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domingo, 1 de diciembre de 2019

HERRERO: "ELEMENTOS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO"






Julio César Herrero
Elementos del pensamiento crítico
Madrid, Marcial Pons, 2018


El autor, periodista y doctor en Ciencias de la Información y especializado en comunicación y marketing político, presenta un extenso currículo tanto en el ámbito universitario como en los medios de comunicación. Ejerce como asesor político y colaborador en programas de radio y televisión, y su bagaje se deja notar en el enfoque y contenidos del libro, decantado en buena medida hacia la teoría de la argumentación (y en algunos momentos, casi, hacia la retórica).

En la "Presentación" e "Introducción" se defiende la importancia del pensamiento crítico y se pone de manifiesto su ausencia en el sistema educativo español (frente a otros, como el estadounidense, donde sí se encuentra presente). Este breve libro se presenta como una somera introducción al tema que invita a una mayor profundización.

Dispone de útiles apartados complementarios como un glosario, un índice temático y una bibliografía que consta, principalmente, de obras de carácter genérico e introductorio, la mayor parte de ellas en inglés aunque también algunas en español, incluyendo otras obras del autor.

Tras un primer capítulo que, inevitablemente, trata acerca de en qué consiste el pensamiento crítico, se suceden una serie de capítulos en los que, como anuncia el título del libro, se recogen algunos de los elementos a tener en cuenta a propósito del tema.

Así, el capítulo 2 ("La cuestión y el análisis de la cuestión") nos habla acerca de la delimitación del asunto sobre el que se argumenta: la importancia de este hecho, tipos de cuestiones, condiciones que se han de cumplir o efectos de que la cuestión no se encuentre adecuadamente definida.

En el capítulo 3 ("El argumento") encontramos una explicación acerca de en qué consiste un argumento y su estructura, cómo reconocer un argumento o las relaciones entre las premisas y la conclusión. 

El capítulo 4 ("Las evidencias") trata sobre qué son las evidencias, su papel en la argumentación y qué condiciones han de cumplir para su aceptación. Especialmente interesante resulta la exposición acerca de las fuentes (testimonios, expertos, encuestas, estudios científicos e Internet) y cómo valorarlas.

El capítulo 5 ("Las falacias") nos descubre en qué consiste una falacia, proponiendo una tipología de las mismas y presentando algunas de las más habituales, acompañadas de los correspondientes ejemplos (aunque hemos de decir que no son pocas las obras en que podemos encontrar una mejor exposición de este tema en particular).

El capítulo 6 ("El lenguaje") se centra en la importancia que un empleo adecuado del lenguaje posee para la argumentación. Se enumeran algunos requisitos de dicho uso adecuado (como, entre otros, precisión frente a ambigüedad) y algunos recursos retóricos. También se recogen algunas falacias relacionadas con el uso del lenguaje.

A lo largo de los capítulos 7 a 12 se exponen distintos tipos de argumentación. Para todos ellos se explica en qué consiste el argumento en cuestión, cómo juzgar su validez y las falacias a él asociadas. De tal manera, nos encontramos con los argumentos deductivo e inductivo (cap. 7), disyuntivo (cap. 8), hipotético (cap. 9), analógico (cap. 10), causal (cap. 11) y de generalización (cap. 12).

En el capítulo 13 ("La refutación") se nos explica en qué consiste la refutación de un argumento, cómo analizar un argumento en vistas a su refutación y qué estrategias se pueden emplear para ello.

Y, finalmente, en el capítulo 14 ("La estructura del razonamiento") se presenta una especie de síntesis de todos los elementos anteriormente tratados con el objeto de explicar cómo estructurar y desarrollar una estrategia argumentativa.

Es éste un libro que puede resultar de interés para quien se acerque por primera vez al pensamiento crítico o la teoría de la argumentación, pero no, desde luego, para quien ya conozca mínimamente este campo. En cualquier caso, cumple su función introductoria, que parece ser la única que pretende, presentando un amplio y variado número de cuestiones en cada una de las cuales el lector podrá profundizar posteriormente a través de otras obras. No obstante, no nos ha terminado de parecer acertado el modo en que explica algunos conceptos, ni tampoco ciertos aspectos de su estructura expositiva. Podríamos decir que se trata de un no despreciable primer paso para acceder a la temática de que se ocupa, pero a olvidar en cuanto la persona interesada se haya adentrado en dicha temática con la ayuda de otras obras de mayor calidad.

BAUDET: "ERRORES CIENTÍFICOS IMPERDONABLES"






Jean C. Baudet
Errores científicos imperdonables
(Curieuses histoires de la Science)
Traducción de Eva Jiménez Juliá
Barcelona, Ediciones Robinbook, 2013


La ciencia no es un modelo de conocimiento perfecto. ¿Cómo podría si los mismos mecanismos cognoscitivos de quienes la producen, los seres humanos, son enormemente imperfectos? Ahora bien, tampoco presume de serlo, y es en ese autorreconocimiento de su imperfección donde juega su gran baza, pues gracias a semejante conciencia de sus límites se convierte en el mejor modo de conocimiento de que disponemos. Y ello porque tal cosa hace posibles los mecanismos de permanente revisabilidad que constituyen uno de sus rasgos característicos. Por ello, el atender a los numerosos errores (o, si existe intencionalidad, simplemente fraudes) que se producen en su seno resulta, aunque pueda parecer paradójico, una de las mejores maneras de destacar las bondades de la ciencia. Porque lo que con ello se consigue es demostrar que el pensamiento científico nos ofrece la garantía de que, tarde o temprano, lo erróneo acaba siendo descubierto y depurado, posibilitando así el avance, por muy lleno de tropiezos que resulte, hacia una cada vez mejor explicación del mundo.

