderes? En una muy progresiva radicalización, David acaba entrando en lo que él mismo denomina “la burbuja”, un mundo en que la interpretación de cualquier faceta de la realidad pasa por el filtro de una creencia que impregna toda idea o sentimiento: en este caso, la que se refiere a una enorme conspiración por parte del judaísmo internacional mantenida durante siglos. A partir del momento en que su convicción es plena, toda su vida (sus amistades y cualquier tipo de relación, los círculos en que se mueve, todas sus lecturas…) se encuentra mediatizada por la burbuja; no existe nada más. Su militancia, a lo largo de los años, se centraría en la actividad propagandística, pasando por sucesivas fases: la simple participación en foros de Internet, los primeros contactos con otros militantes, la publicación de fanzines y la creación de webs, los intentos de organizar grupúsculos locales dedicados a difundir su ideario, la elaboración de un censo de los supuestos ciudadanos judíos de su localidad (basado en la sonoridad del apellido y en la profesión), la progresiva integración en organizaciones establecidas, los viajes a países extranjeros para estudiar acciones que en ellos se estaban desarrollando con la idea de trasladarlas a España... para llegar finalmente a ocupar un cargo de responsabilidad en Alianza Nacional, uno de los partidos nacionalsocialistas más relevantes en su momento en España.

Pero lo que encontramos en este libro no es tan solo la narración de ese periplo, a modo de, como dice su título, “memorias”, sino bastante más.

Por una parte, nos ofrece una visión privilegiada sobre ese curioso (y preocupante) mundo que es el de la extrema derecha, en general, y su vertiente nacionalsocialista, en particular. A lo largo del relato, conocemos cómo se organizan, cuáles son sus pretensiones y objetivos, su escala de valores, algunos sucesos relevantes en la trayectoria de estos grupos en las últimas décadas, el tipo de acciones que llevan a cabo, las discrepancias entre sus distintas corrientes internas… Hemos de decir que solo esto ya convierte el libro en algo sobradamente interesante en cuanto crónica sociológica y política.

Pero, además, nos encontramos con otro aspecto, que es lo que más nos ha atraído; el que, de hecho, nos ha conducido a su lectura, y el que realmente justifica su presencia en un blog de la temática del nuestro.

Como ya hemos dicho, Saavedra vivió durante veinte años en la burbuja nazi… pero finalmente salió de ella. Es más, una de sus actividades actuales es la ofrecer charlas en centros escolares sobre su experiencia con el fin de prevenir que los niños y adolescentes a quienes se dirige puedan caer en el mismo error. Se trata de una labor que considera necesaria ante lo que él mismo interpreta como un alarmante auge del pensamiento de extrema derecha en la actualidad, y especialmente entre el sector más joven de la población. Y una labor que es consciente de que pocos pueden llevar a cabo mejor que él: alguien que ya estuvo allí.

No vamos a detenernos en lo admirable que nos parecen la evolución del personaje y su actividad actual, porque parece ser que a él mismo tampoco le agrada mucho que se insista en ello, pero sí en lo útil que nos resulta, a modo de estudio de caso, para conocer y entender algo que en este espacio nos interesa especialmente: los mecanismos cognitivos y emocionales que subyacen a una creencia irracional. Porque el autor, que podría haberse limitado a la narración de los acontecimientos vividos, abunda en las reflexiones sobre ese asunto en su esfuerzo por comprender su trayectoria vital y a sí mismo. De hecho, diríamos que lo realmente esencial de este libro no es en absoluto el recuento de vivencias, sino emplear estas como medio para analizar y explicar qué sucede en la mente de alguien que se encuentra sometido a la experiencia de la radicalización. Además de lo que ello supone para el autor como ejercicio terapéutico, también le es útil para aquello que le ocupa: ayudar a otros que se encuentren o puedan ser susceptibles de encontrarse en el mismo camino psicológico que le llevó a él mismo a entrar en la burbuja.

Pero antes de desarrollar lo mencionado en el párrafo anterior, es conveniente que digamos algo más sobre el perfil personal del autor. Solemos tener la imagen del skinhead neonazi como una bestia violenta y sin capacidad de raciocinio que solo sigue sus instintos más bajos, alguien prácticamente descerebrado. David Saavedra, durante su época de militancia, se encontraba muy lejos de eso. De hecho, repudiaba totalmente a los “camaradas” que respondían a ese perfil (que sí existen, desde luego), los que él califica de “ultras”; frente a esa categoría, él se consideraba dentro del grupo de los “puristas”. Los primeros son los violentos, aquellos a los que no les importa realmente la ideología sino esgrimir esta como excusa para el odio y la agresión; los hooligans futboleros, para entendernos. Los puristas son quienes se toman en serio el ideario nacionalsocialista y sus valores supuestamente elevados. Saavedra (al menos según lo que él afirma) no solo no habría participado jamás en un incidente violento, sino que rechazaba esa vía de actuación. Quede claro que hablamos de una persona culta, de gran bagaje lector y con una enorme curiosidad (de hecho, es esa misma curiosidad la que, tal como él cuenta, le lleva tanto a entrar en la burbuja como a salir de ella).