Precisamente por lo anterior, Baudet construye este libro como un recorrido por las pifias más destacadas de la historia de la ciencia, algunas escandalosas y espectaculares, otras más discretas. Lo hace en orden cronológico, partiendo de los albores del pensamiento racional en la cultura occidental y llegando hasta las últimas décadas del siglo XX, aprovechando también para registrar, al hilo de los errores a los que se otorga el protagonismo, algunos de los principales “aciertos” e hitos en el desarrollo del pensamiento científico (la aparición de los primeros intentos de explicación natural con los presocráticos, la revolución científica del Renacimiento, el nacimiento de la química, grandes descubrimientos como los rayos X o la fisión nuclear,...). En algunos momentos salpica su relato, al hilo de los acontecimientos que se exponen, con algunas observaciones de orden epistemológico, metodológico, histórico-sociológico,... si bien lo hace en muy contadas ocasiones y siempre de manera breve, de manera que el 90% de las páginas se encuentra ocupado por la mera narración de los casos presentados. Donde más se concentra ese aspecto del texto es en una introducción y un epílogo (aún muy someros) en los que la idea fundamental que se pretende transmitir es la que hemos recogido en las primeras líneas de esta reseña. Con ello, nos encontramos no tanto ante un libro que quepa en el género de la filosofía de la ciencia como ante un interesante, ameno y abundante anecdotario que recorrer con curiosidad y, en ocasiones, asombro. Lo cual no obsta para que nos sirva  perfectamente para darnos pie a algunas reflexiones teóricas o nos pueda ser útil como fuente para añadir a nuestro repertorio esos casos particulares con los que ilustrar dichas reflexiones. 

Así pues, a lo largo de sus páginas aparecen algunas ideas de aquellos meritorios pensadores de la Antigüedad o el Medievo que, en ausencia de posibilidades en cuanto a trabajo experimental, no tenían más remedio que confiar de manera exclusiva en sus procesos de razonamiento, lo que daría lugar a teorías que hoy nos pueden sonar tan descabelladas como ingenuas pero que, sin embargo, lastrarían el pensamiento científico durante siglos. Hablamos de cosas como la teoría humoral de la medicina hipocrática o la de los cuatro elementos (agua, aire, tierra y fuego) como componentes de todo el mundo material. O pre-ciencias como la alquimia o las investigaciones de Paracelso, ambas gérmenes de la posterior química auténticamente científica y posiblemente peaje histórico que hubo que pasar necesariamente para llegar a ésta.

Encontramos también casos más espectaculares y llamativos, en algunos ocasiones desde la truculencia, como ciertas experiencias en el siglo XVII con transfusiones sanguíneas a partir de la convicción de que cualquier enfermedad podía curarse sustituyendo por completo la sangre del sujeto, los trágicos usos y abusos de la terapia de la lobotomía, o el surgimiento a partir de observaciones erróneas, en el XIX, de la falsa idea sobre la existencia de canales artificiales en la superficie de Marte, auténtico origen del mito moderno de los marcianos (antes de ello se especulaba, sobre todo, con los selenitas). Y no han faltado los intentos de resucitar cadáveres "científicamente", en este caso mediante descargas eléctricas basándose en el galvanismo, una de tantas de esas modas pseudocientíficas que abundaron en un siglo XIX fascinado por los avances de la ciencia y la tecnología y que encontraban su hogar natural en igual medida en laboratorios y ferias de atracciones.

Por supuesto, también existen casos que, más que entrar en la categoría del error, parecen bordear sospechosamente la frontera del fraude o caen directamente en él (nos abstendremos de airear nuestra opinión acerca de cuál es cuál), como las investigaciones de Blondlot sobre los inexistentes rayos N, el célebre hombre de Piltdown que despistó a los paleontólogos durante décadas, los experimentos de Benveniste sobre la memoria del agua, gran baza de la teoría homeopática, o el fenómeno de la fusión fría, defendido desde finales del siglo XX por algunos científicos pero que nunca ha conseguido confirmación experimental definitiva.

En el polo opuesto a lo anterior situaríamos algunos errores que han surgido a lo largo de investigaciones perfectamente apropiadas tanto en objetivos como en procedimientos pero que resultan inevitables como pequeños baches a superar en el camino hecho de tanteos que es el proceso del descubrimiento científico, por lo que difícilmente admitiríamos en este caso la etiqueta de "imperdonables" que los editores españoles han escogido para el título del libro. Aunque se trate de momentos a considerar, sin duda, si se quiere obtener una visión completa de la historia de la ciencia y especialmente de sus caminos equivocados pero enmendados. Nos referimos a cosas que pueden resultar tan banales y cotidianas en el devenir del trabajo científico como falsos positivos en el descubrimiento de nuevos elementos químicos, hipótesis refutadas sobre la estructura molecular de un hidrocarburo, la formulación de leyes equivocadas sobre supuestas relaciones numéricas regulares entre las distancias planetarias o los errores en las primeras elaboraciones de la tabla periódica de elementos.

Y qué decir de los casos de interferencia de intereses ideológicos y políticos, como el de los trabajos de Michurin y Lysenko, que darían lugar a una biología soviética alternativa a las "desviaciones burguesas" de las teorías de Mendel y Darwin. O los estudios contemporáneos sobre el CI y su utilización tendenciosa desde diferentes posiciones políticas.

Y no pueden faltar las meteduras de pata de las grandes mentes científicas de la historia, perfecta ilustración del tópico "nadie es perfecto": Kepler y su inspiración en la doctrina platónica de los poliedros regulares para afirmar que las órbitas de los cuerpos del sistema solar han de seguir la forma perfecta del círculo, Descartes y su idea de que los movimientos planetarios son motivados por torbellinos que se producen en el seno del éter que llena el espacio celeste o Einstein sacándose de la manga y encajando a la fuerza en sus ecuaciones la conocida como "constante cosmológica" para así "arreglar" los huecos explicativos de su teoría de la relatividad.

Para cerrar nuestro comentario, no podemos dejar de hacer notar que el presente es un libro claramente emparentado con uno de nuestros favoritos y también reseñado en este blog: Las mentiras de la ciencia de Di Trocchio. Aunque indudablemente éste último goza de mucha mayor calidad en general y de mayor profundidad e inteligencia en el tratamiento teórico del tema, en particular.

G. DE LA CUEVA: "UN PASEO POR LA VIDA DE SIMONE DE BEAUVOIR"





Carmen G. de la Cueva
Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir
Ilustrado por Malota
Lumen, Barcelona, 2018

   
“Para escribir la primera condición es que la realidad haya dejado de darse por sentada; solo entonces una es capaz de verla y hacerla ver.”
(Simone de Beauvoir) 

Conocer a Simone de Beauvoir y su pensamiento no es algo baladí, aunque haya quien pueda creerlo. Recuerdo que cuando este nombre fue incluido en el programa de autores del examen de Filosofía que forma parte de la prueba de acceso a la universidad en la Comunidad Valenciana (aproximadamente en 2009, si no recuerdo mal), escuché a un compañero profesor de esta materia criticar la decisión argumentando que respondía meramente a la pretensión de satisfacer la exigencia de corrección política cubriendo la cuota femenina, ya que Beauvoir no había aportado nada de suficiente enjundia como para considerarla merecedora de codearse con Platón, Descartes o Nietzsche en el susodicho programa de autores (todos varones hasta ese momento, como lo son quienes ocupan los manuales al uso de historia de la filosofía). Sin entrar a valorar la primera parte de la objeción, discrepo totalmente de la segunda. Y ello porque estamos hablando de quien desveló plenamente las implicaciones del concepto de género (si bien ella nunca emplearía ese término), anticipado en el campo de la antropología por Margaret Mead en los años treinta del siglo XX y definido explícitamente por la psicología un par de décadas después. Pero quien realizaría el primer análisis en profundidad (y referencia ineludible para cualquier otro que pueda haber venido después) de este fenómeno y, sobre todo, sacaría a la luz su efecto en la construcción de la categoría “mujer”, fue Simone de Beauvoir. Teniendo en cuenta que dicho efecto ha tenido como consecuencia que la mitad de la humanidad se haya encontrado relegada y subordinada a la otra mitad desde el principio de los tiempos y hasta el día de hoy, no parece que semejante aportación teórica se pueda considerar precisamente algo de relevancia menor en la historia del pensamiento. Y, posiblemente, el hecho de que haya quien lo considere así no sea sino una evidencia más a favor de la teoría de Beauvoir, a fin de cuentas nada más que una mujer. El “segundo sexo”, por tanto, ocupando el lugar secundario que le correspondería en el canon de la historiografía filosófica. En un determinado momento del libro que nos ocupa, su autora nos remite a una reflexión de Sarah Bakewell, otra estudiosa de la filósofa, referida precisamente a esto. Según Bakewell, Beauvoir lleva a cabo una hazaña equiparable a las de Darwin, Freud o Marx, autores que, como sabemos, desvelaron aspectos de la condición humana que habrían obligado a una radical reevaluación de la misma. ¿Por qué, entonces, nunca ha sido alineada junto a otros “filósofos de la sospecha”? Tal vez, precisamente, por no tratarse de un “filósofo” sino de una “filósofa”.

Teniendo en cuenta, por lo tanto, el más que justificable interés de aproximarse a Simone de Beauvoir, el hecho de que la bibliografía en español acerca de ella no sea precisamente abundante aporta un valor añadido a este volumen que cuenta también con otros méritos. Nos encontramos ante un texto biográfico, pero muy lejos de una de esas sesudas biografías densas y cargadas de datos objetivos. Tampoco expone, al hilo de la narración de los acontecimientos vitales de la pensadora, sus principales ideas, siquiera de un modo somero (como en numerosas ocasiones sucede en las biografías de filósofos). Lo que nos encontramos aquí es más bien la pretensión de llevar a cabo un retrato de la protagonista a partir de las circunstancias de su existencia. El eludir las exigencias más academicistas también conduce a que el libro adolezca de algunas deficiencias, como la ausencia de las referencias bibliográficas de rigor en los momentos (escasos, por otra parte) en que la autora cita las propias palabras de la biografiada, las cuales hubiéramos agradecido por su utilidad.

Por otra parte, si queremos terminar de definir el carácter de este texto, resulta necesario reseñar la peculiaridad de que su autora, a lo largo de todo el libro, vaya salpicando la narración de la trayectoria vital de Beauvoir con alusiones a su propia experiencia con la obra y la figura de la filósofa, constatando lo que ha significado para ella en su formación como persona y como feminista (lo cual se refleja especialmente en el Epílogo). Con lo que aquí no sólo asistimos a la vida de Beauvoir, sino también a un testimonio del efecto e influencia que haya podido ejercer en tantas mujeres.

La narración arranca con la infancia y adolescencia de la protagonista, cuyo entorno familiar nos es presentado. Ya desde los primeros momentos de su vida se manifiesta una pasión por la literatura que se constituirá en seña de identidad de Beauvoir durante toda su existencia, produciéndose incluso ciertos tanteos infantiles con la escritura, la cual acabará convirtiéndose para ella en una auténtica opción vital (“Cuanto deseaba era «una pluma, papel y saber cómo emplearlos»”). También resulta interesante su vivencia de la condición femenina en estos primeros años, la cual anticipa las que serán las directrices vitales de la Beauvoir adulta, concordantes a su vez con los postulados de sus teorías. Así, desde temprana edad se presenta en ella el deseo de huir del modelo tradicional de mujer relegada al ámbito doméstico, en beneficio de la posibilidad de decidir sobre su propio destino con el fin de construirse una vida propia alrededor de la tarea intelectual. Semejante ambición acabaría cumpliéndose, aunque quizás no hubiese sido así si en un primer momento las circunstancias de su situación familiar (en el aspecto económico, en particular) no la hubieran encaminado hacia los estudios y el ejercicio de una profesión en lugar del previsible destino matrimonial.

Al mismo tiempo que continúan las experiencias primerizas en la creación literaria, se despierta su vocación filosófica, arrancando así la etapa de estudios universitarios. Será en este periodo cuando comenzará su relación con Jean-Paul Sartre, en ese momento un joven universitario, el cual llegaría a ser el padre del existencialismo francés. Se crearía entre ambos un profundo vínculo tanto sentimental como intelectual que se prolongaría durante el resto de sus vidas. Una relación muy peculiar, de carácter abierto, a menudo mantenida desde la distancia, y en la que su "amor necesario" se vería complementado por numerosos "amores contingentes" tanto por una parte como por la otra, e incluso compartidos en alguna ocasión. 

Nos han resultado especialmente deliciosas las páginas en que se recrea la vida en París de una Simone que disfruta con fruición de la independencia ansiada desde años ha, con su tiempo repartido entre la lectura, los cafés y la labor como docente de filosofía. O dedicado, en este caso durante su estancia en Marsella, a cultivar su vocación de flâneuse (en nuestra opinión, una acción reivindicativa feminista en sí misma, teniendo en cuenta los impedimentos que tradicionalmente ha encontrado la mujer para desenvolverse en el espacio público con la libertad y las garantías de seguridad de que disfrutaría cualquier varón). Lamentablemente, todo ello no tardaría en verse turbado por la vivencia de los acontecimientos de la II Guerra Mundial vistos desde el París ocupado.