¿Qué sucede, por tanto, en la mente de esa persona? Podemos empezar diciendo que el marco general del fenómeno es el de la conspiranoia: desde el final de la II Guerra Mundial, quienes dominan en el mundo son los judíos, y todo lo que sucede responde a sus intereses y sus manejos. Así, todo queda explicado en base a un culpable único y bien definido, lo cual siempre genera en el individuo cierta sensación confortante: las cosas suceden por algo, y yo soy conocedor de ese algo. Pero para que este marco interpretativo funcione y se sostenga es necesaria la intervención constante del sesgo de confirmación, dada la existencia de tanta evidencia en contra: el sujeto interpretará cualquier dato que reciba de modo que encaje en su visión de las cosas e incluso la refuerce; todo con tal de no ponerla en peligro mediante un posible cuestionamiento. Con ello se resuelven las posibles disonancias cognitivas, tal como teorizara Festinger: si la realidad no coincide con mis ideas, no modifico mis ideas (lo cual resultaría traumático), sino que modifico la realidad (es decir, mi interpretación de ella). Sumemos a lo anterior la falacia del hombre de paja: tengo una opinión absolutamente formada y firme sobre enemigos como el pensamiento marxista o el feminismo pero no he construido ese juicio a partir del conocimiento directo de lo que dicen Marx o las autoras feministas, sino de las versiones distorsionadas y tendenciosas que otros han expuesto sobre ello. Con lo recogido en este párrafo ya tenemos todos los ingredientes necesarios para la construcción de la burbuja.

Como efecto de ello, el sujeto se considera a sí mismo y a quienes comparten sus ideas como los conocedores de una verdad absoluta, resultándole difícil comprender que los demás no sean capaces de ver las cosas como realmente son, lo cual solo se puede explicar como resultado de un potente y eficacísimo adoctramiento ejercido por el sistema. Sin embargo, el sujeto se ve a sí mismo como alguien tan listo que no han conseguido engañarle como han hecho con la aborregada mayoría (el autor afirma que el componente narcisista es fundamental aquí). Debido a esa su condición especial, siente que sobre él recae la responsabilidad moral de salvar a la humanidad. Por tanto, hablamos de alguien profundamente convencido de que está en el bando de “los buenos”, de los que persiguen la verdad, la bondad y la belleza para la humanidad (los tres grandes valores platónicos). Alguien que en ningún momento se identificaría como racista, machista u homófobo (mientras que los ultras no tienen escrúpulos en alardear de tales etiquetas). Alguien, en definitiva, absolutamente bienintencionado, y que sin embargo es perseguido (apareciendo así otro componente de la fórmula: el victimismo).

Como decíamos más arriba, en esta estructura de pensamiento el elemento clave es el sesgo de confirmación: dado que existe una conspiración, todo, incluso la evidencia que se presenta en contra, es parte de la misma. Así, por ejemplo, el sujeto está convencido de que todo lo que se nos haya dicho sobre el Holocausto es completamente falso, una narrativa ficticia (el "holocuento") perfectamente tramada por el judaísmo con el fin de victimizarse frente al blanco ario que queda convertido para la historia en un ser maléfico al que hay que aplastar... precisamente lo contrario de lo que realmente es. Más aún, no es solo que el sujeto piense que sea falso que el Tercer Reich intentó eliminar físicamente al pueblo judío, es que tampoco admitiría moralmente una medida como esa: uno de “los buenos” jamás podría aprobar tal abominación. Así, todas las imágenes documentales, los archivos existentes, las narraciones de las supuestas víctimas, las interpretaciones de los historiadores… son parte del montaje orquestado para mantener a la humanidad en el engaño. Si puede sonar descabellada la idea de que semejante trama pueda existir y se haya conseguido sostener durante décadas, más descabellado resulta para el sujeto que esos acontecimientos pudiesen haber sucedido realmente. En realidad, la pendiente de credulidad del conspiranoico parece no tener fin, ya que el sujeto puede llegar a aceptar que los nazis establecieron bases en la Antártida desde las que despegaban platillos volantes o que llegaron a la luna en 1942 para construir allí una base subterránea cuyos restos, con atmósfera, agua y vegetación, todavía existen bajo el secretismo de la NASA.

Resulta enormemente llamativo que, tras haberse visto sometido a semejantes resortes mentales, Saavedra consiguiese abandonarlos. Tan llamativo como escucharle hablar de su yo del pasado desde una perspectiva totalmente diferente a la asumida en aquel momento, como si de otra persona se tratase (en Internet puedes localizar varias entrevistas, así como tiene su propio canal de YouTube, todo lo cual recomendamos).

Como último apunte, hemos de referirnos al hecho de que lo que expone el autor es aplicable a cualquier postura fanática (opino que este concepto es más apropiado que el de “radical”, que es el que él emplea en todo momento), como él mismo defiende. Ello nos devuelve a la idea de que en este libro la narración sobre la militancia nazi se convierte en algo secundario frente al análisis de los mecanismos mentales que la subyacen, que para el autor constituyen algo previo: en primer lugar tenemos la mente proclive a radicalizarse, y al respecto de qué contenidos lo haga ya va a depender de lo que se cruce en su camino según las circunstancias, ya sea el nazismo, el yihadismo, el terraplanismo o el negacionismo de la pandemia de COVID-19.

No te limites a leer esta reseña y hazte con el libro, uno de los más interesantes que hemos tenido en las manos últimamente. Yo me empapé sus 300 páginas en cuatro sentadas y he aprendido más que con muchos ensayos académicos sobre sesgos cognitivos, creencias irracionales, etc. Gracias, David.