Tras la guerra, a finales de la decáda de los 40, su estancia de unos meses en Estados Unidos, donde acudiría a ofrecer una serie de conferencias, le permitiría conocer un mundo muy distinto del europeo, y que le resultaría tan fascinante, al menos en el caso particular de Nueva York, que llegaría nada menos que a rivalizar con su queridísimo París. Este viaje también le aportaría la segunda relación amorosa más importante de su vida, mantenida con el escritor Nelson Algren.

Y así acabaría llegando el gran hito en la trayectoria intelectual de Beauvoir, la obra que la hace merecedora de formar parte de la primera fila de los pensadores de la historia: El segundo sexo. Tras enumerar algunos de los avatares de su redacción y edición, el texto se detiene, especialmente, en la repercusión obtenida por su publicación, en la que destacan las reacciones negativas. Desautorizado, vilipendiado o simplemente incomprendido,… calificado como “abyecto” o “corrupto”,… atacado por un espectro tan amplio que abarcaría desde Albert Camus hasta el Vaticano, el libro de Beauvoir demostraría, precisamente por esas mismas virulentas reacciones a la defensiva, haber puesto el dedo en la llaga del patriarcado de la manera más certera posible. Y no deja de resultar un interesante añadido la narración que ofrece G. de la Cueva del periplo editorial en España de El segundo sexo, censura incluida.

No obstante, aunque la obra anteriormente mencionada sea con diferencia aquella con la que más se identifica el nombre de nuestra protagonista, su producción no se limita a la misma, ya que desarrollaría toda una trayectoria literaria, tanto ensayística como novelística. En esta segunda faceta, aunque conocería momentos desiguales, alcanzaría su consagración en 1954 con la obra Los mandarines, ganadora del premio Goncourt, el más prestigioso galardón literario de Francia.

Resulta llamativo que uno de los pilares teóricos del movimiento feminista desde la segunda mitad del siglo XX no se considerase tal hasta bien avanzada su vida. Sólo a partir de 1970, ya con más de sesenta años, Beauvoir comienza a colaborar con un activismo feminista que la reclama como madre ideológica (se relata en particular su intervención en las movilizaciones por el derecho al aborto en Francia). Es más: no es sino hasta esos momentos que se produce su declaración explícita como feminista, y no solo como la socialista que hasta ese momento había constituido su única identidad ideológica: “Ahora, entiendo por feminismo el hecho de luchar por reivindicaciones propiamente femeninas, paralelamente a la lucha de clases, y me considero feminista”. Y ello, repetimos, quien ya dos décadas antes había sentado las más sólidas bases teóricas de que ha dispuesto jamás el feminismo.

Como dijimos al comienzo, no disponemos de tanta bibliografía en español acerca de Simone de Beauvoir como para despreciar la ocasión de prestar atención a este título, el cual, además, goza de la cualidad de resultar una lectura extremadamente amena y ligera. Por ello, se presenta como muy adecuado a modo de introducción a la filósofa para un público no circunscrito al especialista. Para ser perfecto en este sentido, tan solo le faltaría incluir algún apunte acerca de las ideas de la protagonista, aunque fuese lo mínimo para terminar de despertar en el lector las ganas de aproximarse a su obra. En cualquier caso, si se desea continuar profundizando, puede servir de gran ayuda la muy bien seleccionada bibliografía que se incluye.

Y no podemos cerrar esta reseña sin hacer mención de los aspectos formales de la edición: tapa dura, papel de buen gramaje y abundantes y muy bonitas ilustraciones de Mar Hernández (Malota). Y, como propina, un mapa de París señalando los lugares importantes en la vida de nuestra filósofa, que bien puedes utilizar para organizarte un “tour Beauvoir” en tu próxima visita a esa ciudad (yo, personalmente, pienso hacerlo; o, al menos, saborear una de esas carísimas cervezas parisinas en la terraza de Le Deux Magots, uno de los cafés favoritos de Simone). Todo ello conforma un bonito objeto para el bibliófilo, de los que da gusto tener entre las manos y ante la vista, ayudándonos a recordar que hay ocasiones en que un archivo pdf no puede ser en absoluto lo mismo.

viernes, 1 de noviembre de 2019

SAMPEDRO (UN REGALO PARA MI ALUMNADO)


Como dije reiteradamente en aquel momento a quien quisiera escucharme, el 8 de abril de 2013 la cantidad de lucidez contenida en nuestro universo disminuyó de manera sustancial. Lo que acaeció en esa fecha fue la muerte de José Luis Sampedro, el hombre con la admirable mente que muchos quisiéramos poseer a los 90 años. Uno siempre intenta dar a conocer a su alumnado un poquito de lo que merece la pena (una idea, un libro,... o un personaje, como en este caso), incluso sabiendo que la mayoría de ellos hará caso omiso de lo que les muestro, pero aún así con la esperanza de haber dejado, quizás, aunque sea tan solo en uno de cada cien, un poso que pueda suponerle un enriquecimiento personal. Por ello, en mi curso de Filosofía de bachillerato suelo ofrecerles lo que, desde mi punto de vista, es un auténtico regalo: les presento a Sampedro. Lo hago a propósito de una determinada reflexión sobre la función crítica del pensamiento y sobre la conveniencia de pensar por uno mismo en lugar de permitir que sean otros quienes lo hagan en tu lugar. A mi parecer algo que en realidad, más que conveniente, como he dicho, es un auténtico imperativo moral. De modo que aprovecho para ilustrar semejantes ideas con el siguiente vídeo:




LAS ETAPAS DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (EN CUATRO PELÍCULAS)


Utilizando extractos de algunas películas hemos editado el vídeo que aparece más abajo, con la finalidad de ilustrar para nuestro alumnado las grandes etapas de la historia de la filosofía. Con ello pretendemos que disponga de una referencia visual de cada una de esas épocas, así como de la ocasión de escuchar las palabras (aunque sean ficcionadas) de algunos pensadores representativos de las preocupaciones y las ideas de diversos momentos históricos.

Así, para la filosofía antigua, el Aristóteles que en la película de Oliver Stone sobre Alejandro Magno aparece impartiendo sus lecciones al joven macedonio, representa perfectamente el espíritu griego del momento, mientras expone sus ideas acerca de la virtud a través de la moderación, las cuales constituyen una de sus teorías más destacadas.

En la célebre novela de Umberto Eco El nombre de la rosa, el personaje de Guillermo de Baskerville es un claro trasunto de Guillermo de Occam. En la adaptación cinematográfica de dicha obra literaria encontramos esta secuencia en que se plasma una de las típicas disputas doctrinales propias de la filosofía escolástica del medievo.

Llegando a la modernidad, en el Cartesius de Rossellini podemos encontrar a un Descartes desafiante hacia las autoridades intelectuales y deseoso de dotar a la razón individual de la autosuficiencia y la autonomía que acabarían conduciendo a la ruptura con respecto a la tradición filosófica medieval.

Finalmente, en la película Hannah Arendt, vemos a una de las más destacadas filósofas del siglo XX impartiendo una lección universitaria en la que reflexiona acerca de ciertos temas que preocuparon tanto a ella como a otros pensadores contemporáneos, obligados a ofrecer una respuesta desde la filosofía a la barbarie del nazismo.




"ELLOS" Y "NOSOTROS"


Buscando materiales para un determinado trabajo que he estado realizando últimamente, llegué al emparejamiento de dos textos que, vistos en conjunto, resultan sumamente clarificadores. El primero pertenece al manual de sociología más clásico para los hispanohablantes, el de Salvador Giner, y supone un perfecto sustento teórico para lo expuesto en el segundo, el cual es un extracto del libro Facha, de Jason Stanley, ya reseñado en este blog.
 

"La distinción entre grupos y subgrupos obedece a un sistema de subordinación y supraordinación distinguible a todo observador externo. Aunque el miembro de un grupo dado alcance una visión parecida desde su propia posición subjetiva, su sentimiento de pertenencia a su grupo le impone otra distinción: la del grupo propio (in-group) y el grupo ajeno (out-group) para utilizar la expresión de Sumner. Es ésta una distinción elemental, basada en la vivencia que poseen los miembros de un grupo de pertenecer a un «nosotros» y de ver a los demás como a un «ellos». El «nosotros» es siempre parte integrante de la conciencia que uno tiene de su propio Yo. De ello se derivan muchos fenómenos, que van desde la mera cohesión del grupo al sentimiento etnocéntrico. El etnocentrismo —palabra acuñada también por Sumner— consiste en la actitud de considerar el grupo propio —a menudo el grupo cultural, racial o nacional a que se pertenece— como superior, y a los grupos ajenos como inferiores. El etnocentrismo es, pues, una valoración ligada en gran parte a elementos estructurales primarios de la vida grupal."

Giner, S., Sociología


"A medida que crece el miedo que sentimos hacia ellos, nosotros pasamos a encarnar todas las virtudes. Nosotros vivimos en el corazón rural de la nación, donde la pureza de los valores y las tradiciones del país milagrosamente siguen existiendo, a pesar del cosmopolitismo de las ciudades y del enjambre de minorías que viven en ellas, envalentonadas por la tolerancia progresista. Nosotros somos muy trabajadores y ocupamos un lugar preferente porque nos lo hemos ganado a pulso con nuestros méritos y nuestro esfuerzo. Ellos, en cambio, son vagos y subsisten gracias a lo que producimos nosotros: se aprovechan de la generosidad de nuestro estado de bienestar o recurren a instituciones corruptas, como los sindicatos, para quitarles el sueldo a los ciudadanos honestos y trabajadores. Nosotros hacemos, ellos nos quitan. Mucha gente no está familiarizada con la estructura ideológica del fascismo, en la que cada mecanismo se construye sobre otros."

Stanley, J., Facha

miércoles, 2 de octubre de 2019

GOLDACRE: "MALA CIENCIA"





Ben Goldacre
Mala ciencia
(Bad Science)
Traducción de Albino Santos Mosquera
Año de publicación: 2008
Edición: Paidós Ibérica, 2011

Nos encontramos ante una obra cuya lectura bien podríamos recomendar a todo el mundo, ya que más allá del interés en el plano teórico que cada cual pueda sentir al respecto de las cuestiones en ella tratadas, suscita también un interés práctico acerca de un asunto, el de la salud y las terapias médicas (o pseudomédicas, como veremos), que, sin duda, incumbe a cualquier individuo.
Su autor, Ben Goldacre, médico especializado en epidemiología y divulgador científico, mantiene desde hace más de una década una columna en el diario británico The Guardian con el mismo título del libro que nos ocupa, la cual supone el antecedente de éste. A través de la misma ha desarrollado la tarea de combatir contra la actividad pseudocientífica en el área de la salud (localizable principalmente, aunque no siempre ni necesariamente, en el mundo de las conocidas como “terapias alternativas”). Al hilo de semejante “activismo” y por extensión, Goldacre realiza una valiosa labor en lo que se refiere a prevenir al público no especializado contra las pseudociencias y el pensamiento irracional en general, al mismo tiempo (inevitable una cosa sin la otra) que de divulgación del método científico.
Como hemos dicho, Mala ciencia (el libro) recoge el espíritu y las intenciones de la actividad periodística que anteriormente venía llevando a cabo Goldacre, e igualmente compendia buena parte de los temas y casos particulares ya previamente tratados por su autor. Ya en su introducción se deja bien patente el objetivo principal del libro: contribuir a solventar esa ignorancia científica que convierte a buena parte de la ciudadanía en susceptible de incurrir en lo irracional y, en consecuencia, en posible víctima de engaños de todo pelaje, problema que tantos han detectado y denunciado (ya desde, por ejemplo, Carl Sagan en su El mundo y sus demonios, por hacer referencia a un auténtico clásico dentro de la categoría bibliográfica en la que también podríamos inscribir la obra de Goldacre). Sólo sabiendo qué es científico podremos precavernos ante lo que no lo es, del mismo modo que, mutatis mutandis, saber qué no es científico se constituye en una excelente vía de aproximación al entendimiento de lo que es la auténtica ciencia (o un modo de “enseñar buena ciencia examinando la mala”, en palabras del propio autor).
Así, a lo largo de los diversos capítulos se van recorriendo numerosos ejemplos de pseudomedicina o medicina no basada en la evidencia, todos ellos con mayor o menor impacto social (puesto que son éstos contra los que es necesario alertar): los productos desintoxicantes (cap. 1), la conocida como “gimnasia cerebral” (cap. 2), los productos cosméticos “milagrosos” (cap. 3), la homeopatía en cuanto “contramodelo perfecto para enseñar lo que es la medicina basada en la evidencia empírica” (cap. 4), el nutricionismo (caps. 6 a 10), el abuso de la medicalización (cap. 8), las alarmas sanitarias injustificadas cuyo paradigma encontraríamos en el bulo sobre la vacuna triple vírica (caps. 15 y 16),...
Contra todo lo anterior arremete Goldacre (en ocasiones situando en su punto de mira a nombres propios como los de algunos nutricionistas de gran éxito mediático) delatando la ausencia de evidencia empírica, los defectos metodológicos en la experimentación y otros errores en que incurren los promotores y partidarios de semejantes fenómenos. De manera paralela y cumpliendo con esa intención de “enseñar buena ciencia” desde el cuestionamiento de lo que no se puede considerar tal, se ofrece una buena cantidad de información acerca de la metodología científica y de los requisitos y características de una medicina empírica, que sirve para mostrarnos qué hemos de exigirle a una afirmación, teoría o terapia para ser considerada científicamente aceptable (es decir, con un grado de veracidad suficiente). Estos apuntes son abundantes y salpican todo el libro, en ocasiones de manera un tanto asistemática, lo cual resulta por otra parte comprensible en tanto que se presentan siempre con ocasión de cada uno de los fenómenos pseudocientíficos criticados. Así, encontramos lecciones que van desde la exposición más básica y general del método experimental y de su importancia y valor (en el primer capítulo) hasta la clarificación de nociones como las de grupo de control, doble ciego, efecto placebo (al que se dedica un capítulo en exclusiva, el quinto, dada su relevancia para explicar el “funcionamiento” de las terapias alternativas), aleatorización de la muestra, metaanálisis y revisión sistemática,... o la importancia de la publicación de las investigaciones con su correspondiente revisión por pares y la posibilidad de su replicabilidad. Esto es, todos aquellos elementos que se constituyen en garantía de la validez y fiabilidad de los conocimientos que nos aporta la ciencia y que sin embargo, como el autor muestra, se encuentran ausentes en el mundo de las terapias alternativas, lo cual justifica que se pueda aplicar a éstas el calificativo de “mala ciencia”. Frente a ello, se delatan los rasgos comunes de las distintas pseudociencias, como la ausencia de confirmación experimental, el uso espurio del lenguaje científico o su rechazo endogámico y agresivo ante cualquier cuestionamiento y crítica de sus métodos y tesis (elemento que, por tan alejado de una auténtica actitud indagadora de la verdad, ya debería ser suficiente por sí mismo para levantar sospechas).
Por otra parte, se dedican dos capítulos a tratar de modo más específico esas cuestiones metodológicas y epistemológicas, centrados respectivamente en los sesgos cognitivos más habituales y en la mala comprensión de los resultados estadísticos, dos factores que pueden convertir incluso al más avisado en proclive a la aceptación de ideas irracionales.
Buena parte del texto, en su segunda parte, se dedica al problema del tratamiento recibido por la ciencia en los medios de comunicación (de manera específica en el cap. 12, y al hilo de otros temas en los caps. 14 y 16, prestándose también una especial atención a la cuestión en el epílogo), al que el autor otorga, por lo tanto, una especial importancia. La razón es que en la mayor parte de los casos son los medios la única vía de comunicación entre el mundo científico académico y el gran público (el cual, comprensiblemente, no lee papers). De tal modo que en ellos recae la responsabilidad de que el ciudadano de a pie posea una buena o mala comprensión de la ciencia, así como de su consecuente grado de aceptación de supuestos descubrimientos científicos falaces. El autor denuncia largo y tendido lo defectuoso del reflejo de la ciencia en los medios, identificando causas de este hecho que van desde la ignorancia sobre el tema de sus responsables hasta el caso de su utilización como plataforma publicitaria, pasando por la necesidad de presentar historias atractivas y espectaculares que no se encuentran en el discreto proceder de la auténtica ciencia (“la ciencia misma funciona mal como noticia”).
Difícilmente se nos ocurren pegas que poner a esta obra: de lectura extremadamente amena y accesible para el gran público a quien va dirigida (Goldacre resulta un buen divulgador científico, cualidad que no es tan fácil de poseer), recorriendo un buen número de temas y con un autor que demuestra un dominio sobrado de lo tratado y presenta suficientes argumentos como para resultar convincente. A este respecto, no podemos dejar de mencionar la salvaguarda que encontramos ante uno de los “argumentos” habituales de los defensores de las medicinas alternativas ante sus críticos: esa simplista y conspiranoica acusación de que se encuentran “a sueldo” de la industria farmacéutica, pues Goldacre no salva de la quema ni siquiera a ésta, a la que dedica no sólo un capítulo específico de este libro sino también su libro posterior, Bad Pharma (2012). En definitiva, cumple muy bien su objetivo declarado de proveer al lector de herramientas para ejercer un pensamiento crítico ante lo pseudocientífico. Sin duda, merece ocupar su lugar en la biblioteca escéptica junto a otros títulos emblemáticos como los de Shermer, Gardner, Park, Randi, el ya mentado Sagan o tantos otros que han hecho causa de la lucha contra la irracionalidad y la pseudociencia.
Haciendo el esfuerzo de encontrarle algún defecto, quizás podríamos referirnos a esa cierta falta de sistematicidad a la que ya aludimos en algún momento de nuestro comentario. Nos referimos al hecho de que se vayan intercalando en una exposición en paralelo elementos diversos como la narración de casos, las explicaciones sobre la metodología científica, el papel de los medios de comunicación o los rasgos generales de la pseudociencia (lo que incluso lleva a incurrir, en ocasiones, en ciertas reiteraciones). No obstante, apreciamos al mismo tiempo que otro tipo de estructura y desarrollo no hubieran sido acordes con las intenciones del libro, convirtiéndolo en un “manual” de lectura menos atractiva para el lego. Por lo tanto, quizás no se trate tanto de un auténtico defecto como de una dificultad añadida para quien ha de realizar una reseña sobre el libro, que se ve obligado a ordenar toda esa información presentada de manera dispersa a lo largo del texto, pero, obviamente, el autor debe tener en mente al lector, no al redactor de reseñas.
Página web de Ben Goldacre: www.badscience.net

DELEUZE O PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA

Gilles Deleuze no es precisamente santo de nuestra devoción, como no lo suele ser nada de lo encuadrado en el llamado posmodernismo. No obstante, al César lo que es del César. Hemos encontrado unas palabras suyas que nos han gustado, y que vienen a propósito de la tan traída cuestión de la utilidad de la filosofía. Este fragmento del filósofo francés posee un valor añadido: el de una claridad expositiva que no es frecuente en él y que siempre resulta de agradecer. En fin, como solemos hacer cuando dedicamos una entrada a una cita que nos ha gustado, callamos pronto y cedemos gustosos la palabra al invitado:

Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía.
    Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene un uso: denunciar la bajeza en todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las victimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confunden los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral, y la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto?
     La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que quisieran… pero ¿quién a excepción de la filosofía se lo prohíbe?


DOS TEXTOS PARA COMPRENDER PARA QUÉ FILOSOFAR


¿Es la filosofía algo inútil? A menudo mis alumnos piensan que sí, lo que les lleva a no comprender por qué esta disciplina está presente en su plan de estudios. No es como aprender matemáticas, piensan ellos, que después de todo es algo que les puede ser útil si deciden, por ejemplo, ejercer como ingenieros en un futuro. ¿Pero para ejercer qué tarea les puede servir aprender filosofía? Pues ni más ni menos que para la tarea más importante, aquella que todos sin excepción ejercemos por encima de cualquier otra: la tarea de ser persona.

A continuación inserto dos breves fragmentos cuya lectura propongo a mis alumnos como medio para ayudarles a comprender lo anterior.

“Para los niños, el mundo -y todo lo que hay en él- es algo nuevo, algo que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los adultos ve el mundo como algo muy normal.
       Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso. Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda la vida.
      De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña pequeña que aún no ha llegado a ser la perfecta conocedora del mundo? ¿O eres una filósofa que puede jurar que jamás lo llegará a conocer?
     Si simplemente niegas con la cabeza y no te reconoces ni en el niño ni en el filósofo, es porque tú también te has habituado tanto al mundo que te ha dejado de asombrar. En ese caso corres peligro. Por esa razón recibes este curso de filosofía, es decir, para asegurarnos. No quiero que tú justamente estés entre los indolentes e indiferentes. Quiero que vivas una vida despierta.”

Jostein Gaarder, El mundo de Sofía
                                                                                                


"Los hombres temen al pensamiento más de lo que temen a cualquier otra cosa del mundo; más que la ruina, incluso más que la muerte.
      El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible. El pensamiento es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas; el pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría del pasado.
      Pero si el pensamiento ha de ser posesión de muchos, no el privilegio de unos cuantos, tenemos que habérnoslas con el miedo. Es el miedo el que detiene al hombre, miedo de que sus creencias entrañables no vayan a resultar ilusiones, miedo de que las instituciones con las que vive no vayan a resultar dañinas, miedo de que ellos mismos no vayan a resultar menos dignos de respeto de lo que habían supuesto.
    ¿Va a pensar libremente el trabajador sobre la propiedad? Entonces, ¿qué será de nosotros, los ricos? ¿Van a pensar libremente los muchachos y las muchachas jóvenes sobre el sexo? Entonces, ¿qué será de la moralidad? ¿Van a pensar libremente los soldados sobre la guerra? Entonces, ¿qué será de la disciplina militar?
     ¡Fuera el pensamiento! ¡Volvamos a los fantasmas del prejuicio, no vayan a estar la propiedad, la moral y la guerra en peligro!
    Es mejor que los hombres sean estúpidos, amorfos y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean libres. Puesto que si sus pensamientos fueran libres, seguramente no pensarían como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa.
     Así arguyen los enemigos del pensamiento en las profundidades inconscientes de sus almas. Y así actúan en las iglesias, escuelas y universidades.

Bertrand Russell, Principles of Social Reconstruction
 
                                                                    


domingo, 1 de septiembre de 2019

"DÍAS DE NIETZSCHE EN TURÍN"





Recogemos en esta ocasión una bastante desconocida película sobre el pensador alemán que nos puede ayudar a ampliar nuestro repertorio de biopics filosóficos (con la trilogía de Rossellini indiscutiblemente a la cabeza del género). Se trata de la producción brasileña Días de Nietzsche en Turín (Júlio Bressane, 2001).

Siempre resulta cuanto menos curioso ver plasmado en imágenes cinematográficas a un personaje histórico. Cuando, además, tal personaje es como el que protagoniza esta película, no resulta menos estimulante comprobar cómo se ha superado el reto de generar hora y media de metraje en base a unas "aventuras" que transcurren en el terreno del pensamiento.
      La película, como su título revela claramente, relata el periodo de estancia de Nietzsche (otoño e invierno de 1888) en la ciudad italiana de Turín. Sus problemas de salud impelieron al filósofo a desplazarse frecuentemente a lo largo de Europa en busca de climas benignos para su estado. Así, residió temporalmente en lugares como Sils Maria o Niza y también, como ya hemos dicho, en Turín. Ésta fue además la ciudad en que transcurriría su último periodo de actividad, pues sería allí donde sufriría la crisis que le sumiría sin vuelta atrás en un estado de enajenación mental que le obligaría a retirarse de la vida pública e intelectual durante la década que aún restaría hasta su muerte. Pero la época de Turín fue también la de la máxima madurez de su pensamiento y la de mayor fecundidad en su producción literaria; un momento aparentemente muy satisfactorio en la vida del filósofo, según se trasluce en su correspondencia.
      La película, por lo tanto, retrata esos meses de la vida de Nietzsche, al que vemos pasear por Turín, relacionarse con sus vecinos, leer y escribir (resulta emocionante contemplar a Nietzsche "en acción", al menos desde cierto punto de vista fetichista) y, también, en el último tramo de la película, sumirse en la locura (muy curiosas a la par que sobrecogedoras esas imágenes de cierre en que se dota de efectos de movimiento a una serie de fotografías del pensador ya convaleciente). Pero sobre todo le vemos o, mejor, le escuchamos pensar. Porque la película, carente de diálogos, se construye alrededor del recitado de textos del filósofo. Ello, junto con un recorrido visual por Turín y una soberbia selección musical (Bizet, Wagner,... y también algunas composiciones del propio Nietzsche) dan lugar a una obra concebida para ser paladeada de modo pausado y reflexivo (desde luego, ni te acerques a ella si eres de esas personas incapaces de disfrutar de la lentitud en el cine).

Ni mucho menos se trata de una película magistral, pero sí lo suficientemente interesante como para que merezca la pena dedicarle una parte de nuestro escaso tiempo vital (cosa que, sabemos perfectamente, no se puede decir de muchas otras de nuestras ocupaciones). Además, bien puede servirnos para ayudarnos a olvidar la pésima El día que Nietzsche lloró (Pinchas Perry, 2007).



SOBRE LA DIVULGACIÓN FILOSÓFICA


Mi postura ante la divulgación filosófica, que tanto abunda en los últimos tiempos, entraña una fuerte ambivalencia: por una parte, soy ferviente partidario de su existencia; por otra, me inspira una actitud de prevención.

La divulgación de la filosofía supone ofrecer esta disciplina, en demasiadas ocasiones erróneamente presentada como abstrusa e inalcanzable, al ciudadano común. Y ello bajo todas las formas, formatos y estilos y a través de todos los medios posibles, siempre que se cumpla el objetivo de invitar a la reflexión, a la actividad crítica, al cuestionamiento de lo dado por sabido. Acciones y actitudes éstas que no se han de dejar tan sólo en manos de los "profesionales", puesto que competen a todo ciudadano en tanto que deberían caracterizarle esencialmente como tal.

El constante riesgo a evitar es el de la banalización, y que se difunda la idea errónea de que cualquier participación activa (en forma de reflexión y opinión) en las iniciativas de divulgación (por ejemplo, en una de esas tertulias o "cafés" filosóficos, pongamos por caso) ya es "hacer filosofía". Hay que dejar claro que la filosofía requiere de un elevado rigor y que el simple opinar de cualquier manera no es filosofar, idea al parecer demasiado extendida. No ocurre así en el terreno de las ciencias positivas, obviamente porque el ciudadano percibe que en este caso el trabajo intelectual requiere de unas herramientas conceptuales y de unos procedimientos específicos que no están al alcance del no especialista. Al parecer, no se entiende de la misma manera en lo que respecta a la filosofía, cuando, sin embargo, en su caso sucede exactamente lo mismo. Me da la impresión de que con esto ocurre algo similar a lo que se da con el arte no figurativo: que quienes no llegan a comprenderlo plenamente suelen acabar juzgando que "cualquiera puede hacerlo". Y no.



SAGAN ACERCA DE RANDI


 


Dos personajes admirados aquí, dos escépticos de pro. Ambos luchadores, cada uno mediante sus respectivas y diferentes herramientas, contra la irracionalidad y la pseudociencia: Carl Sagan y James Randi. No necesitan presentación, al menos para quienes compartan los intereses de este blog. Pero ¿qué nos puede decir el primero de ellos acerca del segundo? La curiosidad que nos suscita semejante opinión la satisfacemos echándole un vistazo a El mundo y sus demonios, la obra de Sagan que constituye una de las referencias fundamentales en cualquier biblioteca escéptica que se precie y a la que algún día, ineludiblemente, tendremos que dedicar un artículo. Allá va, con moraleja final incluida:

Los magos, por otro lado, están en el negocio del engaño. (...) Algunos usan sus cono­cimientos para poner en evidencia a los charlatanes que hay entre sus filas y fuera de ellas. Un ladrón se dispone a cazar a otro ladrón.
       Pocos reaccionan a este desafío con tanta energía como Ja­mes Randi, «el asombroso», que se describe a sí mismo con preci­sión como un hombre enfadado. La supervivencia hasta nuestros días del misticismo antediluviano y la superstición no le enoja tan­to como la aceptación acrítica de las obras de misticismo y supers­tición que pueden defraudar, humillar y a veces incluso matar. Como todos nosotros, Randi es imperfecto: a veces es intolerante y condescendiente y no siente ninguna simpatía por las fragilidades humanas que fundamentan la credulidad. Le suelen pagar por sus conferencias y actuaciones, pero nada comparable a lo que recibiría si declarase que sus trucos derivan de poderes psíquicos o divinos, o de influencias extraterrestres (la mayoría de prestidigitadores profesionales de todo el mundo parece creer en la realidad de los fe­nómenos psíquicos... según los sondeos de sus opiniones). Como prestidigitador, Randi ha trabajado mucho para desenmascarar a videntes remotos, «telépatas» y curanderos que han estafado al público. Hizo una demostración de los sencillos engaños y apreciaciones erróneas mediante los cuales los psíquicos que doblan cucharas (1) habían conseguido que físicos teóricos prominentes recono­cieran la existencia de nuevos fenómenos físicos. Ha recibido un amplio reconocimiento entre los científicos y es poseedor de una beca de la Fundación MacArthur (llamada «de genio»). Un crítico le acusó de estar «obsesionado con la realidad». Ojalá pudiera de­cirse lo mismo de nuestra nación y nuestra especie.
        Randi ha hecho más que nadie en épocas recientes para poner al descubierto la simulación y el fraude en el lucrativo negocio de la curación mediante la fe. Examina las pruebas. Comenta los cotilleos. Escucha la corriente de información «milagrosa» que llega al curandero itinerante... no por inspiración divina, sino por radio, a 39'17 megaherzios de frecuencia, transmitida por su espo­sa entre bastidores (2). Randi descubre que los que se levantan de las sillas de ruedas y, según se afirma, han sido curados, nunca habían estado confinados a sillas de ruedas: un acomodador los invitó a sentarse en ellas. Desafía a los curanderos a proporcionar pruebas médicas serias para dar validez a sus reclamaciones. Invita a las agencias locales y federales del gobierno a aplicar la ley contra el fraude y la mala práctica médica. Critica a los medios de informa­ción por su estudiado alejamiento del tema. Revela el desprecio profundo de esos curanderos hacia sus pacientes y parroquianos. (...) Creo que es una suerte que James Randi descorra la cortina. Pero sería tan peligroso confiarle a él el desenmascaramiento de to­dos los matasanos, farsantes y tonterías del mundo como creer a esos mismos charlatanes. Si no queremos que nos engañen, debe­mos ocuparnos de ello nosotros mismos.  


Notas del autor del blog:

(1) Se hace referencia a Uri Geller, otrora célebre estafador al que Randi se empeñó en perseguir de modo inmisericorde
(2) El caso de Peter Popoff, que pretendidamente adivinaba información personal de miembros del público (datos personales, las enfermedades que padecían...). Para hacerlo, tal como se explica en el texto, recurría a algo tan escasamente paranormal como la tecnología: su cómplice le transmitía esa información a un pinganillo que ocultaba en su oído. Ella la había conseguido previamente gracias a que, al entrar al espectáculo, a los asistentes se les pedía que rellenaran unas tarjetas con esa misma información. Asombroso que nadie atase cabos... tal sería el deseo de creer de sus seguidores.